La escritora construida con el azul del mar

Tras 'Relatos de una adoratriz', Raquel Villanueva nos transporta hacia tres relatos donde el mar, el color azul y la vida confluyen en líneas de gran calidad

Ruy Vega
25/04/2021
 Actualizado a 25/04/2021
Portada del libro  "Relatos de mar y vida", en la mesa de lectura de Ruy.
Portada del libro "Relatos de mar y vida", en la mesa de lectura de Ruy.
Raquel Villanueva es mar, es vida, es palabras y sueños; Raquel es literatura, es poesía y es color azul, siempre el color azul. Raquel es, sencillamente, una sirena en el mar de las palabras. Papá, estoy seguro de que la recordarás de ‘Relatos de una adoratriz’, de la que te hablé hace tiempo. Hoy regresa con ‘Relatos de mar y vida’, un libro que te llevará a instantes de brisa, a recuerdos de aromas perennes, a sensaciones de fluidez corporal.

Raquel lee mucho. Se empapa de cuanto lleva una buena historia detrás, y de poemas que suenan como música en corazones puros y almas sensitivas, como la suya. Y eso se nota. Papá, tú me lo decías y ella es un buen ejemplo. Se puede reconocer si quien está tras la línea escrita lee o no. La suavidad en el relato, la conexión, las palabras en el momento y el lugar exacto. El talento, pero el talento acompañado del aprendizaje de horas pasando hojas.

‘Relatos de mar y vida’ navega en tres relatos, cuyo nexo común es el propio mar. Dicen que el ser humano todavía conserva parte de aquel antepasado que abandonó el mar para convertirse en un animal terrestre que, tras millones de años, daría lugar a nuestra especie. Y dicen que por eso tenemos esa afinidad por el mar, a pesar de que somos de los pocos seres vivos que no sabemos nadar si no nos enseñan. A pesar de poder morir en él, la atracción es inequívoca. ‘Matrioshkas’, ‘El peligro del silencio’ y ‘El astrolabio’ componen este conjunto de singular belleza (como no podía ser de otra manera, escrito por ella).

En el primero de ellos encuentro esa primera inmersión en el azul, esa belleza que solo una escritora amante del infinito podría describir tan certeramente. «El faro se levanta indolente ante la inmensidad azul del mar. Mi primera impresión, al enfrentarme a él, fue el sentirme pequeña, minúscula a su lado; pero al mismo tiempo, con ganas de correr».

Sentirse pequeño, como me siento yo cada vez que encuentro una hoja en blanco que debe ser dibujada con palabras y sueños, cada vez que leo relatos de belleza, cada vez que un libro hermoso llega a mis manos. «Pero al tiempo ha ido colocando mi vida, ha ido haciendo que me encuentre con el paisaje, con el ruido, con el viento, y aun así, ese cosquilleo ha seguido estando presente en todos y cada uno de los días que llevo aquí pasados», nos dice pocas líneas después. Este es un relato sincero, sincero consigo mismo y sincero con quien lo lee.

Es un relato, como el resto, donde el mar sirve de perfil indeleble para plantear vivencias en su entorno que llevan a almas quizá incompletas, a luchas internas de difícil resolución. Un buen ejemplo, el siguiente texto, extraído unas páginas más allá: «Aun así pienso cómo sería, obviando el miedo a ello, el dejarse arrastrar por esta agua azul, el disolverse en esta inmensa humedad salada. Transformarme en mar, y desear que Ginés se transformarse entonces en viento, para que sus besos recorrieran siempre mi superficie, para seguir siempre ligados». ¿No es precioso? ¿Verdad que lo es?

Repito con orgullo lo leído: «transformarse en viento, para que sus besos recorrieran siempre mi superficie». He leído poemas mucho menos poéticos. Es más, he leído libros enteros de poemas que no llegan a esa frase. Lo sé, papá, te ha gustado. Sonrío.Despido ahora este relato, no sin la satisfacción de que me ha gustado, con el convencimiento de que a ti también te gustará. Lo sé. Pero antes dejo una nueva frase, que me recuerda a una canción de Vanesa Martín, y que titula ‘Las mujeres que habitan en mí’.

