Amor en puentes de hierro, murallas y tiempos no tan pasados

Loli González llega por primera vez a las Cartas a ninguna parte con su última novela: Octubre en tu mirada. En ella, el amor forma parte del hilo conductor de un libro que nos lleva hasta la Ponferrada templaria.

Ruy Vega
01/08/2022
 Actualizado a 01/08/2022
Portada de algunos de los libros de la autora, Loli González.
Portada de algunos de los libros de la autora, Loli González.
El amor. ¿Qué es el amor? Posiblemente es aquello que, precisamente si lo sientes, no te preguntas en qué consiste. La propia historia, nuestra propia historia como sociedad, no se entendería sin él. Loli González, papá, nos trae un libro que en cada página destila el sentimiento de una autora que late con la fuerza de un corazón sincero.

De Loli es la primera vez que te hablo, es su primera Carta a ninguna parte. Llegarán más, estoy seguro.
Octubre en tu mirada atrapa desde su portada a todos los bercianos, ya que está inundada por uno de nuestros iconos: el castillo. Es esta pues, una primera pista de lo que podremos leer dentro.

El amor no entiende de clases sociales, entiende de miradas; el amor no entiende de diferencias en el estatus, entiende de roces que erizan la piel; el amor no entiende de lógica, entiende de impulso y pasión; el amor no entiende de pasado, entiende de presente y no llega a plantearse el futuro. Y eso, todo eso y mucho más, podrás leer en este maravilloso ejemplar que hoy tengo entre mis manos.

Es esta la historia de Anna y de Joseph, o quizá no. Puede que la autora esconda bajo esos nombres las aventuras que tantas y personas que nos rodean han vivido. Quizá Anna represente la discreción, quizá él, Joseph, dibuje tras cada palabra el impulso. A ella la encontraremos entre el duro trabajo de sobrevivir en la Ponferrada del siglo XII, a él lo veremos subido al caballo de aquel que aspira a formar parte de los Caballeros Templarios. Ambos conforman, sin duda, una pareja con el suficiente atractivo como para leer cada una de las páginas de este ejemplar.
Papá, siempre manifestaste la importancia del amor, casi la necesidad de conocerlo y disfrutarlo, casi la pureza de sentirlo. Puede que cada uno de nosotros, con o sin pareja, lo necesitemos en algún momento de nuestra vida. Y no hablo solo de ese amor bajo escritura y anillo, sino puede que bajo la amistad o los sueños prohibidos.

Comienza este libro directo a la región berciana. Nos da, ya en el primer capítulo, un lugar y una fecha: «Pons Ferrata, 10 de octubre del año 1186». Justo debajo podemos transportarnos a aquel instante de nuestra propia historia: «A última hora de la tarde de aquel domingo, había en Pons Ferrata un movimiento frenético. Su puente de hierro con retazos de madera, que facilitaba el paso de los peregrinos sobre el río Sil, crujió dolorido azotado por el viento que voraz lo envolvió en volutas de humo». Y es que esta maravillosa historia no solo nos servirá para entretenernos o recordar latidos perdidos o presentes, sino que también descubriremos un Bierzo quizá más olvidado de lo que deberíamos.

Bierzo que tan bien nos descubrió Helena Tur en Malasangre. Venga, te pongo otro ejemplo, que podrás encontrar muchas páginas después, pero en el que merece la pena que nos detengamos un instante: «En el pueblo de Compludo, enclavado en lo profundo de un valle, transcurrieron tres días con sus noches y pernoctaron en el monasterio que San Fructuoso había construido en el siglo VII. El plato estrella de todas las comidas era la carne con mermeladas agridulces y deliciosas trufas, haciendo que sin decoro se chuparan los dedos».

Loli González nos regala excelentes descripciones, un estilo que, sin duda, la caracteriza. Te lo puedo asegurar, pues he tenido la suerte y fortuna de haber leído alguna de sus anteriores obras. Y es que en el mismo primer capítulo que antes te mencionaba podemos leer: «Se oía a la lluvia batirse en duelo con el viento otoñal, a las tórtolas revolar los tejados resquebrajados, a la luna parlotear con las aves noctámbulas, a los caballos piafar en las caballerizas; se oía a un murciélago confabular con la lluvia, y a los cobardes latidos del corazón de Anna, que enmascarada entre una mata de arbustos, logró contener el sofoco de la carrera duque la había llevado hasta las murallas del Castillo de los Templarios».

