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Desestructurando la tortilla española desestructurada

05/12/2019
 Actualizado a 05/12/2019
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Ya avisé en su momento a mi entorno más cercano. Se empieza por una tortilla desestructurada y se acaba con un país también desestructurado. No entiendo cómo los expertos no lo vieron venir. Era una señal y nadie se dio cuenta. Que un símbolo patrio como la tortilla española fuera fragmentada y encima costara más que una compacta y sin fisuras no podría traer nada bueno. En definitiva, que la culpa de todo no la tiene Yoko Ono, sino Ferran Adrià. Y eso que ha reconocido que él no la inventó, aunque sí la puso de moda.

Pues eso, mientras que un genio tuvo la loca idea de mezclar en una misma sartén huevos, patatas y cebolla, parece que se equivocó o al menos erró en la elección de los ingredientes utilizados. Durante un tiempo y como veníamos de pasar hambre democrática parece que la tortilla española sirvió para llenar estómagos agradecidos y también de los otros. Claro que la tortilla que nos pusieron encima de la mesa no era perfecta, tenía algunos tropezones, unas zonas estaban más saladas que otras e incluso había algunas partes que quizás estuvieran un poco quemadas. Pero al fin y al cabo era una tortilla, la de todos.

Algunos por lo visto se aburrían y empezaron a innovar para conseguir ser lo más esnob posible. Hasta ahí no habría motivo para alarmarse, trileros los hay en todas las cocinas. Pero el problema es cuando algún intelecto hambriento ve en esa descomposición el maná que le permitirá engordar y engordar, aunque eso suponga que los de la mesa de al lado quizás pasen hambre y se queden con el mismo tipo que el del perezoso Leiva. Lo que es difícil adivinar es qué tendrá más aceptación entre los comensales: las patatas, el huevo o la cebolla. Lo digo, porque a lo mejor los defensores de la cebolla piensan que van a triunfar en solitario y luego lloran desconsolados. O los del huevo al final se arrepienten de haberse convertido en una tortilla francesa. Y las patatas, que a priori son la parte más contundente de la tortilla patria, acaban empapizando ellas solas. Seguramente estos ingredientes por separado acabarían sobreviviendo dentro de la dieta mediterránea, pero eso sí, por separado nunca sabrán como todos unidos.

Y el problema de la moda de la desestructuración es que ésta no tiene fin y puede llevarnos a una situación delirante, en la que desestructuremos a la tortilla española desestructurada. Porque la sal también tiene derecho a ir por libre, al igual que el aceite utilizado para freír las patatas o la clara quiera separarse de la yema. Y esto no es un escenario futuro, sino presente. Hemos pasado de la tortilla española desestructurada a base de referéndum ilegales y estatutos de autonomía con el derecho a decidir y a la autodeterminación, a la desestructuración de los propios ingredientes autonómicos y provinciales.

Ahora parece que la patata cultivada en León no quiere ir en el mismo plato que la que sale de los campos del Pisuerga, sin haber preguntado la primera si por ejemplo la patata berciana sí quiere ir con la de León. Pero claro, ahora uno duda de qué es primero, el huevo o la gallina. O en otros términos, ¿la libertad en solitario, supuestamente anhelada, de la patata leonesa es a consecuencia de que el agricultor pucelano ÓOscar Puente quiera fumigar con pesticida los campos leoneses o es a la inversa? ¿Y la patata turolense, que ahora tiene encima representación en la despensa del Congreso de los Diputados, cuánto tardará en querer ir por libre? Y no nos olvidemos que la cántabra ya está pregonando que sabe a anchoas y la canaria recuerda que ellas nos son patatas sino papas arrugadas.

Y todo esto se lo debemos a los grandes cocineros de traje que tenemos en nuestro país y a los clientes que nos dejamos engañar por estos, a pesar de que nosotros seamos al final los encargados de pagar la cuenta. Y al final ya verán, cómo encima se enfadarán si no les dejamos propina.
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