El miedo al extraño que rompe la armonía del pueblo

Nidia Beltramo arranca con Ciento ochenta días su primera incursión en las novelas. Un texto reflexivo sobre el miedo a lo distinto y la búsqueda de uno mismo

Ruy Vega
28/01/2024
 Actualizado a 28/01/2024
Portada del libro protagonista en la estantería de Ruy.
Portada del libro protagonista en la estantería de Ruy.

El miedo al extraño. El temor a aquello distinto, desconocido en tu día a día. Romper lo cotidiano. La incomprensión de qué hace una nota discordante en el pentagrama que llevas tocando toda una vida. De todo eso, y de más cosas, te voy a hablar hoy, papá, en esta nueva Carta a ninguna parte. 


Hoy me voy a sumergir en la primera historia de Nidia Beltramo, una autora que es la primera vez que te acerco hasta estas líneas. Su novela, titulada Ciento ochenta días, es su ópera prima en el mundo (infinito mundo) de las novelas. Supongo que para ti no es ningún secreto: yo siempre he sido un poco tímido, silencioso en el entorno. Seguro que sí lo sabías, quizá mi afirmación sea un poco absurda, está envuelta en el manto de lo inconsistente, quién mejor que tú para conocerme. No soy el primero que habla, no soy el último que calla. No soy el primero que saluda, no soy el primero en dar un abrazo, ni soy el primero en hablar, distendidamente, con aquellos que apenas han cruzado minutos en mi camino. Sospecho que Wendy, la protagonista de la novela, es un poco como yo. 


La historia comienza cuando se le concede una beca en Estados Unidos que le lleva a realizar un proyecto en un pueblo de España, donde se mezclará con sus habitantes durante ciento ochenta días. Y ahí, en ese momento, comienza esta entretenida aventura personal y humana. 


Una de las partes que más me gustan de este libro es la profundidad del personaje principal. Todo rodea sus reflexiones internas, sus pensamientos, sus miedos y sus esperanzas. Ya en la primera página, podemos encontrar un muy buen ejemplo de ello: «Por lo que fuera, estoy aquí. Partiendo de la premisa de que los sentimientos se vuelven más superficiales con los avances de la tecnología, propuse que este fenómeno no es una evolución natural sino un mal de estos tiempos». 


El camino de su existencia, la que recorre durante esos ciento ochenta días, está repleto de descubrimientos, bañados por una excelente visión de nuestros pueblos por parte de alguien que los observa desde el exterior, desde la forma de ver la vida de una norteamericana. Y es que nuestros pueblos son algo tan hermoso como necesario, con sus luces brillantes y cegadoras, pero en algunos casos también con puntos de incertidumbre. Esta es su primera impresión: «Como lo anticipaba, es un mundo muy distinto al nuestro. En muchos aspectos, mejor que el nuestro. El grupo está interrelacionado en todos los planos de la existencia y la solidaridad se da de forma natural, sin esperar nada a cambio, sin medir los favores y las atenciones. Las acciones de cada individuo están alineadas con el interés general». Y sí, así son nuestras aldeas y pueblos, así son sus gentes. 


Poco a poco, página a página, iremos compartiendo lágrimas, miedos, esperanzas, dolor y sufrimiento con Wendy, de quien desearemos ir conociendo, línea tras línea, cómo acaba ese periodo de tiempo; tiempo convertido en un billete para una profunda reflexión sobre ella misma y lo que rodea su presente, pervive de su pasado y observa desde un futuro incierto. Y es que todos, absolutamente todos y cada uno de los que estamos leyendo esta carta, tenemos un pasado: «Debería producirme alivio el volcar todo esto al papel, pero no es así. Mientras mantuve estos recuerdos encerrados, eran solo una memoria confusa, algo abstracto que no se metía con mi vida. Al ponerlos por escrito los he validado, les permití tomar el vuelo. No duelen más que antes pero tampoco aportan nada, y preferiría eliminarlos, cortar con un cuchillo el trocito de cerebro donde echaron raíces».

