Por fin, María José Montero, de nuevo en el camino

La escritora berciana nos regala, en su poemario, 'De nuevo en el camino', versos cargados de sinceridad y un texto repleto de profundas reflexiones.

Ruy Vega
25/09/2022
 Actualizado a 25/09/2022
Portada de algunos de los libros de la autora, la berciana María José Montero.
Portada de algunos de los libros de la autora, la berciana María José Montero.
Tengo un libro de poesía entre mis manos. Leo 'De nuevo en el camino' y siento de cerca a la poeta. Porque a veces leo versos, pero no siempre leo poesía. Y sí, lo diferencio con claridad. Papá, hoy te traigo, en esta nueva Carta a ninguna parte, una autora de la que hasta ahora no te había hablado. Hoy pasaremos un rato con María José Montero Núñez.

Es un día nublado. Fuera, más allá del cristal que me deja ver el exterior, las nubes son grises, las hojas de los árboles se balancean por el viento y unas tímidas gotas golpean mi hogar. Yo estoy en casa, escucho música. En el instante de escribir estas líneas, Maryland suena con un alto volumen por los cascos que llevo puestos. Un refresco descansa a la izquierda de mi ordenador. Es el preciso instante en el que se unen tiempo y sensaciones para hablar, precisamente, de poesía. Papá, presiento que esta carta te gustará.

María José nos introduce una dedicatoria de necesario tatuaje en el alma: «A quien conmigo va». Con el libro recorremos pensamientos de la poeta hasta llegar a comprender cada grito al recuerdo y a la realidad que nos entrega. Para ello, hay que detenerse en el primero de los textos, titulado Reflexiones de la autora, y que nos sirve para comprender, en mayor profundidad, el camino que vamos a emprender. Estas páginas tan personales, tan propias y precisas, sirven para sentarnos al lado de María José, mirarle fijamente a los ojos y preguntarle: «Cuéntame, ¿cómo estás?». Pocos son capaces de responder con poemas. Ella lo ha hecho de forma maestra.
«Conozco la agonía del dolor, / conozco la desazón del que se sabe / desterrado por siempre. / Conozco el escozor de los ojos / que observan impotentes la vileza / porque han navegado por un río de sombras», nos dice en Liberad vuestra pena.

El dolor, qué sensación de abatimiento más humana, sobre todo si es el dolor en el alma, aquel que llega cuando estamos a solas, cuando recuerdos golpean el corazón, cuando falló el que no debía hacerlo, cuando erró quien sonrío durante decenios. La propia autora nos dice, en Esos labios, que «Esos labios que ahora me sonríen / y me regalan palabras / que creen de mi agrado / no son si no los labios / que otrora gritaron: / No tengáis piedad, /seguid clavando clavos». Labios, seguid clavando clavos.

La poesía siempre ha sido vehículo para la expresión humana. Amor, pasión, olvido, temor. La poesía siempre ha existido, desde que comenzamos a pensar. Quizá no sabíamos estructurarla en versos prefijados, puede que no tuviéramos ni letras para marcar pensamientos en una superficie, pero no importa. Papá, creo que ya entonces existía la poesía. Palabras transmitidas de generación en generación nos la trajeron hasta nosotros. Por eso sigue siendo tan importante (imprescindible) hoy en día, porque pocas creaciones nuestras son tan capaces de reflejar lo que somos como los versos. Y por eso, autoras como María José Montero son tan necesarias. Porque no solo leerlas es un verdadero placer, porque no solo nos sirve para llegar hasta sus sensaciones en el momento en el que redactó el texto, sino también porque, y de esto estoy muy seguro, muchos de sus lectores se verán reflejados en cada una de sus palabras. Solo me queda darle las gracias.

Doy un pequeño salto hasta el poema Desde la luz al sueño, donde te destaco los siguientes versos: «Quietud, / silencio, / la noche avanza lenta / y hay calma en el viento; / un paraguas de nubes / se abre allá en el cielo, / solo una triste estrella / se hace un hueco muy quedo / y me muestra su brillo / como un pañuelo / y creo que sonríe / mientras yo la contemplo». Justo este mismo texto podría reflejar donde yo ahora me encuentro, hablando de nuevo contigo, con esta nueva carta. Y es que nadie como ella para mirar por nosotros lo que nos rodea. Yo no sería capaz de hacerlo con tanta belleza. Todos tenemos las palabras, pero los poetas sabes dibujar con ellas canciones de percepción en el alma.

En esta profunda reflexión que es De nuevo en el camino, en este caminar con María José hablando sobre cómo se siente, podemos encontrar multitud de versos que podrían ser lecciones al lector, precisos textos que debemos no solo leer, sino también comprender y aplicar. Sirva de ejemplo el final del poema Porque nada hay más grande en esta vida, donde leemos: «que traicionen la calma del honesto, / porque nada hay más grande en esta vida / que sabemos prestada / que el poder caminar / con la mirada limpia / y dormir con la música acompasada / del que se sabe despojado / de los herrajes / de una mala conciencia». Nada que añadir, solo aplaudir.

Pensamientos profundos como los que también encontramos en Impresiones de una tarde de septiembre, precisamente una tarde como hoy. Ahí, papá, podrás encontrar estos versos: «Amancio Prada llena la estancia / con su voz y las palabras de Rosalía, / el corazón se agranda de recuerdos / y regresa la infancia hasta el teclado. / Hoy es un día más en el milagro de la vida, / sé que los minutos son prestados / y que el calendario marca / con ritmo acelerado / el latido incesante de las horas». Así es, los minutos son prestados.

No puedo dejar pasar, por su profundo significado, quizá el eje central y raíz del árbol que luego se convirtió en poemario, el poema que María José dedica a F.J.I.P. y cuyo título es Gratitud (que enorme y satisfactoria sensación de estar haciendo algo bien cuando agradeces a quien se lo merece). En él, la poeta nos explica el motivo, que no es otro que los minutos prestados que antes mencionaba. Nos dice: «Sosiego en la mirada, / ternura en la sonrisa, / cerebro, / corazón, / manos. / Manos, / corazón, /cerebro. / Humanidad, / sabiduría, / cercanía: / La puerta de lo perfecto». Ojalá la vida ponga a nuestro lado, siempre, personas así.

Debo ir cerrando ya esta nueva carta, pero me gustaría (aunque estoy seguro de que ya no hace falta y que tendrás unas enormes ganas de leer el poemario) detallarte un poema más, para animarte a su lectura, que ya considero necesaria. Me detengo en A través de las horas, donde María José Montero nos describe el paso imparable del tiempo en nuestras propias vidas: «Hay un reloj de arena / que nunca se detiene / es el paso del tiempo / que pasa inexorable / y un día te levantas y compruebas / que la vida va pasando / y ves que la energía / que antaño te habitaba / se pasea sonriente / por los cerros que contemplas / a través de la ventana».

Y así es el tiempo, sin duda. Qué necesidad de aprovecharlo, qué increíble es que solo nos demos cuenta cuando tenemos una experiencia que nos ha hecho creer en el fin del mismo. Debería levantarme cada día con la sensación de felicidad del que sigue aquí, al menos pudiendo compartir sensaciones con cada uno de nosotros, con la increíble oportunidad de seguir navegando, aunque sea entre la tormenta.No es necesario tener una vida larga, no, no lo es. Lo que es necesario es intentar ser feliz el tiempo que esta te acompañe. Y por eso, papá, por eso y por mucho más, me aferro a unas palabras con las que siempre finalizo estas Cartas a ninguna parte, y que en momentos como este tienen más sentido que nunca: No es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
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