Plaza Fernando Miranda y tres inmuebles de referencia

Rafa Casas
21/04/2024
 Actualizado a 21/04/2024
Edificio con chaflán redondeado, con su peculiar torreta, de ahí su nombre de Casa de la Campana.
Edificio con chaflán redondeado, con su peculiar torreta, de ahí su nombre de Casa de la Campana.

Resulta difícil reconocer la actual plaza Fernando Miranda con relación a la que conocí en la década de los 60 del pasado siglo, con el nombre de comandante Manso. Tres edificios, a pesar del transcurrir de los años, consiguen que pueda hacer identificable esta zona de la actual Ponferrada. Apenas han sufrido modificaciones significativas, el paso del tiempo parece no haber hecho mella alguna en su fisonomía.

Uno de ellos es un edificio en el que destaca su chaflan redondeado. En su parte superior, una torreta circular. Dicha construcción le da nombre al inmueble, ‘Casa de la Campana’. En su portal de acceso al edificio, el número 32; en su parte superior, una placa donde se lee: ‘Plaza comandante Manso’. Dueños Venancio García del Río -dedicado a la madera- y Antonio Domingo Vázquez. Diseño inicial de 1938 de Mirones posteriormente modificado por el arquitecto Miguel de la Torriente. He escuchado en boca de personas mayores que fue la primera edificación de la ciudad que contó con ascensor. En su entreplanta estaban las oficinas de las explotaciones de hierro, ubicadas en el pueblo de San Miguel de las Dueñas, con nombre de músicos: Coto Vivaldi y Coto Wagner. 

Otro es una edificación con vistas a la plaza y entrada por Avenida de España, 31. El bajo estuvo ocupado por la droguería atendida por varios miembros de la saga Gallego Garrido; sus estanterías nos hablan de jabón de lavar, Lagarto, papel higiénico envuelto en papel celofán amarillo con letras en rojo ‘El Elefante’, agua mineral Fuente del Val-Mondariz, colonia de Lavanda Puig o Agua Brava, que se vendía a granel. Pegado a esta edificación el bar Olego, mismo lugar y nombre en aquellos años. El vaso de vino o chato acompañado de un mejillón cocido, servido en un pocillo con su caldo calentito cualquier de los 365 días del año. En una de las viviendas del edificio anteriormente citado vivió César Gavela, autor -bajo mi punto de vista- de la mejor novela que cuenta la historia de mi querida Ponferrada: ‘El puente de Hierro’. 

Última referencia a citar es el inmueble con una fachada orientada a la plaza Fernando Miranda, la otra a la actual Avda. del Castillo. En el bajo, un enorme local comercial ocupado ahora por un negocio del ramo de la hostelería, antaño la mueblería García. Número 14 en su puerta. En pleno siglo XXI, un letrero a pie de una ventana de segundo piso: Ernesto Terrón. Cirugía de huesos y articulaciones. Reumatismo. Ortopedia. 

En su fachada al suroeste hubo una zona de zarzas y arbustos (destacando las ortigas) rodeado por una empalizada con una puerta casi siempre abierta por la que accedíamos a la llamada La Selva por los guajes del barrio, espacio de auténtica lección de Ciencias Naturales, viva y práctica. De animales, dos peligrosos arácnidos; tarántulas, negra, velloso tórax, patas fuerte, cuya picadura producía una inflamación; y, escorpiones, cuyo abdomen se prolongaba en una cola de 6 segmentos, acabado en un guijón (cuya picadura era peligrosísima). De reptiles, pequeñas culebras; algunos las llamaban furones. En uno de sus laterales, una cancela de dimensiones considerables (a manera de puerta), no permitía el acceso a la estación del Norte-Renfe. Hubo un período de tiempo que había que pagar para pasar por este lugar. Nosotros nos colábamos por entre la vegetación de ‘nuestra Selva’. 

Ahora un relato muy especial de dos edificaciones pegadas y que parecen una sola pero bien diferenciadas, ambas con un bajo en su parte interior y en la superior una única planta. Uno da a la actual Avda. de España, conocida en aquellos años por el Paseo. Tenía en sus bajos la farmacia Mazaira y la peluquería-barbería del señor Víctor Ruiz, que resultaba ser un local bastante grande, popular y con muchísima clientela. El otro, a la calle con nombre Diego Antonio González. Esta segunda vivienda podemos reconocerla por estar numerada con el número 4, que daba acceso a la escuela de doña Lucrecia Canal en la planta superior. En sus bajos un negocio dedicado al corte de pelo y afeitado. Se le conocía por el nombre de los Hermanos Blas, la mayoría de las veces sin clientes. Dos hermanos totalmente opuestos tanto físicamente como en el trato. 

