El Emperador

Con lo que costó el Musac se habrían apuntalado o restaurado directamente los 37 monumentos de la provincia leonesa que están en la lista roja de Hispania Nostra, esto es, en peligro inminente de desaparición. Con lo que costó el Auditorio de León se habrían rehabilitado los teatros Trianón y Emperador, dos joyas arquitectónicas del mundo del espectáculo, situadas, además, en el centro mismo de la ciudad.

Cierto que el Musac y el Auditorio juntos han transformado el paisaje urbanístico y arquitectónico de León, además de influir en su proyección turística (de la cultural no hablo; no estoy dotado para apreciar la influencia del arte contemporáneo y de la música de cámara en el imaginario de los jubilados leoneses), pero con lo que los dos edificios costaron cualquier ciudad alemana hubiera remodelado todos sus edificios antiguos y hubiera presupuestado un programa cultural para ellos para los siguientes treinta o cuarenta años. Pero en España somos así: tiramos la casa por la ventana y luego nos preguntamos qué hacemos con los muebles que teníamos.

Del Trianón no guardo muchos recuerdos, pero del Emperador, ese teatro maravilloso que ahora, me dicen, invaden las ratas y la humedad, sí. Aparte de ver en él mucho cine en la época en que Velasco –ese otro artista olvidado, como tantos en la capital del frío– cuyos carteles publicitarios alimentaron durante décadas la imaginación cinéfila de los leoneses, en el Emperador se estrenaron ‘La fuente de la edad’ y ‘El techo del mundo’, dos películas en cuyos guiones participé junto a sus directores, y se proyectó por primera vez en León la adaptación cinematográfica de mi novela ‘Luna de lobos’, con un lleno a rebosar y la asistencia de algunos de los actores. Así que como para no dolerme la situación de incuria y de decadencia de esa joya del espectáculo y de la vida cinéfila y teatral leonesa que, en cualquier otra ciudad del mundo, seguiría siendo su estandarte mientras que en León, tan contemporánea, languidece como tantas cosas.