Castro de la Ventosa: la vergüenza cultural del Bierzo

Por Valentín Carrera

26/11/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Hace pocos días nos reunimos los Viaxeiros y Viaxeiras para celebrar nuestro treinta aniversario con una excursión al «Templo de Baco», metáfora que Enrique Gil y Carrasco emplea para designar el Castro de la Ventosa o Castro Bergidum, la huella más importante de la romanización en El Bierzo.

Desde Cacabelos, subimos a pie por entre las viñas, en una mañana de otoño luminosa, limpia, cálida, amorosa, comiendo gajos de uva al rebusco, oliendo membrillos y madroños, robando manzanas prohibidas. Caminábamos felices: los amigos y amigas se reían, desconfiando que allá arriba hubiera murallas tan anchas como las de Lugo. La sorpresa de ver y tocar aquellos cantos y lajas colocadas en el siglo II, y la vista de los cuatro puntos cardinales que nos regala Bergidum, compensó el resuello perdido cuesta arriba. Ya en lo alto de la Corona, nos abrazamos –como escribe Gil– «en este maravilloso mirador donde nuestro silencio habló más que nuestras palabras».

Este Castro Bergidum es núcleo fundacional de la romanización en todo el Noroeste, junto con las Médulas y la villa Interamnium Flavium, sepultada bajo la A6 a su paso por San Román de Bembibre. El catedrático Tomás Mañanes remonta la primera noticia sobre Bergidum al geógrafo Ptolomeo (siglo II d. de C.), quien documenta el topónimo en griego y las coordenadas geográficas: 8º30” 44º 10.

Hablamos del castro principal del Bierzo «cuyas murallas –escribe Mañanes– se conservan casi enteras alrededor de la plataforma castreña, en un perímetro superior a los 1.000 m., constituidas por tapiales de argamasa durísima con morrillos, canto rodado y lascas de pizarra.

El único recinto del Bierzo en el que sus murallas están hechas con cal y canto rodado», contemporáneas de las de León, Astorga y Lugo, siglo III d. de C. Tras un intento de repoblación por Alfonso IX, Castro Ventosa quedó abandonado en el siglo XII y así continúa.

Enrique Gil visitó Bergidum en 1842, poco después de haber sido escenario de la batalla de Cacabelos, y describe indignado el abandono y saqueo de la muralla romana: «De los edificios nada absolutamente se conserva, ya por haberse empleado el terreno en viñas, ya por el abuso de autoridad de los monjes de Carracedo que demolieron a fines del siglo pasado lo poco que todavía restaba”»[Viaje a una provincia del interior, El Sol, 1843].

Siguiendo los pasos de Gil, visité Bergidum por primera vez en 1973 y encontré el castro prácticamente igual de abandonado y destruido, invadido por zarzas, maleza y viñedos que rebrotan a su antojo, convertido en madriguera de conejos y jabalíes, tan ruinoso y abandonado como lo describió Gil en 1842.

Aquel verano del 73 publiqué mi primera serie de reportajes sobre El Bierzo en el diario Decano –como lo bautiza el colega Témez, la lengua más mordaz a este lado delMissilssilppi–. Debo agradecer mi insana precocidad a otro periodista muy querido, Pedro Blanco, cuya inconsciencia me abrió las puertas del Diario de León, que tenía una mini oficina en la avenida de España (entonces aún del Capitán Losada, terror de los maquis), encima de la ferretería Silva, donde Pedro y Viki tecleaban en una máquina portátil de color verde. Conservo los folios de aquellas crónicas y la memoria de cada detalle de mis primeros pasos en este oficio del que sigo tan enamorado como el primer día.

Yo tenía 15 años y aquella primera serie se titulaba «El Templo de Baco», en homenaje a Gil. Desde entonces han transcurrido cuatro décadas de democracia y hemos malgastado toneladas de dinero público para cemento y asfalto a esgaya; pero en el Castro de la Ventosa apenas ha habido cuatro mínimas y roñosas intervenciones: una limpieza de las murallas en 1988, un par de cubos restaurados en 1990, una modesta campaña arqueológica en 2001, cuya zona excavada, que visité cubierta de frágiles plásticos, ya está otra vez sepultada por tierra y rastrojos, y poco más.
¡Castro Bergidum! –al que regreso en las cuatro estaciones para contemplar en silencio y con profundo orgullo la belleza de la hoya berciana–, ¿qué te han hecho?

La comarca del Bierzo –su inculta casta política y toda la sociedad– lleva cuarenta años de espaldas al castro fundacional que conserva nuestro ADN histórico. Nueve siglos de ruina, saqueo y abandono; y cuarenta años de insensibilidad y desprecio. Castro Bergidum, Templo de Baco: vergüenza de los bercianos en este 2018 de serrín y estiércol. ¡Arriba las ramas!
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