El callado perfil de la musa

Úrsula Rodríguez Hesles fue una mujer tremendamente culta y altamente preparada que cultivó su amor por la pintura y las lenguas, además de colaborar siempre con su marido, el igualmente añorado Antonio Pereira

Mercedes G. Rojo
21/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Úrsula Rodríguez y autoridades en la exposición de Robés  ‘El oficio de mirar’. | MAURICIO PEÑA
Úrsula Rodríguez y autoridades en la exposición de Robés ‘El oficio de mirar’. | MAURICIO PEÑA
"(…) Eres ciudad de estar. Si se pudiera...
En ti se cumplen todos mis caminos
y solo queda hacer parada y fonda (...)"
(De ‘Úrsula ciudad’.Antonio Pereira)

A poco más de un mes para un nuevo aniversario del encuentro fortuito entre nuestra protagonista de hoy y quien sería su compañero por más de medio siglo, el pasado 18 de mayo de esta inquieta primavera nos trajo el anuncio de la pérdida de Úrsula Rodríguez Hesles (Jaén, ¿1931? – León, 2019, apenas unos días después del 25 de abril, cuando -a través del espectáculo ‘Mucho cuento. Diez años con Antonio Pereira’– se recordaban los diez años de ausencia de Antonio Pereira, su compañero de vida. Se la echó de menos en el Auditorio Ciudad de León, se la echará definitivamente de menos cuando el 13 de junio –coincidiendo con el aniversario del nacimiento del escritor villafranquino– se vuelva a presentar al público en su villa natal; esta vez con un tinte aún más luctuoso, porque sin la presencia de Úrsula, ya ninguno de los actos que se le dediquen a este maestro del cuento será lo mismo.

Para cuantos la conocieron, es casi impensable recordar a Úrsula desligada de la figura de Antonio; no en vano fueron casi sesenta y ocho años juntos desde que se casaran en 1951, los últimos diez como su viuda pero igualmente muy ligada a él a través del empeño en seguir esa labor imparable de reconocimiento de su obra que desde la Fundación Pereira, de la que era vicepresidenta, y la Universidad de León venía haciendo. De madre jienense y padre alemán, Úrsula Rodríguez Hesles llegó a la vida de Antonio Pereira unas fiestas de San Juan, cuando la andaluza –de visita en la ciudad donde entonces vivía su hermana– se encontró con él en la cola del cine Crucero, para ver ‘Casablanca’. En breve se casarían y comenzarían su vida juntos.

Más allá del indisoluble tándem que Úrsula y Antonio suponen, objetivo de esta sección era ahondar en la figura de ella, una interesante personalidad con mucho que aportar. Con su inesperada muerte la crónica ha de quedar incompleta al truncarse definitivamente la cita que teníamos pendiente. A pesar de la mucha gente que la referencia casi exclusivamente como «la mujer de», primero, y «la viuda de Antonio Pereira», después, fue Úrsula una mujer tremendamente culta y altamente preparada que cultivó su amor por la pintura y las lenguas –además de colaborar siempre con su marido «tanto en la oficina de su empresa como leyendo y corrigiendo sus textos», tal y como ha reconocido en diversas ocasiones–, encontrando siempre tiempo para sí misma y para su propia obra, en la que destaca su labor como traductora.

Lectora voraz desde niña, se graduó en puericultura, aunque posteriormente se decantaría por su pasión por las lenguas. Comenzó con el acercamiento al inglés y al italiano y luego llegaría el francés. Y del conocimiento a su aplicación, con traducciones del francés como la de ‘Tartarín de Tarascón’, de Daudet; o del inglés, como la de ‘El príncipe feliz y otros cuentos’, de Oscar Wilde o la de ‘Peter Pan en los jardines de Kensington’, de J. M. Barrie. De su pasión por los idiomas y la literatura, que caminaban de la mano, Pereira llegaría alguna vez a decir de ella: «se duele de no saber ruso para traducir directamente a Tolstoi».

De Úrsula, esta «leonesa por amor», (con «…el corazón partío… Aunque nací en Jaén, soy leonesa y andaluza, y muy afrancesada además», se definía) podemos seguir su rastro como musa en muchas de las obras de A. Pereira (se reconocía, por ejemplo, en ‘El síndrome de Estocolmo’); como guardiana de su obra literaria en todo el trabajo realizado desde la Fundación en los últimos años, especialmente con la publicación de ‘Todos los cuentos’, (Siruela, 2012), recopilación en la que creía no haberse dejado ninguno fuera. Y es, además, una de esas valiosas mujeres que se van de esta vida sin encontrar en las páginas de la historia unas líneas específicas dedicadas a su propia valía.

Particularmente, apenas me dio tiempo a agradecerle la colaboración desde la Fundación para el concurso ‘Relatos para Josefina’, en cuya entrega de premios ya no pudo acompañarnos, como tampoco disfrutar de la lectura de los relatos ganadores de los que hubiera disfrutado, dada la admiración que sentía «por la manera de entender la literatura, de entenderse con los jóvenes (…)» de Pereira y su propio amor por la literatura.

Dejó inconclusa la publicación de las memorias de Antonio o la instauración de unas becas para realizar estudios sobre su obra. A nosotros nos queda pendiente descubrirla más allá de la propia obra del escritor, aunque también a través de la impronta que dejó en muchos de sus textos. Sin duda llegará el día en que alguien recoja el testigo que nos presente esa otra faceta de Úrsula, la de su valía personal, la de sus trabajos, incluidas –tal vez– esas notas que celosamente guardaba acerca de sus viajes por medio mundo, y que ella recordaba como maravillosos; y de la amplia galería de personajes con los que se fue encontrando a lo largo de una intensa vida, algunos de los cuales definió como gente extraordinaria. Su propio y verdadero perfil.
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