Introspección por los senderos de Rimor

Valentín Carrera
23/04/2024
 Actualizado a 23/04/2024
Valentín y Francisco Arias por los zufreiros del Lago.
Valentín y Francisco Arias por los zufreiros del Lago.

Se me acumulan los motivos de alegría y celebración en este 23 de abril de 2024,festividad de San Jorge -Sant Jordi para los que hablamos catalán en la intimidad-; Día del Libro y de la Rosa para muchos, ¡chupito!; día de Castilla con/sin León para algunos (nada que celebrar para los leonesistas); fiesta de las libertades comuneras, cantadas por Luis López Álvarez, para los que empezamos a ir a Villalar en 1977; y, en fin, fiesta, sobre todo, de mi pueblo materno, Rimor, anejo de Toral de Merayo, hermano de Ferradillo, sobrino de Villalibre, primo de Ozuela y cuñado de Valdecañada.

De Rimor me llega, precisamente, el eco y el aliento del libro Hilvanando palabras del rimoreño Francisco Arias Ferrero y de su primo Roberto Arias Alba, que se presenta hoy en la Feria del Libro de Ponferrada, otro motivo de alegría y celebración, ¡chupito!; así que me he decidido a escribirles estas líneas desaliñadas, sin sal ni pimienta, para invitar a los amables lectores y lectoras de La Nueva Crónica a resignar medio presupuesto de una ronda de mencías para acercarse por la feria libresca y hacerse con uno o dos ejemplares de Hilvanando palabras, cuya lectura no defrauda.


Les invito a esa ronda lectora con conocimiento de causa, pues he tenido el honor de que Paco y Roberto me hayan encomendado el prólogo de su libro. La tarea de prologuista es ingrata, salvo que seas Cervantes -cuyo día también se celebra hoy, ¡chupito!-, quien escribía sus propios prólogos. Es ingrata porque se supone que debes hablar bien del autor y del libro o meterte en un berenjemal (sic., señor corrector del periódico). Pero quiero decirles, hilvanando palabras entre chupito y chupito, que escribir este prólogo ha sido un acto gozoso, inspirado por la lectura, por la amistad y por nuestro parentesco rimoreño, que, vaya usted a saber si no tendremos algún antepasado común, tal vez cura o al menos sacristán.

Abrazo desde estas páginas de LNC -a las que me asomo como E.T., ¡mi casa, mi casa!, y regreso a mi planeta- a la Feria del Libro de Ponferrada, siempre amiga; y os invito a comprar libros, y a leerlos, de todos nuestros felices autores y autoras bercianas; en cada obra hay siempre algo de provecho, alguna cuerda bien timbrada que hace sonar las notas de la emoción, como las hacen vibrar los deliciosos hilvanes de Paco y Roberto Arias. Para ellos y para ustedes escribí este prólogo:

Prólogo para lectores de pantallas

En el libro El valor de la atención, Johann Hari cuenta el reencuentro entre dos hermanos, Mihaly y Moricz, separados por la II Guerra Mundial; el primero, Mihaly Csíkszentmihályi, exiliado en EE. UU., prestigioso psicólogo, creador de la teoría del flujo, sobre los estados de atención y concentración; el segundo, Moricz, superviviente de un campo de concentración estalinista, fogonero en Suiza y coleccionista de cristales.  Cuando, después de cincuenta años, se reencuentran en Budapest, Moricz regala a Mihaly un cristal del tamaño de un puño y le dice: «Ayer mismo estaba observándolo. Eran las nueve de la mañana cuando lo coloqué bajo el microscopio. Fuera hacía sol. Le daba vueltas a la piedra, me fijaba en las fisuras, los pliegues, la docena de formaciones de cristal en su interior y alrededores. Cuando levanté la vista del microscopio, noté que había oscurecido mucho de pronto y pensé que se acercaba una tormenta; pero no se había nublado, sino que eran las siete de la tarde».  

Mihaly, el autor de Fluir: La psicología de las experiencias óptimas, se queda maravillado de que su hermano haya estado ¡nueve horas en estado de flujo!, contemplando un cristal, leyendo su naturaleza, composición química y belleza. La historia de los hermanos Csíkszentmihályi me recordó a los hermanos Arias Ferrero -Francisco y Abel-, con quienes he tenido la fortuna de pasar nueve horas contemplando un cristal a través de un microscopio: en este caso, el cristal era un paisaje del Bierzo, el zufreiro de Lago de Carucedo, y la lente que me adentraba en aquel microcosmos era la mirada compleja, poliédrica, geológica, científica y divertida de Paco y Abel.

Pude ver entonces aristas, detalles, matices que  ni siquiera había imaginado en mis anteriores paseos por El Bierzo, a pie o a caballo, pero ciegos los ojos a las realidades que se ocultan en prismas misteriosos, que la Naturaleza solo revela a quienes son capaces de estar nueve horas contemplando, y midiendo, los anillos de crecimiento de un roble o de un alcornoque; estudiando una huella de lobo o un hormiguero, tejiendo cestos con lianas y varas de mimbre, o sintiendo los hombros acariciados por el sol. Introspección. Flujo.

Ese mismo y único estado de flujo es el que experimenta Paco Ferrero cuando contempla su mesa de trabajo, hecha con raíz de castaño: «En sus anillos veo un año de lluvias abundantes; otro de sequía extrema; quizás en aquel otro un incendio dejó una cicatriz como recuerdo. Esta raíz de árbol viejo encierra las vidas de varias generaciones y se evidencian aquí como un espejo donde mirarse. ¿Quién dijo que los árboles no sabían hablar?». Ese estado de flujo es justo lo contrario de lo que nos da una pantalla (de todas las actividades que hacemos, la que menor cantidad de flujo nos aporta, según Mihaly). Y ese momento de flujo -escribe Hari en El valor de la atención- es el que nos vuelve más grandes, más profundos, más calmados. Un cierto estado de felicidad, frente a la fragmentación interrumpida de las pantallas, los likes y los selfies de las redes sociales. Ese estado de flujo, casi primitivo, es el que nos transmiten las páginas de este libro, Introspección, escrito a dos voces por Francisco Arias Ferrero y Roberto Arias Alba, pero inspirado también por las manos hábiles de Abel que trenzan mimbres y funden hierro. En este mundo distraído, inconstante e inconsciente, la introspección es el estado mental distintivo que nos da plenitud, perspectiva, templanza, que nos reconcilia con la Naturaleza y desnuda nuestro ser más primitivo y profundo. 


Si alguien aún no conoce o no ha sentido el flujo en toda su intensidad, que apague el móvil, el ordenador y la tele;y observe, bajo el microscopio de la vida, “el flujo de la mente y los sentidos cubriendo de hojarasca la calzada resfriada”, en versos de Roberto Arias; los prismas y aristas, los reflejos y anillos en los relatos de Francisco, los paisajes de su infancia -Médulas, Ferradillo, Sil-prendidos en la retina; la voz sabia de los árboles cantando en los oídos, el viento amigo del alma, el olor de los taninos en las noches de verano. ‘Introspección’ es una lectura balsámica que nos invita a detener el reloj y sus prisas, apagar el móvil y aplacar tantas urgencias innecesarias, para centrarnos y concentrarnos en nuestro interior del que -si sabemos oír, oler, ver, tocar y saborear-brotará nuestro propio estado de flujo. Llamadlo felicidad.
 

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