El manantial de los que aman escribir

De las letras, las palabras; de las palabras, las frases; de las frases, los textos; y de los textos, una antología llevada por la batuta de Manuel Cuenya

Ruy Vega
28/02/2021
 Actualizado a 28/02/2021
Portada del libro  ‘El manantial de las palabras’, junto a otras obras,  en la mesa de Ruy.
Portada del libro ‘El manantial de las palabras’, junto a otras obras, en la mesa de Ruy.
'El manantial de las palabras’, agua que navega en barcos de precisa literatura, marineros de la cultura más real, expertos buzos que se sumergen en lo más profundo de las letras. Hoy, papá, te traigo el recopilatorio de relatos que una vez más el gran Manuel Cuenya nos regala, capitaneando la nave de sus alumnos de escritura de la Universidad de León.

¿Sabes? Creo que Cuenya deja huella. En este largo camino de la vida ha ido convirtiendo caducas hojas en blanco en inolvidables textos, y no solo su pluma vuela ya entre las nubes de lo más alto, sino que también ha logrado que mucha gente, como los autores que colaboran en este recopilatorio, marquen parte de sus vidas con el negro de las palabras que construyen relatos.

Me tienes que perdonar, papá, porque necesitaría una carta infinita para hablarte de todos ellos, así que tendrás que conformarte con una pequeña selección. Comenzaré por el relato de Miguel Ángel Cercas, titulado ‘Este es mi barrio’, donde comienza con un texto tan envolvente como preciso: «Hoy no quiero que sean mis pensamientos los que me dirijan al trabajo, sino contemplar, como por primera vez, mi barrio». Ojalá todos podamos cumplir esa misma pretensión al menos un día a la semana. Qué bueno sería poder pararnos a revisar nuestra propia verdad, nuestras propias gentes, aquello que envuelve nuestra vida.

Me paro ahora a charlar con Emma S. Varela y su texto ‘Viaje insólito’, escrito por alguien que lleva, sin duda, talento en el corazón y tinta en las venas. Excelente, otro de esos regalos que este libro encierra, y que nos lleva a adentrarnos en la calidad y el buen hacer.
Uno de los relatos que especialmente me ha llamado la atención, no dejes de leerlo, es ‘Casona por última vez’, escrito por Ana María Alfonso Guerrero, que nos deja joyas como «Mis sombras de ojos, horquillas, lápices de labios, tranquilizantes… y las bombillas cálidas iluminándome». Al igual que Ana, podría detenerme con Coral López, que nos regala ‘Reverberación’: «Recopilé los escritos salidos de ese estado de trance en unos cuadernos, y gané algo de dinero para seguir sobreviviendo».

Como ves, cada uno de ellos ha aportado una visión particular y propia, pero llevados todos por el hilo común de la tinta que empuja los sentimientos hacia lo hermoso de las palabras. Distintas vidas, distintos modos de verla, pero el mismo objetivo: la belleza de las líneas, encerrar sueños en páginas, regresar al mundo real desde el día a día.

Me detengo de nuevo. Hago una parada en el camino para mencionarte a una pluma de gran talento. Te hablo de Laly del Blanco Tejerina, de la que en algún momento te remitiré una carta propia, y que aquí nos lleva hasta ‘El silencio del mirlo blanco’. Belleza, hermosura, escribir… saber hacerlo, sin duda. Lo mismo podría hablar de Noemí Montañés, el siguiente texto que nos encontramos, y que ha titulado ‘El viaje a ninguna parte’.

Palabra a palabra, línea a línea, descubrimos en esta antología unos relatos dignos de lectura pausada, merecedores de una nueva aventura literaria varios de ellos, como es el caso del redactado por Yolanda Casado, ‘El viajero’, y que, con un perfecto relato temporal manejado con la maestría de la novela ‘La chica del tren’, no te deja indiferente. «Yo sabía que él no era feo, sino diferente, pero, quien lo conocía de verdad, llegaba a olvidar su aspecto», nos dice Reyes Llamazares. «Fue una luz, un trazo de azul y verde que se filtraba y se posaba sobre la hierba», escribe Ana Llamazares. Venga, un ejemplo más de los buenos textos que encierran estas páginas: «Pero también es posible renacer cada mañana después de morir cada noche, porque los sueños cabalgan sin dueño» (Mariña Fernández).