Acariciando esa idea, Raquel, a través de su personaje, nos confiesa que «a veces tengo la sensación de ser como una matrioshka, la mujer que se ve, pero dentro hay otra mujer, y si avanzas un poco más otra, y así hasta llegar a un centro, donde está la que sustenta todas las que superponen». Papá, le robo esta reflexión y sentimiento a ambas, para hacerla propia. Yo mismo creo que en mi tengo varios perfiles encerrados, el escritor de ciencia ficción, el amante de la poesía y la música, el soñador y el loco, el sensato y el de mente fría, el alocado de decisiones sin pensar. Ojalá que siempre sea así, ojalá.

‘El peligro del silencio’ es un relato especial. Más allá del planteamiento, muy acertado y que envuelve en su lectura, encierra un mensaje, una conversación entre deseo y realidad, entre el amor olvidado y monótono, entre lo seductor y lo necesario. Sé que volveré a él en algún otro momento de mi vida, sé que lo volveré a leer.

Te afirmaba, papá, que el mar sirve de guía para el camino del libro, pero hay otra idea, otro concepto, que empuja la escritura de la obra. Se trata del azul; sí, del color azul. La propia portada, cuya imagen nos lleva a las aguas, a un faro y a un azulado de nocturnidad, así nos lo deja entrever. Te he extraído un texto de este relato que tanto me ha atraído, y que te sirve de muestra: «El azul siempre me ha gustado, ¿sabe usted? Creo que, porque ese color me recuerda al cielo y al mar».

Existe esa magia entre Raquel Villanueva y sus personajes, entremezclando pensamientos de ellos y de ella en un envoltorio de certeza y belleza. Otro ejemplo de ese instante en el que presiento, sin saberlo realmente, que escritora y protagonista se fusionan en pensamientos y acciones: «Ese día, al llegar a casa, revisé la libreta donde yo anotaba esas cosas y encontré una frase que me gustó tanto que hasta la anoté en un papel y la metí en el bolso para llevarla siempre conmigo». No sé si Raquel lo hace, pero ojalá que así sea. Papá, yo antes llevaba una, donde anotaba textos y pensamientos. Quizá ahora el tiempo me ha llevado hacia lo mundano y pasajero, porque ahora yace abandonada en un cajón.

Doy un pequeño salto para llevarte hasta ‘El astrolabio’, el último de los relatos de un libro que seguro ya querrás tener entre tus manos. Es uno de esos relatos que, sin tener nada que ver, me envuelven en recuerdos, pues nos lleva hasta Santander, bella ciudad que siempre me gustó. Hermosos recuerdos me llegan de ella, desde viajes románticos hasta conciertos deseados, pasando por aquellos fines de semana en los que la poesía invadía mis días, envolvía mis noches, llenaba mis huecos de alegría. «Se habla de la literatura, de las historias que nos cuenta y nos ha legado. Se habla de las letras de las canciones, de esas pequeñas historias condensadas en unas pocas líneas». Sí, estas frases tan acertadas las podrás leer en ‘El astrolabio’.

El relato nos lleva hasta un cuadro, una imagen ya eterna, fijada en belleza por las manos de un pintor al que, de existir, deberíamos conocer. Es hermoso, ¿sabes?, que alguien deje fijado con colores instantes que de otro modo serían olvidados. Es precioso que eso, además, sirva para confluir vidas. Y es bello que todo tenga consigo un astrolabio.

Este capítulo está repleto de excelentes textos que recordar y resaltar. Lástima que solo podamos quedarnos con unos pocos para mostrarte tanto acierto. «El tiempo a veces parece doblarse, tal como si cogiéramos un reloj y lo dobláramos en dos, en tres y hasta en cuatro partes, de esta forma, cada hora sería solo un cuarto, y así, cuatro semanas prácticamente representarían un solo día».

Me despido ya, papá, con la sensación de haberte mostrado un gran libro, de haberte llevado en estas líneas un texto que leerás en algún momento. Pero me tengo que despedir, porque todo lo que nos rodea, todo lo terrenal es efímero y limitado, todo excepto los sentimientos, que pueden permanecer una eternidad, tanto como nosotros estemos aquí, y estoy seguro, mucho más. Por eso, dentro de lo efímero que me envuelve, poder decirte que inmortal no es el que nunca muere, sino el que nunca se olvida, es para mí un motivo más por el que seguir paso a paso, línea a línea, escribiéndote una nueva ‘Carta a ninguna parte’.
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