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Dr. Livingstone, supongo

30/04/2023
 Actualizado a 30/04/2023
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Por encargo de un periódico, el New York Herald, en 1871 Henry Stanley hallaba al fin a David Livingstone, perdido desde hacía años en el corazón de África, enfermo y dado por muerto, saludándole con aquellas famosas palabras tan ajustadas al humor flemático inglés que seguramente jamás pronunció: «El doctor Livingstone, supongo». Los mitos siempre se construyen a posteriori. Y el de Stanley se hundió en el oprobio de su apoyo al régimen asesino de Leopoldo II en el Congo, aunque su imagen popular siga siendo tan romántica.

Con aquellos homéricos acontecimientos, a finales del siglo XIX (en el caso de los Polos, algo después) el mundo dejaba de ofrecer territorios desconocidos, de contar con manchas en blanco en los mapas y de ofrecer el sueño del misterio y la aventura a quienes los ojeaban con el misterio y la aventura en los ojos. En aquella época el occidental terminaba de arribar a todos los rincones del planeta para cartografiarlos y aunque aquellas expediciones se narraban como conquistas llenas de intrepidez y carácter, lo cierto fue que constituyeron las avanzadillas para abrir nuevos mercados y explotaciones comerciales, a menudo despóticos. La completa conquista del espacio del planeta Tierra abría el negocio a todo cuanto el mundo podía ofrecer. De ahí a los turoperadores el negocio solo ha cambiado de forma.

En nuestros días, no muy distintos métodos de conquista se están haciendo con el tiempo de que disponemos, esa última frontera ignota cuyos márgenes en blanco solían pertenecernos. El destino final de esa conquista, de esa nueva colonización, parece también el mismo. Supuestos visionarios intrépidos (Jobs, Gates, Zuckerberg, Musk…) partieron en su busca y protagonizaron una nueva mítica rodeada de sencillez (garajes, cajas de herramientas, neveras con cerveza…) y un ingenio superior, audaz. Pronto avanzaron en nuestro territorio particular colocando en él dispositivos con los que cartografiar cada uno de nuestros momentos, despojando de misterio el interior de nuestras vidas, eviscerado a la luz pública por nosotros mismos, rendidos al nuevo pionero. Es cierto que la mayoría de esos acontecimientos íntimos no tiene interés alguno, que el misterio es su ocultación, pues la auténtica originalidad se agotó en las primeras generaciones y solo algunos iluminados aún la reviven, pero lo que verdaderamente interesa a quienes conquistan nuestro tiempo no es esa mediocridad multiplicada por cada individuo, sino ofrecer cada uno de esos individuos a la venta, en una especie de nuevo mercado de seres humanos, obteniendo de su colonización la posibilidad de negocios y beneficios a escala global, vendiendo sus deseos, gustos y predisposiciones al mejor postor.

Quizás Livingstone no quería que le encontrara nadie. Y menos alguien como Stanley.
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