El libro que nos contó lo que susurramos al miedo

‘Desde las entrañas’ es y será un libro imprescindible para conocernos a nosotros mismos, en unos días en los que la palabra "esperanza" había desaparecido del diccionario

Ruy Vega
16/05/2021
 Actualizado a 16/05/2021
Portada del libro  "Desde las entrañas", en la mesa de lectura de Ruy.
Portada del libro "Desde las entrañas", en la mesa de lectura de Ruy.
Puede que el camino deje de ser recto y pase a lo tortuoso. Quizá, en algún momento, tengamos más estrellas en el cielo nocturno, quizá los años ya no se cuenten por sueños y puede, incluso, que las personas dejemos de volar bajo lo efímero. Y así, estoy seguro, llegarán cientos o miles de libros escritos en plena pandemia, con el confinamiento como líneas incorrectas.

De entre ellos, muchos serán historias, novelas versadas en días en los que el cielo era azul, pero el sentimiento confuso. Otros, por el contrario, no serán ficción, sino que nos llevarán a aquellos días. Los hay, los habrá. Sin duda es necesario, imprescindible. Pero de entre ellos, pocos serán los que muestren con tanta claridad lo que fueron como lo hace ‘Desde las entrañas’, la última creación del siempre genial Manuel Cuenya.

Escribo esta nueva ‘Carta a ninguna parte’, papá, instantes después de leerlo. Mis manos vuelan sobre el teclado, golpeando cada letra y cada espacio con celeridad, es como si tuviera tantas cosas que contar sobre él que mi mente acelera el tiempo.

Creo que podríamos dividir las últimas creaciones de Manuel en dos. Por un lado, sus viajes, entre los que incluiría ‘Del agua y del tiempo’, para mí un viaje interior que él hace y que todos debemos hacer (quién sabe, quizá yo mismo lo haga carta a carta). Por otro lado, los que sirven para conocer al Manuel más profundo, sus pensamientos, sus sensaciones, sus miedos y sus alegrías. Ahí incluiría ‘La fragua de Furil’ y, precisamente, ‘Desde las entrañas’.

Este libro navega entre las aguas de la realidad y el directo. Construido como un diario escrito en los momentos más duros (si de incertidumbre hablamos) de la pandemia, es un perfecto ejemplo de lo que todos sentimos y vivimos, pero bajo la esencial pluma de Manuel Cuenya. Con él, podremos conocer el día a día, las pequeñas alegrías, los miedos y la sensación inicial de barco de papel bajo la tormenta. Este libro está escrito en directo y eso lo hace especial, muy especial. Porque serán muchos los que nos hablarán de lo «que sentí aquellos días», pero pocos los que nos lo cuenten con el duro presente. Cuenya lo hace. No en vano, la introducción ya nos lo advierte: «este libro es una necesidad vital». Todo un aviso de intenciones mostradas sobre el tapete de la partida pandémica.

Y no solo es esencial por lo que nos dice y transmite, sino porque es una verdadera enciclopedia de literatura, música y cine, incluyendo incontables referencias a todas ellas. Leer estas páginas es un placer de aprendizaje. Un ejemplo: en la primera fecha, precisamente un viernes 13 de marzo (fecha intocable en nuestra propia historia), incluye ya una entrada para Monterroso y su conocido «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».

Venga, una nueva muestra: «En Apocalipsis Now también suena el The End, de los Doors, canción que me sigue haciendo entrar en trance».Tengo señaladas tantas entradas en el libro, papá, que me da mucha pena no poder escribirte varias cartas para explicártelo con más detalle. Pero procuraré, al menos, mostrarte una idea de un ejemplar que seguro querrás leer.

Manuel muestra la debilidad de aquellos días con una suave pero sincera frase que representa un pensamiento que volaba en la falsa realidad de lo occidental: «Nos creíamos cuasi invulnerables, cuasi inmortales. Y descubrimos, una vez más, que somos unas insignificantes criaturas expuestas a todo tipo de maldades y maleficios. Con nuestra mortalidad finita».