Sería posiblemente el año de 1957 cuando comencé ir a la escuela de doña Lucrecia Canal, mi primer acto de socialización. Para su acceso teníamos que superar dos tramos de escaleras. Clase unitaria. La edad del alumnado oscilaba en torno a los cinco años hasta los once o doce años. Esta escuela resultaría ser la primera para una mayoría de los niños y niñas de esta zona del barrio de La Puebla, nacidos entre 1950 y 1955. Tareas a realizar, en su mayoría aritmética y resolución de sencillos problemas, donde se aplicaban las cuatro operaciones de toda la vida: sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Por otro lado, la lectura y escritura, donde el buen trazado de las letras se valoraba en gran medida, era importantísimo una buena caligrafía. 

Sin recreo, exclusivamente se abandonaba el aula, en riguroso orden y luego del visto bueno pertinente, para ir al lavabo. El mismo era el de la casa propia de doña Lucrecia, vivienda habitada junto a su hija María Pilar, que también sería maestra. Material escolar: una losa de pizarra, borde de madera, con un pizarrín como objeto de escritura. En contados casos la pizarra era de latón y su correspondiente tiza.

Típica foto que nos recuerda nuestro paso por la escuela, allá por los años 60.
Típica foto que nos recuerda nuestro paso por la escuela, allá por los años 60.

El mobiliario lo formaban un largo banco siempre limpio e impregnado de un olor a sal húmeda y a vinagre. La pared central ocupada por una pizarra negra y, en su parte superior, un crucifijo. A un lado de Jesucristo, un cuadro del caudillo de España, Francisco Franco Bahamonde; al otro, el rostro de José Antonio -de apellidos Primo de Rivera. También un mapa político de España con sus regiones históricas y provincias de España. Referente a León, lo formaban cinco provincias: León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia; según estudiamos en la Enciclopedia Álvarez, en su Tercer Grado. Pegadita a la región leonesa, Castilla La Vieja, con las provincias restantes a la actual comunidad de Castilla y León. Añadamos la provincia de Santander, que en la actualidad forma la comunidad uniprovincial de Cantabria.

Nuestra doña Lucrecia, siempre de negro, a lo sumo de gris. Mujer enérgica, muy recta, al menos así resultaba ser ante mis ojos. Dada su larga longevidad en el campo de la docencia, pasaría por épocas históricas de nuestra España tales como la república, la guerra, el franquismo y la transición. Su labor sería la semilla o germen de que bastantes de sus alumnos llegasen a ejercer la bella y hermosa profesión de maestro. 

Como recuerdo del curso 1960-61, la típica foto de esta etapa escolar. Ahora orlas con todo el alumnado y profesorado de la misma promoción. En aquellos años, individual. El decorado, de la foto, igual para todos. De fondo un mural, con una ventana, persiana y cortinas; un cuadro; una estantería al completo de libros. En primer plano, mesa escritorio con un pisapapeles y un avión; parte izquierda, un teléfono; derecha, un libro. El protagonista central era un niño de 8 años con cara angelical, pelo corto y flequillo. En la mano derecha, una especie de estilográfica; la izquierda, con el palmo apoyado en una especia de agenda. En blanco y negro, con un tono que le hacía parecer ser en color. Dimensiones 18 x 11, centímetros. 

A lo largo de su dilatada vida de esta plaza, y en diferentes etapas, ha visto un jardín, un surtidor de gasolina; oficinas del arquitecto Daniel Calleja, bar El Norte -sin la caja tonta, televisor-, cafetería-pub London, calzados Pañeda, Fren enmarcados de cuadros, parada de coches de línea con dirección a la Cabrera y Barco de Valdeorras, casa Mercurino, un estanco, imprenta, etc. En el presente, un buzón de correos, un kiosco, -que en los tiempos que corren lo podemos catalogar como una auténtica reliquia-, varios establecimientos del gremio de la hostelería, no pudiendo dejar de citar el incombustible café Veracruz bar (tortilla de Maruja y Vicente padre), floristería, supermercado, etc. Zona peatonal, toda ella, que da cobijo a la primera fuente ornamental con la que contó nuestra ciudad. Lugar de cita, como epicentro, de los aficionados al fútbol que horas después acudirán al Estadio El Toralín en una clara muestra de amor y pasión por los colores blanquiazules de su amada Deportiva.

Esta céntrica plaza de la Ponferrada moderna ha servido para acoger diferentes tipos de eventos sociales. Entre otros, las jornadas del vino, hasta hace unos años las casetas para celebrar la conocida como Feria del Libro y la posterior del Libro Antiguo y de Ocasión. En estos últimos años, una carpa para cobijar dos amigos del mundo de la infancia como son Papa Noel y el Mago Chapula; actos y diversas actividades relacionadas con las fiestas de la conocida Noche Templaria. En época navideña, actuaciones de magia. Son infinidad de recuerdos los que afloran a mi mente.

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