25/09/2019
 Actualizado a 25/09/2019
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Nuestra mente sólo descansa cuando encuentra una explicación coherente a las cosas que nos suceden o nos preocupan. El mundo es en sí mismo irracional e incomprensible. Para darle estabilidad y sentido, buscamos constantemente un origen causal con el que, aunque sólo sea de modo provisional, calmar la inquietud que nos produce lo imprevisible e incontrolable. Por el mismo motivo reelaboramos nuestro pasado para dotarle de un sentido tranquilizador. He aquí un ejemplo. Lo he tomado del avance de un libro titulado ‘Pujol: todo era mentira’, de próxima aparición.

Al parecer, Jordi Pujol, a los doce años, sufrió un trastorno obsesivo-compulsivo que le llevó a acudir a un psiquiatra prestigioso, el doctor Moragas, quien le puso en manos de un cura amigo que hizo de psicoterapeuta durante meses hasta lograr la remisión del cuadro psicótico que presentaba (no sabemos cómo lo logró). Pujol, en sus memorias, reelabora el percance hasta quitarle toda importancia. Dice: «Yo con 12 años tenía la cabeza llena de cavilación. Me llevaron al doctor Moragas, un psiquiatra infantil de prestigio. Me pidió que hiciera dibujos. El diagnóstico fue: Este niño nunca será un buen dibujante, pero... sabrá sacar buen provecho a la vida». ¡Ja ja! La realidad fue muy distinta.

En un libro del doctor Moragas, ‘Niños psicópatas’, aparece esta ficha que coincide con la del niño Pujol: «Caso 5º. Ficha número 2348. Chico de 12 años. Una hermana menor. Sin antecedentes. Hace tres meses, ante las imágenes religiosas y especialmente ante el Santísimo Sacramento, cree ver imágenes de contenido coprológico y erótico. Confunde en sus pensamientos a Jesús con Judas. Cree que todo lo que piensa es pecado [...]. Después de unos meses de psicoterapia con el confesor han desaparecido las imágenes desviadas y las ideas de culpabilidad han remitido».

Sufrir alucinaciones es para Pujol «tener la cabeza llena de cavilación». Lo sorprendente es que las imágenes piadosas se transformen en materia fecal y erotógena. He analizado en otro lugar la peculiar relación del catalán (la lengua) y la cultura catalana (pintura, teatro, humor, tradiciones), con la pulsión anal. Parece que Pujol confirma mi teoría. ¿Y eso de confundir a Jesús con Judas? ¡Mira que es estrambótico!; pero premonitorio. Sabiduría del inconsciente, la voz del deseo: «todo lo que piensa es pecado»..., pero aprendió a desviar la culpa, y gracias a un cura.

Judas es símbolo de traición, pero también de avaricia. Es como si el ser que iba a ser Pujol, ya estuviera bullendo en su cabeza y cuerpo desde su más tierna infancia y eso asustara al mismo Pujolín. Me recuerda el caso del niño Adolf Hitler, que también sufrió algún trastorno y Freud, consultado por el médico Ernest Bloch, aconsejó a su familia que lo ingresaran en un centro de salud mental (su padre no hizo caso y ya vimos a dónde llegó).

No sabemos hasta qué punto los conflictos de la infancia y adolescencia condicionan nuestra vida, pero sin duda son siempre reveladores. Yo veo en estos desvaríos y cavilaciones del pequeño Pujol un resumen cabalístico de lo que será su futuro: la fascinación coprofágica del dinero, transformando lo más sagrado (el Santísimo Sacramento y la Santísima Patria) en tentación erótica; la confusión entre el bien y el mal, intercambiables; el refugio en el secreto bancario del confesionario y la utilización de los faldones clericales y montserratinos para bendecir las «desviaciones» y alejar cualquier sentimiento de culpa. Sí, toda esta maestría libidinosa debe exigir un aprendizaje infantil precoz y cavilante.

Desconocemos la encrucijada infantil en la que pudo quedar varado Pedro Sánchez, pero no creo sea muy descabellado el imaginar una lucha agónica por llegar a ser lo que creía ser, una ansiosa necesidad de imponerse y ser visto y reconocido casi a la legua, siempre un palmo por encima de cualquiera (también de la chusma obrera e intelectual), todo lo cual acueró su rostro y su carácter, tieso y desconfiado, temeroso de mostrar cualquier debilidad.

Hay estudios que afirman que en España hay más de seis millones de psicópatas, un millón de psicópatas puros, y otros cinco de psicópatas más o menos integrados. Más de un 10%. Muchos, oiga. Lo que no sabemos es dónde se concentran más. La política yo creo que es un buen abrevadero de esta lobifauna. Los electores deberíamos exigir que, al menos los cabeza de lista, fueran examinados por un equipo de expertos cuyo veredicto fuera inapelable: apto/no apto, personalidad normal/personalidad psicopática.
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