El largo asedio del puesto de Peña Negra

José Cabañas relata en este capítulo del relato sobre las llamadas enfermeras mártires de Astorga la larga noche de enfrentamientos vividos el 27 de octubre de 1936, que dejó un buen número de bajas en un largo asedio de muchas horas de duración

José Cabañas
31/07/2022
 Actualizado a 31/07/2022
Lienzo con las imágenes de las enfermeras descubierto en su beatificación. | L.N.C.
Lienzo con las imágenes de las enfermeras descubierto en su beatificación. | L.N.C.
A la semana de llegar ya habían visitado «con el simpático comandante» Villablino, San Félix de Arce, Vega de Viejos y Rioscuro. También Torrebarrio, «donde Elpidio Barriada Álvarez, un maestro de la zona de Babia, miembro de la Adoración Nocturna, fallecido en 2011 a los 102 años, conoció a las tres enfermeras bordando una bandera nacional».

Deslizan de un modo difuso los mismos estudiosos su pertenencia a la Sección Femenina de Falange, lo que parece ser totalmente desmentido por las afirmaciones de sus actuales familiares y allegados. Se las tomará por pertenecientes a Acción Católica, y a Pilar Gullón además a Renovación Española y Acción Popular, formaciones para las que había trabajado en las pasadas elecciones de febrero (de ella y de Octavia Iglesias se dice en aquel rotativo que son «las primeras mártires de la JAP de Astorga», damas ambas –señalan otras fuentes– de las Conferencias de San Vicente de Paúl). Sí resulta probado que las tres eran de la Congregación de Hijas de María, según la petición de oraciones que por ellas hacen «sus compañeras astorganas», y que Octavia –catequista– formó parte en julio de 1932 de las 34 mujeres (entre ellas Ana González Revillo y las hermanas Joaquina y Josefa Gavela Alonso), multadas con cien pesetas en Astorga por «dar gritos contra la República y vivas a Cristo Rey, la Libertad y la Monarquía» en protesta por la suspensión de un mitin de Acción Femenina Leonesa.

Las tres eran de la Congregación de Hijas de María, según la petición de oraciones que por ellas hacen «sus compañeras astorganas»En torno a las cinco de la mañana del martes 27 de octubre de 1936 dos compañías de milicianos del Batallón Guerra Pardo (que mandan el comandante José García González y el capitán José Barrero González, al cabo de un año asesinados en Zamora) tomaban al asalto y por sorpresa los parapetos avanzados de dos de las tres fortificaciones franquistas que protegían Santa María del Puerto, lugar al que una hora más tarde huyen en desbandada sus defensores, y en el que se hallaba la Comandancia y el grueso de la guarnición, dominada ahora desde aquellas alturas por el fuego de los republicanos mientras el comandante José Berrocal Carlier solicitaba refuerzos a León y Villablino (de donde telefonean a las 07:20 horas al Gobierno Militar de León, informando de que «Comunica Somiedo que están atacando la posición y pide refuerzos, por lo que le envío una compañía») e intentaba defender el pueblo cercado con sus tropas. Interceptadas por fuerzas leales que les impiden avanzar las columnas motorizadas que desde aquellos lugares y otros vienen en su ayuda (y dos más de 700 y 500 hombres que acudían a Vega de Viejos, la menor al mando del comandante Elías Gallegos Muro), a las diez y media de la mañana la situación es para el comandante Berrocal muy comprometida, por lo que, para ganar tiempo y facilitar que lleguen los auxilios, pide parlamentar con los atacantes.
Seis milicianos con banderas blancas se presentan para ello en la Comandancia, siendo cuatro retenidos mientras dejan irse a dos, acompañados por dos cabos facciosos, para que inviten a sus compañeros a rendirse. Así lo hacen, regresando poco después –de nuevo con bandera blanca– para dar a su vez al comandante sitiado el ultimátum de rendirse en media hora, momento en el que suena un violento tiroteo proveniente del cercano tercer fortín –el de Peña Negra–, en el que se defiende ahora el capitán José Nonide Vázquez ( a reforzar aquella posición con parte de su compañía lo había mandado el comandante desde el pueblo hacia las siete de la mañana, y al filo de las diez enviaba para lo mismo con un pelotón al capitán Lucinio Pérez Martínez) con 50 soldados porque se retrasó en su cometido la compañía de milicianos que debía –como los otros– de haberlo tomado ya, y envalentonado por aquella súbita resistencia (que quizá cree consistente, o que es la de los refuerzos esperados) ordena el comandante Berrocal romper fuego otra vez contra quienes los rodean y apresar nuevamente (en una cuadra de la casa próxima a la Comandancia) a los dos negociadores antes liberados, momento que aprovechan los otros cuatro milicianos para escapar y en medio de la confusión tomar al asalto el reducto de la ametralladora, lo que los hace dueños del terreno desde el que baten el pueblo a lo largo de la jornada.

