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De campo y de ciudad

27/03/2022
 Actualizado a 27/03/2022
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En una época tan maniquea, fabricante orgullosa de supuestas identidades antagónicas, se construyen y ahondan dicotomías cada vez más abruptas. Una de las más absurdas es la que encara el campo a la ciudad, o ‘el campo’ a aquello que no lo es. Hace de ambos espacios una trinchera en lugar de un mismo paisaje transformado por mano del ser humano y a su conveniencia. Y en peligro, en los dos casos. Se proponen, además, actitudes y soluciones contrapuestas para cada uno de ellos como si se tratara de dos mundos distantes y autónomos cuyos intereses chocasen fatalmente. Esa falacia no debería colar.

Los problemas más graves que afrontan campo y ciudad, es decir, los lugares en que se desarrolla nuestra vida, son tan comunes que requieren soluciones compartidas. Cambio climático y ecología han alcanzado las dimensiones de mayores retos de la humanidad en su conjunto y han de implicar a cuantos habitamos las dos caras de la misma superficie. Compartir los cambios, sacrificios y privaciones a que sin duda habrá que llegar es el principal reto y la primera cuestión a entender por todos. También en ese contexto han de tratarse tesituras críticas como la actual.

En el campo abunda el desprecio por algunas actitudes ecologistas, entendidas a menudo como una intromisión, y hasta cuestionadas en sus evidencias de fondo. Quizás haya algo de arrogancia y condescendencia en la actitud de quienes han provocado esa reacción y, por otra parte, el abandono de extensas zonas de nuestro país no ayuda a «venir ahora con monsergas» a quienes han resistido tan menospreciados como muchos habitantes del medio rural. También es cierto que la mayoría de los grandes agricultores y ganaderos reniegan de esas razones porque, como sucede con las macrogranjas, amenazan sus intereses económicos, por cierto opuestos asimismo a los de los habitantes del campo en general y el pequeño campesino en particular. En la ciudad ocurre otro tanto: mientras acopiamos leche o aceite de girasol de las grandes multinacionales no nos importa el precio a que se pague en origen o quién especula con qué. Nos damos la espalda y en ese alejamiento medran los de siempre.

En un lugar como León, ciudad donde es posible aún alcanzar a pie horizontes rurales desde casa, o provincia donde lo urbano, lo que se tiene por urbano, es tan exiguo, y cuyos habitantes añoran o viajan al campo a la mínima ocasión, debería estar clara la falsedad de ese enfrentamiento atizado por beneficiarios que a menudo nada tienen que ver con la solución a los problemas y mucho con cuestiones ajenas, ni urbanas ni rurales, ni fabriles ni campesinas. Podríamos empezar por abandonar el tono belicoso y frívolo que suele teñir las diatribas desde los correspondientes frentes para reconocer que en este trance estamos todos en el mismo bando.
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