Y de nuestro pasado, de los recuerdos que todavía guardamos cuando lloramos en la noche o tememos pesadillas, de todos ellos nacen los cimientos de un presente que nos ha conformado. Creo, papá, que todos estamos construidos con los ladrillos del pasado, buscando la mejor forma de nuestro edificio pensando en el futuro. No tengo duda: pensamos qué hacer en el futuro en función de lo que nos ha ocurrido en el pasado. Otro de los puntos más llamativos y atractivos de la novela es la relación que se establece entre ella y el resto del pueblo.

Como te comentaba al principio, el argumento dibuja poco a poco un lienzo del que Nidia Beltramo se sirve para reflexionar sobre el temor a lo diferente. Y para ello qué mejor que situar a alguien distinto, a alguien que no mira con los mismos ojos que el resto, en un pequeño pueblo, armonioso en su existencia y poco acostumbrado al impacto de meteoritos desconocidos y de la única verdad, cuando que esta, como bien dice la protagonista, en ocasiones es realmente compleja: «Para comenzar, ¿qué es la verdad? ¿Existe una única verdad, o solo existen distintas interpretaciones de la verdad? Es claro que cada uno percibe la realidad según su propio filtro mental y emocional, o como dijo el poeta, «todo es según el color del cristal con que se mira». Muchas veces, efectivamente, depende de la percepción de cada uno. 


Como sabes y ya te he dicho en otras cartas, papá, cada vez que leo un libro del que luego te quiero hablar, selecciono textos y párrafos que o bien me han gustado o que creo que son especialmente significativos para lo que el libro nos quiere transmitir. 


De entre las casi trescientas páginas que tiene Ciento ochenta días, hay una que me ha gustado especialmente. O, al menos, que me ha detenido en el tiempo para pensar sobre ella. Te la copio a continuación: «Tal vez la opinión que tengo de mí misma no se ajuste a la realidad, y lo más probable es que los demás me perciban como alguien diferente de lo que soy, y de lo que creo ser. Podría decirse que existen tres versiones de cada individuo: lo que es, lo que cree ser, y lo que creen los demás». 


Me atrae especialmente esta diferenciación entre lo que eres, lo que crees y cómo te observa el resto. Puede que en algunos de nosotros todo se unifique, puede que en otros muchos (creo que en la mayoría) sean tres visiones distintas de una misma persona. 


Eso me lleva a algo que he pensado muchas veces: aquellos que critican a terceros que solo conocen de verlos o escucharlos durante… no sé… ¿tres minutos al día, doce, una hora a la semana? Qué saben ellos de los miedos del otro, de lo que le hace llorar, si le ha dejado su pareja y sufre, si acaba de besar los labios que siempre deseó y está exultante, o si guarda en el corazón una daga eterna por un dolor en el alma. Qué sabrán…


Es este libro un buen ejemplar para disfrutar, descubrir qué ocurre con el proyecto que debe realizar y por el cual sufre una serie de desventuras y malentendidos, y vivir, a través de las palabras de Wendy, situaciones que muchos nos hemos encontrado en nuestro ya largo caminar por este mundo. Un buen libro, sin duda. Espero que su autora no tarde mucho en sacar un nuevo ejemplar, que estaré deseando leer. 


Papá, me voy despidiendo con una nueva frase del libro, con una nueva y acertada reflexión de su autora, a lomos de la protagonista: «Es triste perder tiempo, el tesoro más preciado, el que no podemos reponer a ningún precio». Extraída de la página 171 del ejemplar que yo tengo conmigo, no podía estar más de acuerdo.

Cuánto tiempo desaprovechado en mi pasado, cuánto tiempo que no he podido recuperar. Si ahora fuera, me gustaría volver atrás, poder compartir de nuevo contigo instantes, conversaciones y sensaciones. ¿Sabes qué hecho mucho de menos? El silencio a tu lado, el poder mirarnos sin mediar palabra, porque de eso justo están hechas las relaciones de máxima confianza y unión, de aquellos que son capaces de estar tan sujetos entre sí como el silencio entre ellos.  


Me despido ya de ti, sabiendo que dentro de un tiempo serán estas cartas y todos nuestros recuerdos quienes, una vez más, me recuerden que, sin duda, no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida. 
 

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