Navegando entre trazos de carbón

Noemí Sabugal nos lleva no únicamente hasta las comarcas mineras, sino que nos sienta cara a cara con sus gentes, con sus pensamientos y sus miedos

Ruy Vega
24/01/2021
 Actualizado a 24/01/2021
Portada del libro ‘Hijos del carbón’, junto a otras obras, en la mesa de Ruy.
Portada del libro ‘Hijos del carbón’, junto a otras obras, en la mesa de Ruy.
Hubo un tiempo, papá, en el que el camino era único, en el que el horizonte era impredecible, en el que paso a paso, generación a generación, las huellas fueron quedando marcadas en un camino ya escrito. Y el camino, como todo camino, tenía un final. Y es ahí donde Noemí Sabugal nos regala su última obra: ‘Hijos del carbón’. Noemí, a quien ya conoces de la carta que te escribí acerca de ‘Una chica sin suerte’, cogió una maleta y un cuaderno de notas embarcándose en un viaje ya sin retorno: el viaje que uno hace hacia el conocimiento de una sociedad y un modo de vida que deberíamos tener siempre presente.

Dice Noemí que Julio Llamazares se lo advirtió: “Estás condenada a escribirlo”. ¿Y sabes por qué? Porque ella, como tantos otros, aunque por su sangre corre la tinta de la literatura, su corazón late al ritmo de la sociedad minera que su familia vivió.

Es este un viaje quizá hacia lo desconocido; porque mucho, miles de palabras y cientos de miles de páginas, se han escrito sobre la minería, pero pocas, muy pocas, sobre sus gentes. El porqué, el cuándo, el cómo y, sobre todo, el después. Ella lo hace. Y nos lleva en su bolsillo como viajeros indiscretos de un sendero necesario, obligado casi recorrer si lo que deseas es conocer.  Estoy seguro, papá, que te encantará. No lo olvides: ‘Hijos del carbón’.

Admiro el camino recorrido, porque además de un trabajo de documentación tremendo, como lo hace tan solo el que ama el caminar, nos ha metido, de lleno, en aquellas ciudades y pueblos que hoy viven en la incertidumbre del que hace preguntas, pero no obtiene respuestas. He leído el libro, he visto con los mismos ojos que Noemí ha visto, he sentido que hablaba con ella y con aquellas gentes que va encontrando en su destino, he notado el ‘click’ de la cámara de fotos con las que Pablo, la mano derecha de talento para captar lo sincero, dibuja en el lienzo de lo perceptible lo que ella describe con maestría.

¿Y por qué Noemí, sí o sí, navegaría estas aguas negras de polvo de carbón? No es necesaria una respuesta, papá, tan solo lee lo que ella misma escribe en la primera página: “Mi abuelo José tenía una nueva oscura en el pecho. Sus pulmones eran una esponja negra que había absorbido durante dos décadas el polvo del carbón […]. Mi abuelo Santos se quedó enterrado en la mina tras una explosión de grisú, el gas asesino de las minas de carbón”.

Algo más de trescientas páginas, como podían ser mil, tres mil o diez mil, pues en las cuencas mineras hay tantas historias que contar como personas, tantos futuros inciertos que alumbrar, tantos sueños que recordar. Nos dice, poco después, que “un amigo me dijo una vez que mejorar las carreteras de los pueblos solo sirve para que sus vecinos los abandonen con más rapidez”. ¿Qué más se puede decir? Poco, papá, poco. Una vida entera encerrada en una única frase.

El libro nos lleva hasta las personas, hasta las circunstancias, hasta el conocimiento y entendimiento de las causas, y nos detalla conceptos que, para los que no lo han vivido, pueden sonar lejanos, aunque conocidos. Un ejemplo es el capítulo dedicado a la épica minera, más que conocida; un compañerismo que llega hasta el auténtico límite, un mano a mano que solamente las profesiones más duras y sometidas a mayor presión vislumbran con esa misma escala. Porque, ¿sabes?, cuando dos mineros se miran a los ojos observan la fuerza de alguien que haría lo que fuera por el otro.

Como te adelantaba, iremos con Noemí hasta los pueblos por donde ella se ha sumergido, conociendo de primera mano sus propios pasos. Porque no es este un libro de vida escrito únicamente desde una mesa, es este un libro en el que la autora se subió a su propio barco y se metió entre las olas y la furia del mar, para poder hablar de primera mano de la tormenta. Solo así se consigue lo que ella logra: realidad. Y no faltan ejemplos, como cuando habla de Mieres, donde nos indica que “brillaba el sol, era verano y el verano en los pueblos es un espejismo, pero tampoco en invierno faltan estos mercados ni están vacíos. Junto a los puestos, los restaurantes se llenan. El collar dorado de la sidra escanciada en el vaso, las voces restallantes”.

Otro ejemplo del viaje se encuentra en su caminar por el Bierzo: “La helada estruja las berzas que resisten en los huertos. Los campos son retales blancos entre las sebes. Un hombre con una silla de ruedas eléctrica pasa por la calzada, junto a la acera. No se sube a ella porque no podría ir tan rápido por esas baldosas que bailan. Su respiración bajo la bufanda le sigue en una nube de vapor”.

En este viaje necesario, del que ya no queremos desprendernos, llegaremos hasta Asturias, León, el Bierzo, Laciana y Sabero, hasta Palencia, hasta las cuencas del Ebro y el Segre, hasta Teruel, hasta Barcelona, Ciudad Real, Sevilla y Córdoba, hasta A Coruña. Como ves, hasta todas y cada una de ellas, pues ha sido un recorrido que no ha dejado nada atrás, nada.

Me detengo ahora en el capítulo de Palencia, que comienza, como no podía ser de otro modo, como solo alguien como ella y con su talento para escribir y describir, puede hacer. Con comienzos así, ya no queda otra opción: debes leer hasta el final. Nos dice que “las nubes son hebras sucias de algodón retorcido. Están tan bajas que parece que el cielo fuera a caerse sobre nuestras cabezas, como temían los galos. Pronto lo hará. El aguacero encharcará los campos donde empiezan a crecer la cebada y el trigo”.

Es este libro, papá, un viaje que te envuelve hasta el más mínimo detalle, un destino que, al llegar, el aprendizaje ha sido casi inabarcable. Es un libro con el que conocer y sumergirte, como te comentaba, en el pasado, en el presente y en el futuro que espera. Es un libro que me lleva hasta detalles insospechados, envueltos en un trabajo constante de datos y recopilación de información que es admirable y que yo, reconozco, sería incapaz de hacer. De ello y sobre ello se han escrito ya, y muchas más que se merece, reseñas y entrevistas. Me he detenido yo, papá, en la parte del viaje que Noemí hace, en el profundo conocimiento de la sociedad que nos muestra, en la posibilidad de conocer a las personas, y no únicamente a la historia. Porque, al final, de eso se trata todo esto, de personas.

Me voy ya despidiendo, con la sensación de que estarás deseando leer ‘Hijos del carbón’, con el deseo de que esta carta te llegue, con la sonrisa un camino que, como Noemí, ya hemos recorrido.

‘Hijos del carbón’ nos permite conocer a la gente, a los pueblos y ciudades. ‘Hijos del carbón’ nos lleva hasta las casas y los hogares, nos habla de sueños rotos, pero también de sueños pendientes que ojalá se lleguen a concretar. ‘Hijos del carbón’ nos lleva hasta el compañerismo minero que, además, me obliga a finalizar esta nueva ‘Carta a ninguna parte’ con una frase que todos deberíamos tener siempre con nosotros. Papá, no es inmortal el que nunca muere, inmortal es el que nunca se olvida.
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