En este largo viaje todavía nos quedan muchas estaciones de calidad en las que detener nuestro vehículo de papel. Muchos minutos y horas con los que volar a la realidad de lo que nos rodea.Me detengo ahora, papá, en Elba Casado y su ‘En la ciudad blanca’, del que leo y releo alguna de sus frases un par de veces. Sonrío. Asiento. Quiero leer más textos suyos. Esperaré…

Por su parte, Fernando Fernández Sánchez nos entrega un relato erótico de buena pluma y envolvente atmósfera, del que merece la pena una lectura detenida con un buen vino en mano. Sonrisa. Pasión.
Te destaco uno en concreto, ‘Foto en ruinas’, que, además de incluir una imagen preciosa, es dueño de textos como «Quince días llevo mirándola y pensando en ella. Y nada, no se me ocurre un buen relato» (Rocío Rodríguez Herreras). Los que hemos tenido la suerte de poder escribir, y digo suerte como podía decir alivio, sabemos perfectamente de qué está hablando. Tú también, ¿verdad, papá?

Vamos ya llegando al final de este libro que a buen seguro desearás leer. No tengo ni la más mínima incertidumbre u ocaso en el pensamiento. Y no puedo acabar de mejor manera que con uno de los últimos textos, el firmado por Amador Fonfría, que nos entrega un relato titulado ‘Las hojas caídas (El otoño en El Bierzo)’, y que incluye descripciones tan bellas como «el viento agita un polvo arcilloso que desprende el suelo agostado, teñido de oro viejo y rojo sangre por las hojas de las vides».

Siento de corazón dejarme atrás tantos respetables autores, papá, pues de todos te debería hablar, pero quizá es mejor así, esparciendo el aroma suficiente como para entender lo hermoso que encierra esta antología, dejando el poso preciso como para desear leerla en cuanto puedas. Quién sabe, la distancia y el tiempo no son más que medidas, y puede que todo se detenga en un futuro en donde podamos compartir lectura no ya por carta, sino con sonrisa en rostro y corazón latiente en realismo.

Quizá no lo recuerdes, son ya muchas las cartas, casi infinitos los recuerdos, puede que eternos los pensamientos, pero la primera carta que te escribí, hace ya tres años, nos llevaba también hasta una antología de relatos, también de la Universidad de León, también concebida por Manuel Cuenya.Y así, poco a poco, hemos llegado hasta aquí, papá. Libro a libro, texto a texto, pensamiento a pensamiento. Muchos instantes, muchos recuerdos, muchos grandes escritores que ya tienen reconocimiento, otros que están a las puertas de alcanzarlo, y otros, como los que hasta aquí te traigo, que, si por dedicación y entusiasmo se midiera, serían los primeros.

A veces el camino es largo, a veces es precioso y hermoso, en ocasiones hay tormenta y ni resguardarse es suficiente, pues el interior comprime recuerdos y miedos que embargan belleza y felicidad. Por eso, la lectura se hace imprescindible para cualquiera que quiera no solo estar vivo, sino además sentir que así es. Y de la lectura pausada y reflexiva se derivan grandes escritores que llegan más allá de lo que el resto logramos.

Y tú, papá, sabes bien de lo que te hablo. Si estuviéramos juntos (quizá lo estemos y no me dé cuenta) te vería ahora sonreír y asentir. Poco importan ya algunas cosas, la verdad. Poco importa más que una frase que ya llevo tatuada en la realidad del destino. Ahora lo creo más que nunca. Ahora lo puedo decir más alto: no es inmortal el que nunca muere, inmortal es el que nunca se olvida.
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