Papá, el mundo está construido de pequeñas historias, de instantes pasajeros que son eternos en los recuerdos de alguien, días que apenas duran un murmullo en el viento, pero un huracán en algún corazón (muchas veces enamorado).
Por eso, cuando llega a mis manos un libro de relatos, como es el caso del que hoy te traigo, es como echar una fugaz mirada a instantes de vida, a tiempos de almas a las que no pertenezco, pero que observo como un privilegiado espectador, esperando que la suave pluma de su autora me sumerja entre páginas de indivisible calidad. Hoy coloco en las estanterías de nuestra particular biblioteca infinita un libro de reciente creación.
Su autora, Marta Muñiz, ya protagonizó una carta hace tiempo, en donde te hablaba de un poemario al que he recurrido en más de una ocasión. Mágica pluma la suya, sin duda. La portada ya nos muestra, con timidez, la realidad de lo que nos espera. Que lo que nos rodea se dibuja en tonos grises bañados de color, dependiendo del momento, del instante. Días de oscuridad nos han precedido a esta carta, días de color, espero, aguardan tras la tormenta.
El negro y blanco, el color, el negro y blanco, el color, como la secuencia ideada por un maléfico guionista de nuestras vidas, son tonos que a lo largo de nuestros días nos acompañarán. La portada de ‘Anna y las estrellas’, que así es su título, nos lo deja claro desde el instante cero.
Como tantas otras veces, he resaltado, subrayado, marcado en el libro, decenas de textos a recordar. Pero no tenemos espacio en esta breve carta para mostrar tantas líneas inolvidables. Sin embargo, estoy seguro de que lo que dejo aquí remarcado te servirá para hacerte una idea del gran libro que te entrego.
Nos dice, por ejemplo, ya en el primer relato, titulado ‘La mujer que leía a Cortázar’ y que se hace imprescindible releer varias veces, que «y es que todas las horas eran lentas y largas cuando vivía alejada de los libros». Como también nos indica que «se preguntaba quién habría leído ese mismo ejemplar antes que ella, qué manos lo habrían acunado». Me he sentido identificado.
A mí me ha ocurrido lo mismo.
Los relatos, con un lenguaje común, de calidad y estoy seguro de que, perfilado al máximo, nos muestra la vida tal cual es, haciendo un largo recorrido por aquellos que nos llevan al dolor, a la felicidad o a la reflexión. Uno de ellos, ‘La mujer que quería ser florero’, arrastra consigo no solo una parte cómica, sino también una visión social con un final de lo más poético.
Varios de los relatos van de la mano, directa o indirectamente, con el arte; como no podía ser de otra manera. Y me encanta, por cierto. Te hablaba líneas atrás de una mujer que leía al maestro Cortázar, ahora te traigo otro relato que me atrapó, sin remedio. Se trata de ‘El hombre que amaba los libros y tomaba café’, que nos trae, como te comentaba, a vidas de máxima realidad. Marta nos deja caer poéticas frases para contar una historia, pero que cada una de ellas lleva una reflexión detrás. Por ejemplo, la que podemos encontrar en el cuarto párrafo de este mismo relato: «Había cumplido treinta y seis frágiles inviernos, pero aquel día descubrió, por fin, la primavera».
Venga, ¿no es tremendamente poético? Sinceramente, creo que sí. Supongo que no lo necesitas, pero he aquí otra irrefutable muestra de la estrecha relación entre los relatos de Marta Muñiz y el arte. Su título, ‘El saxofonista sin tejado’, donde nos deja textos tan geniales como cuando nos dice que «aprendió a verla a través de las tormentas, las cortinas de lluvia espesas, densas como una marea de hierba vertical».
Otro de los relatos que me ha quedado en la retina (sí, su visualización es imprescindible) es ‘El hombre que lloraba en Culiacán’. Un texto que merece la pena leer una y mil veces y que deberíamos guardar en el mejor estante de nuestra librería leonesa. Y de entre sus páginas, rescato una frase que no solo me llamó la atención, sino que también es puro sentimiento. Es sencilla, corta, directa, pero infinita. Sin duda que es real. «Todas las madres necesitan llorar por sus hijos al menos una vez en la vida», nos dice.
Texto a texto, magia a magia, Marta nos engulle con la maestría de una pluma que te atrapa entre las líneas de cada uno de los relatos. Quizá por eso sabes que tarde o temprano, de una forma directa o indirecta, te darás cuenta de que algunas escenas y algunos pensamientos están más cerca de ti de lo que esperas. Rescato con esa idea parte del primer párrafo de ‘Anitra ancestral’, que dice: «Empezó bailando siendo una niña. Nunca supo por qué, era una necesidad intuitiva, un aliento, un impulso troquelado a contratiempo». Cambiemos «bailando siendo una niña» por «escribiendo siendo un niño» y entonces podría firmar esa misma frase. Tú bien lo sabes.
Viniendo de un alma poeta y de un pasado, presente y futuro de sensaciones que dejan volar su imaginación, el texto no podía estar alejado de versos casi escondidos entre la prosa más hermosa. Palabras que dibujan belleza en el texto y que navegan en los relatos con necesidad de presencia. Te dejo este ejemplo: «Durante años fueron muchas las hipótesis que flotaron en mi mente buscando el origen de tu llanto escondido, casi sofisticado, la hiel destilada de tus labios, la lejana verdad que escondiste en la isla juventud y que nos separó del viento y la delicia».
Fantástico, con todas las letras. Un texto, por cierto, que pertenece al relato ‘Carta geométrica’.
Me voy ya despidiendo, papá, esperando haberte dejado ese sabor de boca del buen gusto y la necesidad de seguir indagando en este nuevo libro, objeto de esta nueva ‘Carta a ninguna parte’. Estoy seguro que así será, y que será uno de los que ya figuran en tu listado de imprescindibles.Puedo afirmar que, tras leer ‘Tiempo de la delicadeza’ y ‘Anna y las estrellas’, el próximo libro de Marta Muñiz Rueda lo estaré esperando con la angustia de quien sabe que pronto regresará con esa pluma tan sutil, hermosa y de talento que ella tiene y que yo, seguro, estaré ahí para seguir disfrutando y aprendiendo.
Me despido ya, deseando que la vida, como estos relatos cortos que Marta nos ha entregado, sea un compendio de belleza entremezclado con momentos divertidos, amor, llanto, dolor y gloria. Porque la vida, al final, no es más que el vehículo que nos sirve para prepararnos para, como es tu caso, llegar a la eternidad.
Sí, así es, no es inmortal el que nunca muere, inmortal es el que nunca se olvida.
Marta y las estrellas de la delicadeza
'Anna y las estrellas', de Marta Muñiz, nos entrega calidad, valentía, textos certeros y un viaje a las vidas de aquellos que viven, aman, lloran, ríen y vuelan a nuestro lado
27/09/2020
Actualizado a
27/09/2020
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