Descripciones de las que te pongo otro ejemplo de un libro, estoy seguro, que ya estarás deseando tener entre tus manos allí donde ahora te encuentras. Podemos encontrar, poco después, un texto que nos envuelve con el aroma de lo que sus propios protagonistas sienten: «Sin dejar de ladrar, los perros siguieron a los hombres alejándose del gallinero. Sigiloso, el escudero rodeó el secadero de higos. Un golpe de viento lo empujó con fuerza hacia atrás haciéndole difícil el poder avanzar. Los árboles acariciaban el suelo con sus ramas casi desnudas, y las pocas hojas que aún quedaban aferradas a la vida se veían obligadas a soltarse dejándose llevar».

Pero regresemos, papá, al timón de estas líneas: el amor. No importa, la verdad, cuánto dure. Puede ser toda una vida, puede ser solo un instante. Amores que han durado apenas una noche muchos los recordaran toda una vida. Vidas que se compartieron toda una eternidad apenas fueron amores de un instante. Amores prohibidos, instantes que se esconden, miradas cómplices que transportan algo más, caricias ocultas entrelazadas en sinceridad. Amores construyéndose poco a poco, paso a paso, tiempo al tiempo. Ese en el que Anna y Joseph navegan: «El gallinero, con techo de paja sujeto a troncos de madera negra, y con paredes de barro, ahora cobijaba a los dos jóvenes.

Los ojos de Joseph se adaptaron a la oscuridad con la tenue luz que llegaba de afuera. Anna cerró los ojos. Joseph se limitó a husmear el interior desde la puerta y entonces la vio. Su cuerpo enredado en sí mismo estaba entre un gallo que lo miró altanero, y una gallina que no se molestó en abrir los ojos. El cabello de la muchacha caía sobre su rostro ocultándolo de su mirada».

Papá, estoy seguro que todos y cada uno de nosotros guardamos, en nuestra caja de cristal que esconde los instantes de nuestra vida más sinceros, aquellos sentimientos que llevamos tatuados en el alma de los recuerdos imborrables. Sí, todos y cada uno de nosotros. Tú, ellos, ellas, yo. Los que todavía aman, los que ya amaron, lo que lo harán, aunque sea en sueños de imperturbable necesidad futura. Loli lo describe así, a través de los dos personajes que, en este momento, ya serán conocidos para ti: «Sin Anna sospecharlo, el escudero no había podido evitar sucumbir al deleite de acariciar sus mejillas, con suavidad su cabello, rozar sus labios que se entreabrieron con la caricia de la yema de sus dedos, y abordar su cuello dejando que la noche se derritiera de envidia».

Hermoso, ¿cierto? Sin duda, la escritora sabe cómo llegar a unos momentos que marcan parte de la vida de cada uno de nosotros. Y llega con texto como el anterior y con líneas como las siguientes: «Los labios de Joseph acariciaron tímidamente la comisura de su boca ambicionando besarla, Anna codiciaba lo mismo y ofreció sus labios entreabiertos. Con cautela, con miedo y con amor contenido, la besó en la frente, en los ojos y Joseph no pudo detenerse y se entregaron a aquel beso tan explosivo como un huracán, tan largamente deseado y, sin embargo, inesperado».

Me detengo ya aquí, papá, con esta nueva Carta a ninguna parte. ¿Sabes? El amor, ese inequívoco sentimiento que forma parte de nuestra forma de ser, ocupa un lugar en el pedestal de la vida de cada uno de nosotros. Y lo ocupa desde que nacemos y miramos a los ojos a nuestra madre o a nuestro padre. Y ese sentimiento ya nunca se pierde, no se lo lleva el viento (tormenta) de la vida. Por eso, papá, puedo afirmar que, tanto tiempo después, allí donde estás tú, aquí donde estoy yo, encontramos un lazo que es irrompible y que nadie, jamás, podrá destruir ni destrozar. Papá, no es solo una bonita frase, es un sentimiento: No es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
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