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De Zapatero a Sánchez

03/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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De niño fui a una escuela donde nos daban un vaso de leche en polvo durante el recreo de la mañana. Era leche que enviaban los americanos. Yo la aborrecía porque, con el estómago vacío, me sentaba fatal. Al maestro, que usaba una regla como principal arma pedagógica, le llamábamos ‘Zapatones’. Tenía unos zapatos llamativamente grandes. Supongo que ocultaban unos pies algo desmesurados con relación a su estatura, que no era demasiado alta. No tanto como aquel otro tipo encorvado y grandullón al que llamábamos ‘el Altísimo’ (y que, por cierto, era el jefe de Falange, del que se decía había encabezado los ‘paseos’ que habían acabado con todos los rojos del pueblo).

Al oír estos días a Zapatero pidiendo el indulto para los separatistas acusados de rebelión, me he acordado de ese sonoro apodo, no sólo por asociación fonética, sino porque zapatones puedetraducirse como metepatas, torpe o zopenco. Cuando uno vitupera a alguien (aunque la mofa, como en este caso, sea más descriptiva que ofensiva), debe ampararse en la función pedagógica y política que cumple el insulto, de tan larga y fecundísima tradición entre nosotros.

Creo que es suficiente justificación el denunciar con ello la gravísima irresponsabilidad de quien fue presidente del Gobierno al proclamar, con esa engolada prosodia que ha convertido en caricatura de sí mismo, que espera que la sentencia contra los golpistas «no comprometa el diálogo». Provocación premeditada que asusta porque revela qué tipo de Zapatero remendón tuvimos al frente del Gobierno de España durante ocho años, y qué tipo de PSOE tenemos hoy que ampara y hace suyo este desgarrón contra la democracia y la independencia judicial.

«No comprometer el diálogo», «volver a la política», «encauzar el conflicto»... Palabrería insultante y falaz, como si la ley fuera lo opuesto, y no el sostén, de la política. Todo para pedir una sentencia exculpatoria y un indulto anticipado. Algo peor que lo que trapicheó con ETA, aquellas vergonzosas negociaciones claudicantes del 2006 que hicieron posible la legalización de EH Bildu, un partido que no tendría cabida en ninguna otra democracia, y menos en Europa, organización facciosa con la que ahora pacta Sánchez descaradamente.

Zapatero es el ejemplo más pavoroso de hasta qué punto la democracia puede abrir la puerta a los personajes más ineptos, mentalmente obtusos, peligrosamente fatuos, lo que no significa necesariamente tontos. No lo son, al menos para sí mismos y para los intereses a los que sirven. Ahí está la prueba de esa mediación (zapateresca y zarrapastrosa) en Venezuela, éxito fulgurante que ahora quiere trasladar a Cataluña. De nada sirven el Parlamento, los partidos, las instituciones del Estado, el poder judicial. Hay que abrir «otros espacios de diálogo» que soslayen la Constitución y nos hagan tragar la rueda de molino separatista como si fuera una oblea.

Zapatero hace tiempo que es una fuente de extravagancias que rozan el esperpento. Pasará a la historia aquel gesto cerril del que hizo solemne ostentación ante la bandera americana. Icono de otro momento cegador fue esa foto familiar junto a los Obama, sus hijas luciendo una estética tan cutre e inverosímil como el reciente corte de pelo de su consorte Sonsoles, flequillo y melena tronchada por encima de las orejas, algo tan espantosamente feo que podría ‘justificar’ una demanda de divorcio.

Pero nada de esto sería posible sin el apoyo de algo mucho más peligroso, y que va más allá de la cretinez que exhiben hoy muchos otros Zapateros, empezando por el que hoy ostenta, en una interinidad que dura ya más de un año, la presidencia del Gobierno, ese doble corregido y aumentado que es Pedro Sánchez.

Me refiero a esa masa de votantes abducidos por lo que todavía llaman progresismo, que no es más que carlismo postmoderno, comandado por esa carcundia retrógrada y racista que es el nacionalismo catalán, vasco, gallego y sus sucursales diseminadas por toda España.

Pero digamos más. Tampoco sería todo esto suficiente si no hubiera intereses más decisivos que están moviendo hilos y propiciando este desbarajuste. Son fuerzas y poderes internacionales (desde Rusia a Alemania, por no hablar de China y los países islámicos), a los que el escenario geoestratégico de España les viene muy bien para esa guerra global en la que hace tiempo estamos sumergidos (de la que lo ocurrido en los Balcanes parece prueba evidente). Pero de esto le debiéramos preguntar al leonés Pedro Baños, que sabe mucho más.
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