El origen de la destrucción necesitaba a José Yebra

José Yebra regresa con un poemario tan preciso, certero y directo como solo él sabe hacerlo, construyendo versos que son zarpazos de realidad.

Ruy Vega
28/08/2022
 Actualizado a 28/08/2022
Presentación de uno de los poemarios compartidos de Yebra, con Ruy Vega a su lado, en el Munic de Carracedelo.
Presentación de uno de los poemarios compartidos de Yebra, con Ruy Vega a su lado, en el Munic de Carracedelo.
José Yebra, papá, ha regresado de un parón reflexivo con un nuevo poemario. Me siento muy identificado con su obra en muchos aspectos. El libro sobre el que hoy te escribo es ‘El origen de la destrucción’, y comienza con una magnífica portada de Inés De Diego que bien podría pertenecer al LP de un grupo musical. Porque en Yebra, tanto en sus anteriores poemarios como en el actual, se respira música tras cada punto, tras cada coma, al final de cada verso. Si existiera el concepto de poesía punk o poesía rock, él sería uno de sus máximos exponentes.

Al poco de comenzar, nos encontramos con ‘Telephone’, uno de mis poemas favoritos de todo el recopilatorio. Son muchos los que podría destacar, pero quizá este mismo resalte muchas de las cualidades que encontraremos más adelante. Magnífico, uno de los que lees dos o tres veces.

Es curioso ver cómo todos y cada uno de los poemas van precedidos por una cita: algunas de ellas conocidas, otras deseando conocer su origen. Y de entre estas citas, te destaco una, que Yebra incluye en Berlín 1977 – El baile alemán, y que nos dice que «I find only freedom in te realms of eccentricity», y cuyo autor es alguien por el que él y yo compartimos admiración: David Bowie. El poeta nos deja en él una reflexión tan certera como necesaria: «no vamos nunca a ninguna parte: / la Tierra sigue moviéndose mas estamos quietos / columpiándonos entre calamidades que puedan asesinar nuestro común aburrimiento». Papá, no sé de qué tengo más miedo, de que la Tierra se mueva y sigamos quietos, o de que no vayamos a ninguna parte. Bien vale cualquiera de estos versos para el título de un libro, sin duda.

Otro de los poemas que deseo destacarte, para que lo tengas en cuenta cuando tengas la oportunidad de leerlo, es ‘Al otro lado de los espejos’. En él, encontramos una profunda reflexión sobre el inconformismo y la mirada envidiosa (o quizá melancólica) sobre la vida del otro. Sirvan como ejemplo sus primeras palabras: «una vez me contaron que al otro lado de los espejos / existe un universo paralelo / en el que quienes se miran en ellos desde el otro lado / buscan el camino hacia nuestro mundo / porque se imaginan que quizá sea mejor que el suyo».

Yebra evoluciona en cada libro que escribe. Nunca ha perdido ese estilo que tanto le identifica; esa forma única, directa, reflexiva y sin miedo a contar lo que desea, que conforma a un poeta único, pero todo sin perder esa identidad con la que ha logrado ir caminando poco a poco hacia los senderos que deseaba o que sentía en cada momento. Este es, creo, su poemario más redondo. Y eso me lleva a pensar que el siguiente, sin duda, será una nueva vuelta que complementará perfectamente con ese camino que solo él conoce, pero que me atrevo a pedir, desde esta humilde carta, que nunca abandone.

Son muchos los versos que encierra de profunda reflexión, de queja, de cansancio de injusticias, de caminos que no deberíamos recorrer. Uno de ellos, quizá de los más profundos, es ‘La higiene del silencio’, donde podemos leer: «la higiene del silencio / esa que limpia y purifica el aire / que respiramos a pesar de los olores / que provienen de pañales / que no se han cambiado / porque la mierda no cambia / solo se regenera». Te pongo otro ejemplo, donde entre versos dibujados con la factura del recuerdo, el poeta ha encerrado pensamientos que llegan mucho más allá: «los de madelmanes y geypermanes, / exin castillos, indios y vaqueros; / aquellos días / que nadie más recordará / dentro de cincuenta años / cuando en este planeta urbano y malherido / nadie pueda interpretar ningún recuerdo / porque la vida humana / habrá desperdiciado por fin / su única y definitiva oportunidad». Fantástico texto, extraído de ‘Aquellos días’.

Como bien sabes, los poetas se encierran en el mundo cotidiano para expresar y hablar sobre lo que les rodea. También para describir historias y vidas, sensaciones, momentos, instantes. Días normales que no lo son tanto, días distintos que encierran pensamientos. Un buen ejemplo es ‘Una al día’, que resalté ya al poco de comenzar su lectura. Sabía, sin duda, que sería de los que te hablaría en esta nueva carta. Me fascina. Y, entresacado de los versos, copio: «la intencionada ausencia de higiene; / veo a mi abuela cada noche / murió hace más de treinta años y eso me da algo de miedo / pero como me habla y dice que me comprende / me abrazo a ella y le lloro mi vida entera / casi sin saber por qué».

Y es que estos versos, bien leídos, encierran mucho más tras ellos de lo que nos podemos imaginar. Léelos un par de veces. Instantes de vida cotidiana, como te comentaba, que solo los poetas son capaces de llevarlos, bajo esa sensibilidad única, hacia donde el alma necesita. Vida cotidiana como la que encontramos, precisamente, en El sótano: «y hoy bajo al sótano / tras más de veinte años / sin pisar su suelo tosco e irregular: / el rencor de antaño / se transforma en nostalgia / porque quizá la muerte / dulcifica los recuerdos / y da una nueva oportunidad / a aquel niño asustado / que cerraba los ojos con fuerza».

Y es que es, y no me cansaré de decirlo, son estas personas de alma profunda y corazón latiente, sí, ellos que muchos se convierten en poetas, músicos o pintores, los que son capaces de rescatar frases imperceptibles para llevarlas al pódium de los versos. José Yebra lo hace también en ‘El origen de la destrucción’, por ejemplo en ‘La huerta’, donde cierra el poema con «para contar historias / non fai falta nin ler / nin escribir, / só mirar». Qué gran verdad.

Me voy despidiendo ya, papá. Cierro esta carta, esta nueva conexión entre tú y yo, entre el pasado, el presente y el futuro, entre los recuerdos y la necesidad de construcción de nuevos días, de nuevas lecturas con las que al menos tener la excusa suficiente como para poder teclear tu nombre varias veces.
Y le robo al gran José Yebra unos versos, ya de sus últimos poemas del libro del que hoy te he hablado, como colofón a una carta que ya estoy deseando que leas: «años más tarde, / cuando murió mi madre, / me di cuenta del verdadero / e insignificante / valor del dinero».

Porque, ¿sabes qué es el dinero? Es aquello que nos sirve para comprar cosas con las que ocupar el tiempo vacío que no podemos ocupar con recuerdos. Y ojalá yo tuviera tantos recuerdos como para que cada día, del amanecer al anochecer, sintiera que tu calor sigue envolviendo cada rincón, cada respiración, cada verso que escribo. No es más que eso, recordar que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida. Y de eso, del recuerdo, sabe mucho la poesía…
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