El dinosaurio
El dinosaurio
A LA CONTRA IR

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El dinosaurio
Cuenta el cuento más famoso, tanto por corto como por bueno, que «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Ya no tiene vigencia porque los dinosaurios se han extinguido, aunque loas expertos dicen que no es cierto, que son muchas las aves que pertenecen a esa especie, lo que pasa es que vuelan, algo que seguramente no nos hubiéramos imaginado jamás.
A lo que iba, que me estoy metiendo en un barrizal del que igual no salgo ni con botas de esas altas para pescar en medio del río. El caso es que desde el cuento teníamos la sensación de que el dinosaurio sigue ahí, al acecho, presente siempre. Algo parecido al tambor ¿Te imaginas el mundo sin tambor? ¿Imaginas cualquier celebración en la que no te congreguen a golpe de tambor, bombo y platillos u otros habitantes del mismo planeta?
Viaja el tambor de prestar su solemne ruido en las procesiones de Semana Santa al alegre despertar de cualquier diana floreada en el pueblo más pequeño e irreverente. Pasa el tambor de avisar con su sonido que empiezan los actos más solemnes a darlos por finalizados cuando a su maestro tocador le apetezca dar ese golpe a los platillos que paraliza el mundo.
Es el tambor el dueño de los ritmos y los ritos. Que se lo pregunten a aquella orquestina de batería y acordeón que estiraba la pieza tanto como los mozos que bailaban con una apetecible pareja les pedían por medio de gestos. Hasta que al del tambor, el dinosuario que seguía allí, le parecía que ya era suficiente. Avisaba a su compañero con un contundente «¡ojo al terminar!» y a continuación golpeaba a los platillos con tal contundencia que no se movía ni una mosca. Y la otra mitad del dúo detenía la acordeón sin más dilación.
A lo que iba, que me estoy metiendo en un barrizal del que igual no salgo ni con botas de esas altas para pescar en medio del río. El caso es que desde el cuento teníamos la sensación de que el dinosaurio sigue ahí, al acecho, presente siempre. Algo parecido al tambor ¿Te imaginas el mundo sin tambor? ¿Imaginas cualquier celebración en la que no te congreguen a golpe de tambor, bombo y platillos u otros habitantes del mismo planeta?
Viaja el tambor de prestar su solemne ruido en las procesiones de Semana Santa al alegre despertar de cualquier diana floreada en el pueblo más pequeño e irreverente. Pasa el tambor de avisar con su sonido que empiezan los actos más solemnes a darlos por finalizados cuando a su maestro tocador le apetezca dar ese golpe a los platillos que paraliza el mundo.
Es el tambor el dueño de los ritmos y los ritos. Que se lo pregunten a aquella orquestina de batería y acordeón que estiraba la pieza tanto como los mozos que bailaban con una apetecible pareja les pedían por medio de gestos. Hasta que al del tambor, el dinosuario que seguía allí, le parecía que ya era suficiente. Avisaba a su compañero con un contundente «¡ojo al terminar!» y a continuación golpeaba a los platillos con tal contundencia que no se movía ni una mosca. Y la otra mitad del dúo detenía la acordeón sin más dilación.