Publica una radiografía de las letras bercianas con las que ha compartido lecturas, amistades y ha ido llenando la biblioteca que imaginó Borges.De ahí que sea él quien tenga que poner título a su último trabajo: Borges en El Bierzo, un relato del berciano Valentín Carrera para compartir y un polígono geométrico desde el que lanzar una mirada a lo que merece la pena.
-Una librería de autores bercianos recorre en su nueva publicación, ¿qué le atrae de ellos?
-La etiqueta ‘autores bercianos’ (siempre añado entre paréntesis ‘y leoneses’) aglutina gentes muy diversas: los que viven en El Bierzo, nacidos o no; los de la diáspora y el exilio, los clásicos, los de mi generación, las novísimas. Todos y todas tenemos en común sentimientos, vivencias, vocabulario, temas. Para mí, y espero que nadie se sienta incómodo, es la pertenencia al hexágono berciano de la Biblioteca de Babel que imaginó Borges.
-Un libro que le convierte en un lector experimentado que ha tenido que recoger 40 años de libros en 54 artículos ¿cómo se hace eso?
-Pues leyendo mucho a lo largo de muchos años. Quise editar Borges en El Bierzo precisamente porque recoge una radiografía de las Letras Bercianas que abarca casi medio siglo. Es la mirada, o la lectura, de un observador amable y amistoso que ha tenido el lujo de contemplar el hexágono de las letras bercianas y leonesas en primera línea. Muchos de los autores y autoras son amigos personales o colegas, pero también hay otros muchos a los que no he tratado en persona, pero sus libros me interesaron y me sedujeron.
-Todos se abren con un encuentro, el suyo con el autor, un cariñín al decir berciano de acercamiento a él ¿no se lee igual cuando se conoce al autor que cuando no?
-El cariñín, como dices, es inevitable. Cuando has estado una noche entera riendo con César Gavela, escribiendo a cuatro manos la biografía de Sefarín Bodelón y sus ranas adúlteras; cuando hay complicidad en las bromas o en las críticas, es difícil evitar esa cercanía. Pero los 54 artículos de Borges en El Bierzo no son críticas literarias. Yo no soy crítico ni lo pretendo; soy lector: leo, observo, analizo, procuro contextualizar cada libro con su tiempo o con el momento creativo del autor, desvelar algunas claves, y hacerlo todo desde la seducción. Cuando un libro me gusta, escribo una reseña para que sirva de invitación a que otras personas lo lean también. Borges en El Bierzo es un menú degustación de las Letras Bercianas para que cada cual escoja el plato que más le guste y lea a la carta. Cada cual a la suya.
-Algunos de ellos incluso son publicaciones que ha amparado con su sello editorial ¿qué enciende la bombilla para considerar que es necesario dar luz a esas letras?
-Mi faceta como editor fue una experiencia, un aprendizaje. Quizás llegué por necesidad y acabé editando a otros autores. Debo confesar que el criterio de selección no fue riguroso; en realidad el único criterio era formar parte de ese hexágono de las Letras Bercianas, sin juzgar. Ya he dicho que no soy crítico literario; y como editor, un aficionado. Pero me lo he pasado muy bien leyendo y editando. Recuerdo, por ejemplo, uno de los últimos títulos, Nombres propios, de Pepe Álvarez de Paz, que ya estaba muy enfermo cuando empezamos a trabajar en su libro. Me dio la ocasión de conocer mejor a una persona excelente, cercana, valiente, progresista. Como casi no podía hablar, cuando nos sentábamos a corregir galeradas, me escribía notas. Era tierno y divertido.
-Esta pregunta será la más difícil: si tuviera que quedarse con una de las lecturas de las que habla, con qué autor y lectura sería.
-Pues sí, es una pregunta comprometida, pero me mojo. En viajes, me sigue sorprendiendo Donde las Hurdes se llaman Cabrera de Ramón Carnicer. En poesía, la Antífona de Mestre y La lluvia amarilla de Julio Llamazares (algunos dirán que es relato, pero es pura poesía); en cuentos, César Gavela y Fermín López Costero; y en ensayo, Atardecer en Atenas de Aniceto Núñez. ¡Vaya!, me has pedido uno y me ha salido media docena, pero podría añadir otra docena y media: no es difícil, en las Letras Bercianas hay cantidad y calidad.
-Incluso hay lecturas que han ido más allá y se las ha llevado a los pies como la de Carnicer con ese recorrido por las Hurdes bercianas que él retrató. Que un libro consiga sacarle ese estímulo de conocer lo que otro plasma, ¿es lo que más aprecia de esas lecturas recopilas en su cabeza durante 40 años?
-Sí, lo acabo de citar porque los libros de Ramón son para llevar en la mochila; no hace mucho fui a Nueva York y me llevé su Nueva York, nivel de vida, nivel de muerte, que es un libro de 1968, reeditado en 2012 por Cálamo en una edición estupenda; y cuarenta años después, la voz de Carnicer te sigue acompañando por Manhattan.
-Después de este libro que llena esa librería soñada por Borges ¿qué poso le queda al autor?
-Me queda un sentimiento de gratitud hacia todos los autores y autoras que nos regalan su talento y su tiempo: la sensación de haber disfrutado y aprendido mucho. Y gratitud también a Bierzo 7, a La Crónica de León y a La Nueva Crónica, que durante estos cuarenta años han sido mi casa, con mucha generosidad y libertad. Impagable.
-¿Qué le queda por leer a Valentín Carrera?, ¿y por escribir?
-Por leer me queda todo, millones y millones de hexágonos de la biblioteca infinita, con la certeza de que por mucho que leas, nunca vas a leer más que una ínfima parte del caudal de ese inmenso Amazonas que son los libros. Y por escribir también me queda todo: he publicado treinta y pico libros y tengo la sensación de que soy un novato que está empezando. Morrendo e aprendendo, dice el refrán gallego. Pero, me alegro de que me haga usted esa pregunta y aprovecho la pausa publicitaria: estoy acabando una novela de no ficción sobre el misionero fray Rosendo Salvado, fundador de la misión de New Norcia en Australia Occidental. Un personaje tan fascinante como desconocido, que va a sorprender a muchos.
-¿Y qué le gustaría leer de los autores bercianos que no haya leído aún?
-Los manuscritos, la correspondencia con otros autores, los textos inéditos. A veces, en lo no publicado se agazapan pistas y claves que se eliminan al publicar un libro por pudor, por no herir a Fulano, por miedo a Mengano. La lectura de las cartas y manuscritos de Enrique Gil me ha dado claves que no están en sus artículos y se entiende mejor, o simplemente, se entiende El Señor de Bembibre cuando conoces esas claves. Claro que luego dices que es una novela en parte autobiográfica, en la que Enrique se retrata a sí misma como doña Beatriz, y alguna gente te mira como a un hereje. Pero es así. ¡Vaya, ya tardaba en salir Enrique Gil en el hexágono berciano de Babel!