Tras el camino de baldosas amarillas

La autora Mayela Paramio llega por primera vez hasta las Cartas a ninguna parte con su obra Baldosas amarillas danzan en el desván del alma, un perfecto ejemplo de maestría en prosa poética

01/10/2023
 Actualizado a 01/10/2023
Mayela Patamio, la autora del libro en una firma de ejemplares.
Mayela Patamio, la autora del libro en una firma de ejemplares.

En la literatura hay muchos senderos, caminos de inconfundible dificultad que, tanto para el autor como para el lector, conforman una visión propia de lo que le rodea y le atrae. Estos caminos son complejos desde su propio instante de nacimiento, y es que expresar con palabras lo que el alma grita y el corazón teme es algo que no es, para nada, sencillo. 


No recuerdo bien el día, pero sí que sé que el sol ya se había escondido, que las nubes nos observaban desde lo alto y que el Museo de la Radio, en Ponferrada, acogía la presentación. Puede que así ocurran las cosas hermosas del destino, en un momento indeterminado. Llegué a aquella presentación de la mano de mi buen amigo Manuel Cuenya, quien participaba en ella. Y así, como el que se asoma a un río que desconoce o como el que escucha por primera vez una canción en la radio, fue como llegué hasta ella, hasta Mayela Paramio Vidal y a su libro. Papá, hoy te traigo Baldosas amarillas danzan en el desván del alma, un perfecto ejemplo de prosa poética. Tenía muchas lecturas pendientes, muchos son los libros que deseo leer y que ya solo podría abarcar surcando el infinito, muchos otros son los que me regalan y me adentro en ellos, muchos son en los que me quiero sumergir.

Por eso quizá esta carta llegue tarde, papá, por eso deseaba haberla escrito antes. Pero quién sabe, puede que todo tenga, como en la literatura, un sentido concreto, algo superior que nos empuja a que ocurra en el momento que decide el destino porque así debe ser.  Ya antes de comenzar el libro podrás encontrar tres citas imprescindibles y que demuestran el buen acierto de su elección. De entre ellas, una me atrae profundamente. Y es que no puedo estar más de acuerdo: «Toda autobiografía es ficcional y toda ficción es autobiográfica».

Su autor, Roland Barthes, no podía estar más acertado. Recuerdo haberla dicho, incluso, en alguna entrevista o presentación. El ejemplar que tengo entre mis manos está dividido en varias partes, y éstas en capítulos cortos que, si bien tienen conexión entre ellos, su calidad y maestría permite leerlos de una forma independiente, entre otras cosas, por el hecho de disfrutar de una buena lectura y una buena autora. Podemos leer, en Ataraxia: «Abro los ojos, floto entre retazos de recuerdos semejantes a raíces, me escabullo de sus torpes intentos de agarrarme. Apenas me inspiran sentimientos que un día provocaron. Ahora, indiferencia». ¿Hay algo más sinceramente demoledor, para cualquier acción que en la que participemos, que la sensación de indiferencia? 


Doy un pequeño salto hasta La orilla, para descubrir otro nuevo párrafo de los que suelo subrayar cuando leo un libro que, como es este caso, estoy seguro que recogeré de nuevo de la estantería más adelante: «Ánimo –y una palmada en mi hombro que sabe a despedida destemplada-. Que siempre hay calma detrás de la tormenta. Esta es su tabla para salir a flote. Asciendo a tomar aire. A bocanada, ensancho entre las olas mis pulmones y allá, lejos, distante, se perfila la orilla». Siempre, siempre, siempre, en la tormenta de la vida hay un momento para la calma, días y horas de tranquilidad en el alma, minutos para detenerse a hablar con los recuerdos y, como Mayela nos dice, divisar de nuevo la orilla en este océano de circunstancias sobrevenidas. 


No puedo dejar de mencionar a Vílchez, la ilustradora que perfila gran parte de los textos con sus dibujos y que otorgan, gracias a ella, una profundidad adicional y un sentido inequívoco a muchos de ellos. No tengo ninguna duda de que su presencia en este libro lo dota de una energía y carga excepcional. Un acierto. 


