Delicada seda

José Ignacio García comenta el libro de Luisa Etxenike 'Cruzar el agua'

José Ignacio García
30/07/2022
 Actualizado a 30/07/2022
La autora Luisa Etxenike.
La autora Luisa Etxenike.
‘Cruzar el agua’
Luisa Etxenike
Nocturna Ediciones
Novela
190 páginas
16,00 euros

Hay relatos que necesitan empezar bruscamente, sin aire». Eso asegura la autora de esta novela cuando el oleaje de sus páginas atisba ya la orilla del desenlace en la lejanía. Y así empieza la novela, con una zambullida en la playa que hace presagiar un luctuoso desastre. Pero esos malos presagios y esa brusquedad se desvanecen al final de la primera página, cuando la escritora empieza a manifestar el lirismo que va a derrochar continuamente en las ciento noventa páginas sucesivas, comparando las brazadas con puntadas y añadiendo que «nadar como coser en los innumerables tejidos del mar. Según la hora del día o la estación del año o el ímpetu de la marea, el agua era un lino maleable, un tafetán crujiente, una lana arisca o cálida…».

Ese párrafo, cuajado de poesía, de enumeraciones, de detalles descriptivos y comparativos es solo un esbozo de todo lo que nos espera si seguimos braceando en su interior acuático. Porque el agua es la excusa o el soporte que Luisa Etxenike emplea para trabar, con la consistencia granítica de una ciudad submarina, la arquitectura de la novela.

Los tres protagonistas de la obra: Irene, Manuela y Juan Camilo surgen del mar. Irene porque es una excelente nadadora que, a pesar de su ceguera, sigue sumergiéndose de noche entre las olas, porque «los ciegos no tienen oscuridad por dentro; quizá la noche solo está para ellos en las cosas y en la gente y en el paisaje de fuera; pero en su interior, en su escondite, sigue siendo de día». Por el contrario, Manuela y su hijo Juan Camilo atravesaron el océano para dejar atrás Colombia y los misterios que a ella le siguen atormentando y que al pequeño le hacen renunciar voluntariamente a la voz, porque cree que gracias a esa mudez elegida no se le podrán escapar de la boca las palabras que desvelen el terrible secreto que el hombre que compartía la vida de su madre le reveló antes de que ambos pusieran rumbo a nuevos horizontes.

El agua, la poesía, la sensibilidad, la importancia de los sentidos: la vista perdida, el oído que tiene que aguzarse, el olfato que advierte de presencias reconocibles, el tacto que se convierte en un libro abierto en el que Irene lee la geografía corporal y las emociones y los pensamientos de los demás… Y también la sensualidad, que de una forma sutilísima fluye constantemente, como un sudor liviano a flor de piel. Y la precisión de los detalles, como puntadas perfectas sobre el tejido más delicado. Y el enfoque de las escenas, lo que manifiestan y lo que insinúan…

Gracias a esas escenas, a la precisión, a la sutileza, a la insinuación, el lector descubre a Irene desnuda frente al espejo del baño, sin verse por fuera, pero imaginando cómo se descubre por dentro; o coincide con ella y con Juan Camilo cuando su madre deja al pequeño a su cuidado para asistir a una boda (tras la que se camuflan una presentación en sociedad y una prueba de amor). En ese escenario, con una ciega accidental y un mudo voluntario que escribe lo que piensa en una pizarra, el lector teme que aflore la incomunicación. Y, sin embargo, lo que nace es una relación especialísima entre dos personas que se necesitan y complementan a partir de entonces.

El desenlace de esa escena, como el erotismo que empaña el espejo del baño cuando Irene se enfrenta a su soledad en la ducha, me parecen absolutamente geniales, propias únicamente de una autora a la altura de Luisa Etxenike, premio Euskadi de literatura por ‘El ángulo ciego’ y reconocida por el gobierno francés como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.

‘Cruzar el agua’ es una novela preciosa, una pura delicia narrativa, palabra tras palabra, frase tras frase, párrafo tras párrafo. Su lectura me ha emocionado y conmovido como no me ocurría desde los tiempos en que leí ‘Seda’, de Alessandro Baricco. Luisa Etxenike trata a las palabras como a esas prendas delicadas que hay que lavar a mano y con agua tibia, porque están hechas de telas muy finas, que pueden dañarse si no se las cuida como merecen.

Pero ‘Cruzar el agua’ no se conforma con haraganear en la superficialidad de su estética y su pureza narrativa. Fondea también entre sus páginas una profundidad temática abisal, una denuncia infiltrada entre su exuberante belleza literaria. La violencia de género, la inmigración, las barreras que entorpecen la vida de los discapacitados, la inadaptación infantil o los prejuicios sociales clasistas también reverberan en un tapete de ganchillo que es pura filigrana engarzada de capítulos breves y títulos muy cortos, que casi cuentan una historia si se leen de manera encadenada.

Y, como en toda novela que se precie, más allá del virtuosismo ornamental, de las metáforas prodigiosas, del artesonado que es arabesco léxico, subyace el enigma que obliga a seguir leyendo para descubrir cuál es el secreto que guarda Manuela y que cree que puede truncar de raíz ese nuevo amor que ha empezado a florecer junto al noblote y atlético Andoni; o qué motivó el silencio decidido de Juan Camilo, que le hace espantarse ante la cercanía amistosa de cualquier hombre; o quién era Irene Muguerza antes de perder la vista…

‘Cruzar el agua’ es una novela magnífica –además de por su indescriptible belleza– por su estructura, por el primoroso uso que su autora hace del lenguaje y por la precisión de imaginero con que esculpe la personalidad de los tres protagonistas; y sobre todo la del fascinante Juan Camilo, que da una de las claves de la novela cuando voluntariamente decide que el fruto de su garganta vuelva a convertirse en materia acústica. Al escuchar de nuevo su voz, le preocupa el acento que pueda tener. No quiere conservar el tono nativo, quiere que sus palabras suenen como lavadas y despojadas de su matiz original, porque solo así podrá olvidarse del pasado, como si no existiera. Y precisamente eso es lo que también pretenden Manuela e Irene, y Andoni y las compañeras sudamericanas del taller de escritura donde Manuela aprende a espantar, a base de palabras, los fantasmas del ayer.

A través de estas páginas, por tanto, los protagonistas cruzan el agua maldita de lo que dejaron atrás para alcanzar nuevas orillas, solos en unos casos o amarrados al salvavidas del amor y la esperanza en otros.

En tiempos de maremotos editoriales, que hunden cruelmente en las profundidades de la indiferencia a la inmensa mayoría de los libros que se publican y los convierten en pecios que se consumirán entre las algas y los corales del olvido, esta novela merece mantenerse a flote y conquistar el corazón de miles de lectores que la disfruten como si fuera un valioso tesoro rescatado de las aguas.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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