A los pies del balcón resbala el planeta. Doña Saludina, embarcada en una gran nave de madera, se dispone a surcar espacios imaginarios. Me invita a subir. Durante el viaje reparte pan de centeno, castañas y vino. Rememora historias escuchadas de niña, con ojos atónitos,en aquellas noches de invierno junto al fuego comunal.
Un perro magnífico, Pitús. Enorme, más grande que un mastín grande, aunque de complexión estilizada, sin grasa, músculos netos. Del color de los helechos secos. Le habían colocado una carlanca para blindar aún más su naturaleza formidable. Y sagaz entre los mismísimos lobos. Ahuyentaba a la manada entera: ¡hau, hau, hau, hau, hau!, acosándoles sin tregua.
Una tarde de enero localizó dos,prestos a saltar sobre el rebaño, que ya estaba a punto de recogerse en el aprisco. Le faltó tiempo para afrontarlos, belfos fruncidos, colmillos como dagas de porcelana. Hubieran sido destrozados al momento, de no haber escapado.
-¡Hala monín, persíguelos, persíguelos…!
A los gritos del pastor respondieron los vecinos. Sabedores de la bravura del can, también comenzaron a animarle. Las peñas del Calabreiro, de la Seara Veya y el Penedo de Vila contribuían con sus ecos, multiplicando los elogios.
-¡Ándale vivo, valiente. Pitús: mátalos, mátalos…!
¡Hau, hau, hau, hau, hau!, sin descanso tras ellos, enfebrecido. Ciego de ira cruzó el río. Apenas salido de la corriente, paró a sacudir el agua que le entorpecía. En ese momento dos diablos negros le engancharon por el morro y por el rabo; así bien sujeto, un tercero que estaba a la espera lo destripó. En un santiamén fue descuartizado.
Penoselo, julio de 1991.
