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De arquitectos y arquitecturas

30/06/2023
 Actualizado a 30/06/2023
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Cuando se habla de arquitectos, por la gente, por los usuarios, inevitablemente se hace refiriéndose a viviendas, o, más bien, con los edificios, ya sean como unidad, ya sea como ciudad en su conjunto.

Y luego, por el contrario, curiosamente, cuando preguntas a cualquier persona quién es el arquitecto de su casa, raramente lo saben. Quién lo promovió o quién lo construyó sí, supongo que, cosa evidente, es porque con ellos fue con los que se trató la compra. Así, coloquialmente, lo normal es hablar de la casa que hizo (y no voy a dar nombres, pues alguien lo podría malinterpretar) don Fulano o la construyó don Perengano, pero nunca, o casi nunca, del arquitecto que la proyectó y que, mire usted por donde, es el propietario intelectual de la misma, tan propietario intelectual como el que escribe un libro, pinta un óleo, compone una partitura o esculpe una estatua. En definitiva una prerrogativa que se otorga a todas las Bellas Artes, y la arquitectura es una de ellas. Aunque raramente se conoce que es así.

Así, si como muy habitualmente sucede, cuando algún propietario decide hacer alguna modificación, lo primero que procura es no pedir licencia, que cuesta dinero, ni tampoco permiso a la comunidad, que es un rollo, cómo vamos a pretender que lo haga al arquitecto, si ni siquiera sabe de esta obligación.

Pero claro, si como es regla general casi nadie tiene idea de quién ha proyectado su casa, especialmente las comunidades de vecinos, esta situación dura poco. Más o menos hasta que haya alguna gotera, fisura, asentamiento o cualquier cosa. Entonces sí, al igual que con Santa Bárbara, de la que nadie se acuerda hasta que truena (eso dice el refrán), rápidamente aparece el autor. Y no me quejo, que para eso estamos, no para todo, como muchos propietarios creen, porque en una obra intervienen varios oficios y profesiones, todos y cada uno de ellos con sus responsabilidades. Pero eso ya sería muy largo de contar. Quizás para otra vez.

Ya hace unos cuantos meses me quejaba de una situación habitual (17.07.2020 ‘Los arquitectos somos transparentes’): se inaugura un edificio señalado, especial, aparecen todo tipo de personas y personajes loándolo, contando sus cosas estupendas y apuntándose el tanto. Y digo, decía, si es tan estupendo será que algo ha puesto el arquitecto. Más, hete aquí que, de eso, ni una palabra. Transparentes y desconocidos.

Aunque hay que reconocer que, de vez en cuando, milagro, hay excepciones: Europa Nostra ha concedido el Premio a la Conservación y Adaptación a Nuevos Usos a dos arquitectos, con nombre y apellido, Susana Valbuena Rodríguez y Andrés Rodríguez Sabadell, por su trabajo de restauración (desgraciadamente de lo poco que queda, que sus restos están sembrados por acá y acullá, incluido San Juan y San Pedro de Renueva) del Monasterio de San Pedro de Eslonza.

Transparentes y desconocidos, decía antes. Y es que los arquitectos hacen bastantes más cosas que casas, aunque sea ésta su mayor ocupación y parezca la única, básicamente porque el volumen más importante de construcción está en el campo de la edificación residencial.

Por y para ello, la formación es una mezcla de tecnología (estructuras, electricidad, etc) y arte, algo que prácticamente sólo se hace en España y Gran Bretaña, al ser, en estos dos países, carreras derivadas del Politécnico del Ejército durante la revolución industrial, mientras que en todos los demás se derivaron exclusivamente de la carrera de Bellas Artes.

Es por eso que los años de estudio y formación se enfoquen tanto a la parte artística como a la técnica. Bastantes años por cierto, al menos en el Plan que yo mismo seguí (aunque ahora, los tiempos cambian y la formación también), un Plan de Estudios que, si se te daba muy bien, a curso por año, te llevaba siete años, siete, que, por aquello de los dibujos (tenías que saber dibujar sí o sí) y porque, además, los dos primeros cursos requerían su aprobado completo obligatorio para poder continuar, al final, y con suerte, terminaban siendo diez años de estudios.

Ciertamente el grueso era la construcción generalista, la del día a día, pero el amplio y genérico campo de actuación, tal y como sucede hoy en todas las actividades profesionales, obligaba a una especialización, ya desde antes de finalizar los estudios y obtener la titulación en Urbanismo, Jardinería y Paisaje, Economía de obra, Restauración de Monumentos o Cálculo de Estructuras, posiblemente la más árida y menos artística y que, mea culpa, yo escogí por aquello de que la seguridad de un edificio suponía un riesgo muy a tener en cuenta.

Como se ve, un muy amplio abanico de campos en los que los arquitectos tenemos competencia y preparación, aunque no lo parezca.
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