En torno a las cinco de la mañana del martes 27 de octubre de 1936 dos compañías de milicianos tomaban al asalto y por sorpresa los parapetos avanzados de 2 fortificacionesA mediodía un trimotor –que por las brumas no puede reconocer la zona– la sobrevuela, lanza dos bombas y anuncia a los rebeldes la pronta llegada de refuerzos, y pasadas las seis de la tarde sin que aparezcan sale un cabo en un coche para pedirlos de nuevo en Villablino y en León. Por la noche, aprovechando la oscuridad y la niebla, los milicianos acentúan el ataque y sobre las dos de la madrugada del miércoles rinden la posición de Peña Negra, de la que el capitán Nonide y algunos de sus hombres se retiran a Vega de Viejos y Villaseca de Laciana (el relato del combate del investigador Víctor del Reguero en su obra de 2019, más detallado que el del 2011, añade diversas variaciones sobre aquel, algunas discordantes). Copado el pueblo de Santa María del Puerto y sin posibilidad de que la Comandancia se defienda, la rabia y el coraje por la artera actuación del enemigo con sus compañeros enaltece el ánimo, acrecienta el furor y redobla el ímpetu de los republicanos, que asaltan uno y otra y los toman con las primeras luces del 28 de octubre, tras un día de lucha y de conquista de los parapetos resistentes y después de que los sitiados (en el pueblo unos cien soldados y algunos falangistas, y en la Comandancia su jefe, un capitán, dos alféreces, tres sargentos, el capellán, el médico y las tres enfermeras) agotasen todas sus municiones, una gran victoria de los republicanos, necesaria para elevar la moral después del fracaso que supuso diez días antes la ruptura del cerco de Oviedo por la columna enviada desde Galicia (para contrarrestar aquella derrota dispusieron los gubernamentales los ataques sorpresivos y coordinados en los puertos de Somiedo y Ventana y las posiciones de San Pedro y Barrios de Luna) en la que, a costa de muy pocas bajas, hacían prisioneros a la Plana Mayor de la guarnición y al menos a 57 soldados y 7 cabos que prontamente son conducidos a la cárcel de Gijón (otros escapaban, al igual que algunos falangistas, y el resto eran heridos o muertos, entre estos parece que el alférez Isidoro Bosch lo fue por su propia mano, pegándose en el botiquín un tiro antes que rendirse; en el paraje de Vega Ventana eran exhumados el 4 de abril de 1938 el alférez y «once soldados sin identificar», según consta en la Causa General de Oviedo), consiguiendo además material militar abundante y valioso.

Por la noche, aprovechando la oscuridad y la niebla, los milicianos acentúan el ataque y sobre las dos de la madrugada del miércoles rinden la posición de Peña NegraAmanecido el día, entre los escombros humeantes de las casas en las que los soldados franquistas derrotados habían resistido, Milagros Valcárcel de Lama buscaba, sin encontrarlo, a su marido Ignacio Menaza Santos, uno de los dos milicianos hechos prisioneros horas antes. Registradas cuadras y pajares, en una de ellas se encontraron los cuerpos de ambos, en un gran charco de sangre y uno junto al otro, con profundas heridas y con muestras de haber sido muertos a machetazos. El día antes se había alistado Ignacio para luchar por la República. Natural de Aguilar de Campoo (Palencia), de 33 años, minero, vecino de Villaseca, casado y padre de tres hijos, reconocido sindicalista muy apreciado por los mineros del valle de Laciana, por lo que su brutal y sanguinaria muerte causaría enorme indignación a tantos como lo conocían.

Trasladados a Pola de Somiedo, capital del concejo distante unos quince kilómetros, los jefes y oficiales de la guarnición capturados (en un pajar se encerró allí al médico y los oficiales, en el Depósito municipal a otros, y a las enfermeras en una estancia de la casa que era el cuartel de los leales), acusados de traición y de sublevar a sus tropas contra el régimen legítimo y legal, fueron conducidos a un prado y fusilados sin más trámite junto a dos falangistas combatientes voluntarios por milicianos enfurecidos e indignados por lo que habían ordenado o permitido hacer con los emisarios que tomaron prisioneros (según otro de los relatos de los hechos). Se ajustició entre los días 28 y 29 al comandante José Berrocal, los sargentos Valentín Porras González y Eduardo Fierro Prieto, el capitán retirado Lucinio Pérez Martínez (los restos del comandante, el capitán y los sargentos serían exhumados el mismo 4 de abril de 1938 y depositados en el cementerio de León «juntos en una sola caja, de la que se recogen en otra colectiva para trasladarlos al Monumento Nacional de la Santa Cruz del Valle de los Caídos» a finales de marzo de 1959, con los de otros 16 leoneses «héroes y mártires de la Cruzada»), y el capellán castrense Pío Agustín Fernández González (nacido en Cubillas de Rueda en mayo de 1907, y ordenado sacerdote en 1931, era párroco de Siero, Asturias, antes de sumarse a los rebeldes como clérigo voluntario de sus fuerzas), al médico militar Luis Viñuela Herrero (de 24 años) y a los miembros de Falange Salvador González, otro cuya filiación desconocemos, y el Jefe de la centuria falangista destacada en el puerto, José Fernández Marvá (natural de Villafranca del Bierzo, de 28 años), dirigente de FE y de las JONS astorgana, además del alférez de complemento Ambrosio Fernández-Llamazares González del Ron (de 26 años, soltero, abogado, republicano de derechas que había actuado de comparsa en La Barraca de García Lorca y contra el que, para no ser represaliado, pesó más que en octubre de 1934 vistiera su uniforme militar para ayudar a sofocar la revuelta izquierdista).
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