02/06/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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Hace sesenta años que se fundó el Instituto de Estudios Bercianos, el IEB. Lo creó un grupo de patricios de la cultura, que no del dinero y del poder. Unas personas a las que unía su amor por la tierra del Bierzo, por ese universo que nunca fue una comarca, sino una microrregión. Un crisol de todos los noroestes, una prodigiosa y romántica constelación de pequeñas demarcaciones parecidas y distintas entre sí, todas con su particular encanto. Que no es lo mismo Ancares que Valdueza, Fornela que el Selmo, Valcarce que el Bajo Bierzo; el Alto que Ponferrada, la Somoza que Molinaseca, Ribas del Sil que Cacabelos. El Bierzo es muy rico y complejo, y quienes fundaron el IEB lo sabían. Lo querían. Y lucharon por él.

Aquellas noticias y tiempos primeros, que vislumbré en mi infancia, los podríamos simbolizar en un hombre, Paco González, el Inglés, historiador y poeta, pelirrojo y asténico, dibujante, profesor luego en Aragón, y persona dinámica, lúcida, gran sabio de bibliotecas y búsquedas. Y con Paco había otras gentes, que no hemos olvidado: Amalio Fernández, Andrés Viloria y tantos más.

Vinieron después años languidecientes, de práctica inactividad, pero el proyecto rebrotó con entusiasmo y casi sin apoyos allá por 1974, que fue cuando yo anduve, con toda mi modestia juvenil, metido en el ajo. Desde entonces todo ha sido crecer, ofrecer, acoger, promover, editar, y tantos otros verbos virtuosos e imprescindibles pese a la habitual levedad de sus presupuestos. El IEB es una gran herramienta para la historia del Bierzo desde la antigüedad. Una casa civil, polifacética, cuyo quehacer, tan sólido, nos interesa siempre. Aunque tal vez un poco más cuando centra sus esfuerzos en las décadas recientes. Donde su mensaje encuentra más complicidad y enseñanza. En todo caso, también nos apasiona indagar el tiempo remoto de los monjes de la Tebaida española allá por el siglo VIII.

El IEB merece el reconocimiento de todos los bercianos que aman a su tierra, y que, por ello, y por natural extensión, se sienten concernidos por cualquier realidad cultural se halle donde se halle. Ser berciano es ser tan admirador de las Médulas como de la Roma imperial. Del sagrado valle monástico del Oza como de la antigua Grecia. Del tiempo, el arte y los caminos estén donde estén. Pero, eso sí, hacerlo desde el Bierzo. Mirar el mundo y salir a él desde estos valles hermosos que siempre saben esconder su misterio, siempre. Por eso, también, el Bierzo, es doblemente interminable.
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