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El club de la comedia distópica

07/05/2020
 Actualizado a 07/05/2020
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No sé ustedes cómo llevarán eso de las salidas controladas por el doble reloj de la vida, el que se puede consultar en las manillas de la fecha de nacimiento del DNI y el que llevamos atado a la muñeca. En mi caso, el salir de la pecera de cemento y ladrillo de mi casa me provoca cierto desgaste mental. Mientras voy caminando observo a las decenas de personas que deambulan a mi alrededor y me entran ganas de frotarme los ojos para descartar que estamos viviendo en una distopía. Pero como es desaconsejable tocarse los ojos con las manos, no tengo más remedio que aceptar la supuesta realidad que está ante mis ojos y que es digna de una novela futurista y distópica. Y así sigo maquinando y pensando si seríamos capaces de acostumbrarnos a que esta excepcionalidad se convirtiera en normalidad. Es más, mi cabeza no descansa hasta que vuelvo a mi madriguera y dejo de ver zombies de entre 14 y 70 años arrastrándose por el asfalto.

Pero antes de refugiarme en mi morada tengo que poner en peligro mi integridad física, ya que con el codo empujo la puerta del portal, también con el codo llamo al ascensor y selecciono el piso en cuestión. Eso sí, reconozco que he intentado abrir con las llaves en el codo la puerta de casa pero no he sido capaz. No quiero ser agorero, pero tiene que estar por las nubes la prevalencia de epicondilitis. Pero esto no acaba aquí, luego toca el malabarismo para quitarte las zapatillas reduciendo al máximo las probabilidades de contagio, para lo que en ocasiones hay que hacer piruetas que no tienen nada que envidiar a las de los espectáculos de ‘El Circo del Sol’. De ahí al baño a lavarte las manos, a las que ya les quedan menos de cincuenta lavados para perder definitivamente las huellas dactilares.

Y entonces es cuando te sientas en el sofá del salón, con el que has cogido tanta confianza en las últimas semanas que ha dado lugar a una relación tóxica, y en la televisión te sale Pedro Piqueras, que nos ha estado preparando durante años sin habernos dado cuenta para la situación actual, familiarizándonos con palabras como ‘apocalíptico, espeluznante, fatídico, horrible, grotesco…’. Durante su recorrido por la actualidad entra en las casas de todo tipo de invitados: médicos, cantantes, actores e incluso personas anónimas. Y ahí es donde nos encontramos el efecto ‘casa libro’. ¿Qué no saben a qué me refiero? Lo voy a exponer de otro modo y voy a ayudarme del rosco de Pasapalabra. Díganme con la ele objeto que aparece siempre detrás de una persona que es entrevistada por videoconferencia. Correcto. Libro. Es sin duda el atrezo más habitual y abundante hoy en día y que tiene como objetivo transmitir al espectador eso de «oiga, que yo soy una persona leída, qué se pensaban». A más libros, más caché intelectual. Por eso verán que incluso algunas estanterías están rebosando con varios ejemplares encima de otros dando lugar a un orgasmo cultural de proporciones inimaginables. Estoy seguro de que más de uno suda la gota gorda juntando todos los libros que tiene distribuidos por casa o por el trastero para colocarlos en la estantería que tendrá a sus espaldas durante la conexión. Además, también habrán hecho selección previa, no sea que por un descuido se vaya a ver el lomo de ’50 sombras de Grey’ o de ‘Ambiciones y reflexiones’ de Belén Esteban. Es más, cuentan las malas lenguas que en ocasiones alguno ha tenido que utilizar el comodín del vecino y pedirle prestado un buen puñado de libros.

Tras la visita a las ‘casas libro’, Pedro Piqueras nos lleva a diferentes puntos de España para mostrarnos que nuestro país se ha convertido en el nuevo ‘Port Aventura’, ya que hay colas para todo y éstas en ocasiones no tienen nada que envidiar a las esperas para subir al Dragon Khan o al Shambhala.

Y antes de despedirse nos habla sobre el aumento ‘estratosférico’ de ese invento del diablo llamado webinar. No sé a ustedes, pero a un servidor y tras una encuesta realizada a mi entorno está confirmado que a la mayoría de las personas nos supone un esfuerzo considerable eso de pronunciar correctamente ‘güebinar’. Eso sí, para dicha consulta he utilizado la misma metodología que el CIS, así que tampoco quiero jugármela diciendo que sea muy válido el resultado. A esto hay que añadir que hoy en día si no has participado en 25 webinar no eres nadie. A mí ya sólo me queda uno para doctorarme en este sistema. Y para ese momento tan especial estoy esperando al webinar ‘Mascarilla Guadiana’. Y no me refiero a que aparezcan o desaparezcan mascarillas como por arte de magia, sino al número de prestidigitación con el que nos han entretenido durante semanas sobre la conveniencia o no de su utilización por parte de la población. Y es que como diría el cantautor guatemalteco Ricardo Arjona: «el problema no es que mientas, el problema es que te creo, el problema no es que juegues, el problema es que es conmigo».
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