En esta lectura, de la que recomiendo hacer pausada reflexión disfrutando de líneas y líneas de acierto literario, me detengo ahora en Al noroeste de mi alma, de donde te destaco dos de sus párrafos, y de los que estoy seguro que disfrutarás. El primero de ellos nos dice: «Busco mis referentes de el tiempo y entonces, vuelves tú, abuelo. Cierro los ojos y resuena el tic-tac de tu abrazo de las islas Canarias sobre mi hombro. De nuevo, la sonrisa de tu mirada pura ilumina mi todo y el brillo de la felicidad me invade y me transporta a recuerdos que quiero atesorar en palabras cercanas». Me encanta. Del segundo, que parcialmente te copio en esta carta, podemos leer: «Me faltas y yo aún te necesito. Necesito tu voz tomándome dichosa las lecciones en tardes escolares. Y me aferro más fuerte, apretando los ojos que buscan como una niña perdida los tuyos luminosos». Robo a la autora, a Mayela Paramio, sus palabras para referirme a las sensaciones que yo también siento: papá, me faltas, te necesito, necesito tu voz… Dentro de estas páginas, que estoy seguro de que disfrutarás, hay una profunda carga para la reflexión y, como en la propia poesía, la apertura de la autora a sus sensaciones más profundas.

Siempre lo he dicho: es muy difícil escribir poesía o prosa poética, cualquiera que lo haga se debe desinhibir de cualquier capa que cubra sus miedos y sentimientos más hondos para mostrarlos a todos aquellos que quieran acercarse a sus versos. La autora lo hace también aquí, en Baldosas amarillas danzan en el desván del alma. Un buen ejemplo de lo que te comento, papá, lo podrás leer en el texto titulado ¿Eres mi príncipe?: «No quiero ser la princesa amable y sonriente, es un anacronismo innecesario y cruel. Tampoco quiero príncipes que destiñen de azul. La princesa ya corre; la princesa ya vuela al siglo XXI; la princesa destruye su corona de hiel. Su boca no es de fresa, ahora debate y piensa. ¿Qué tendrá la princesa? Quiere su libertad». Si damos un pequeño salto y nos detenemos en el capítulo titulado Durmiente, también podemos encontrar otro buen ejemplo, que aquí te copio parcialmente: «Abriré la roja manzana de la envidia, le extirparé el veneno antes de que Blancanieves se la lleve a la boca. Destejeré la caperuza cárdena y deshilacharé las zapatillas rojas que son reclamo de todo lo salvaje. La casita dulce ya no contendrá azúcar […]». 


Y en este ir y venir de miedos, esperanza, decisiones y de vida, porque de eso mismo nos habla este maravilloso ejemplar, de la misma vida y sociedad que nos rodea, encontramos párrafos tan impactantes y directos al alma como el siguiente, que podrás aventurarte cuando llegues hasta el capítulo La sorda tregua: «Ya todos intuyeron que era pareja que no me convenía, pero yo no escuchaba, testaruda, me empeñé en creer la sugestión hipnótica del enamoramiento y seguí a esas hormonas tan poderosas cuan poco racionales».

Llegó el momento de la despedida, papá. Te dejo esta nueva carta, hablando de un libro, Baldosas amarillas danzan en el desván del alma, que bien merece una y varias lecturas para adentrarse en la enorme profundidad poética que nos regala, a manos de la pluma de una autora, Mayela Paramio Vidal, de la que estaré esperando su nueva obra para sumergirme de nuevo en ella. Son ya muchos los libros de los que te he hablado, muchos de ellos de poesía, pero pocos, realmente pocos, que naveguen en la prosa poética que tanto me gusta. Libros y libros que me han sumergido en la literatura más cercana, y de los que estoy seguro a ti también te hubiera gustado leer.

Es por eso por lo que, no lo dudes, en breve volveré a tu lado a través de una nueva Carta a ninguna parte, misivas que nos vuelven a unir, una vez más, mes a mes. Y todo ello, sin duda, con un fondo en el que pesa, cada vez más, el sincero convencimiento de que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.

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