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El bar de las Cortes

29/05/2022
 Actualizado a 29/05/2022
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Durante lo peor de la pandemia hubo una cierta exaltación del bar tal que una suerte de edén perdido. Todos tenemos uno o varios donde nos encontramos a gusto y eso no significa nada censurable, al contrario. También es cierto que se han ido convirtiendo en lugares más acogedores y respirables, donde se asiste a menos bochornos y se oyen menos disparates que hace décadas. Estos se han expatriado a las redes sociales, de forma que uno tiene que escoger leerlos o no pero al menos no están al otro extremo de la barra, vociferados por energúmenos, como solía ocurrir. Los energúmenos se cortan un poquito en los bares y eso es un avance.

Por circunstancias particulares he estado varias veces en el bar de las Cortes regionales. Como ocurre con el edificio entero, es un local vasto y algo desolado que sospecho concurrido cuando hay sesiones, pues en ratos corrientes parece el típico local de barrio, satisfecho de una pulcritud anodina. Allí se cruzan los políticos que se enzarzan antes o después en la tribuna, casi llegando a unas manos supuestas con más de melodrama y lance que de verosimilitud, pues no por casualidad estos hemiciclos tienen la forma de un teatro antiguo. En el bar, sin embargo, se saludan, sonríen y hasta compadrean como si nada hubiera pasado, y recuerdan un poco a los compinches de El Padrino cuando decían aquello de «son solo negocios». Los camareros atienden corteses y con oficio, aunque a veces se les adivina un rictus mal disimulado de desdén hacia ese guiñol, o quizás solo sea el mohín de uno mismo, que lo querría compartir con quienes tampoco pertenecen a esa farándula y también están allí por motivos diferentes.

No he vuelto al bar cortesano y no puedo imaginar si el ambiente ha cambiado después del nuevo protagonismo de un partido reciente en los plenos y sobre todo en los órganos de decisión del gobierno autonómico y hasta en la presidencia de la propia institución. No puedo saberlo, pero imagino lo que puede ser cruzarse con individuos que dicen las cosas que dicen los sujetos de ese partido, la cara de circunstancias y las ganas de no tenerles cerca ni oírles que deben (o deberían) tener algunos procuradores, como tienen también muchos ciudadanos, como deberían tener todos. Supongo que sea parecida cara a la que pone el presidente Mañueco cuando mira al suelo en plena diatriba o escurre el bulto en medio de las preguntas de la prensa con ese simulacro de sonrisa petrificado en la cara. Espero que al menos se sepa responsable de haber normalizado esa vergüenza, de haber convertido esta tierra, tan a menudo inadvertida en los noticiarios, en granero de despropósitos y afrentas. Los exabruptos de las antiguas cantinas y la jerga cuartelera están ahora en el lugar que nos representa a todos gracias a él, al tipo que baja la cabeza y mira para otro lado. Hasta en el bar.
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