Quizá todos nos demos cuenta, en algún momento, de que los días pasan y que, aunque el tiempo no se detiene, al menos si podemos detener nuestros pensamientos, fijando en realidad aquello que realmente nos hace únicos y da sentido a nuestro caminar.

Hoy mismo escuché decir a un científico de la NASA, tras una pregunta del periodista, que «lo único que pienso es en si cuando muera, habrá merecido la pena mi vida, dejando algo a la humanidad mejor de lo que encontré». Siguiendo esta misma sensación llego hasta el día 21 de marzo, donde de nuevo el autor nos vuelve a golpear con sincerar realidad, fijada en la piedra de lo certero: «Todos somos en cierta medida cielo e infierno. […] Nos creíamos divinidades en el olimpo de los elegidos y somos unos pobrecitos mortales».

Todos revivimos, aquellos días, tiempos pasados, regresando al presente sensaciones olvidadas. Me pregunto si eso es viajar o no en el tiempo… Manuel también. Nos confiesa, un 19 de marzo, que «de repente, retrocedo a la infancia, aquella infancia feliz, cargada de sueños e ilusiones, en la que jugaba al ajedrez».

Como te comentaba, papá, Manuel, que escribe en primera persona, va entrando uno a uno en los pensamientos que cada uno de nosotros hemos tenido. Va subrayando con tinta literaria días de incierto futuro, miedos ocultos y aquellos que se gritan en el viento. Llegamos a subirnos a lomos del escritor, y podemos vivir con él días de pandemia en días en Noceda.

No puedo, por otro lado, dejar de agradecer que me mencione en uno de los días de este magnífico diario. Conocer a Manuel es un lujo y un aprendizaje continuo, que te mencione en un libro suyo, una sensación de increíble bienestar: «en el Bierzo tenemos a un gran autor, Ruy Vega, que escribe novelas de ciencia ficción, y además es un buen poeta». Y así, día a día y tiempo a tiempo, nos vamos adentrando en una pandemia contada, como te decía, en directo y con realismo absoluto, un ejemplar que nos servirá para conocer cómo fueron aquellos días, cuando estos no sean más que una entrada en el libro de historia de la vida. Y, además, relatada por alguien que lo sabe hacer con calidad, como es él.

Te dejo una serie de reflexiones que Cuenya nos deja en distintos días, pero quien bien valen una profunda reflexión: «Me encantaría que se arrojara luz sobre el mundo sombrío en que vivimos», «hoy me he levantado con ganas de acostarme con las palabras», «Hoy me he despertado con el deseo de conocerme, más y mejor», «Hoy me he despertado con el deseo de conocerme, más y mejor».

Son tantas y tantas las que podría dejar en esta carta… Me voy ya despidiendo, dejando atrás una nueva ‘Carta a ninguna parte’, una carta más que me acerca a ti, que creo que sirve para conocerme a mí. Para ello, cierro con una de las entradas en el epílogo. Una línea que sincera al escritor con su lector, a la página en blanco con el autor. Una gran confesión: «Es verdaderamente este un libro profundo y humano».

Papá, ya conoces a Cuenya de otras cartas, pero, por favor, no dejes de leer este libro. Primero, porque te servirá para entender cómo fueron aquellos días que yo te conté en susurros y escribí en textos que guardo para jamás ser confesados. Y segundo, porque Cuenya ya no solo es un referente, sino también un maestro de la palabra.Y para cerrar, qué mejor que transcribir un recuerdo que hace a su padre: «hace exactamente cuatro años, mi padre nos decía adiós para siempre.

Escribir sobre esto produce mucho dolor, el saber mismo produce un inmenso dolor». Quizá a él y a mí nos una no solo la literatura y la amistad, sino la sensación de que el destino nos arrancó nuestra propia flor en la vida, para colocar una estrella más en el cielo a la que mirar cada noche.¿Sabes? En plena pandemia, cuando más terror llegaba noticia tras noticia, más convenido estaba de que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
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