Las tradiciones zamoranas para arrancar el año

Los Carochos de Riofrío, Los Diablos de Serracín o El Zangarrón de Montamarta son celebraciones típicas del primer día del año en la provincia zamorana

Ical
01/01/2024
 Actualizado a 01/01/2024
Los Carochos de Riofrío de Aliste. | ICAL
Los Carochos de Riofrío de Aliste. | ICAL

Riofrío de Aliste (Zamora) mantiene en pleno auge la obisparra de Los Carochos, una de las mascaradas de invierno más conocidas de la provincia de Zamora, declarada en 2002 Fiesta de Interés Turístico de Castilla y León.

Los Carochos hacen una espectacular salida en torno a mediodía, con gran participación popular. El Diablo Grande y el Diablo Chiquito aparecen con su atuendo negro, envueltos en humo y en medio del ensordecedor ruido que producen los cencerros colocados a su espalda. El Diablo Grande lleva máscara negra de corcho, con nariz y labios rojos, dientes blancos y colmillos de jabalí y la cabeza, cubierta por vellón de oveja. El Diablo Chiquito lleva la cara tiznada de negro y largos pelos de cola de caballo o rabo de vaca sobre ella. Llaman la atención las tenazas articuladas y la ceniza.

A continuación, llega el grupo de los Gitanos, dirigiendo un carro tirado por burros; los Cuatro Guapos y El del Lino, un intérprete con libertad de movimientos en todo el ceremonial, que cierran la comitiva.

Las peleas entre los contendientes, el cruce del río por parte de los dos carochos, el baile de los personajes de la mascarada con los vecinos del pueblo y el momento en que dan a probar chorizo al vecindario, como prueba de agradecimiento a su constante apoyo en el mantenimiento de la celebración, son algunos de los instantes más representativos de la mascarada. En torno a la hora de comer, el paso del río por el agua y junto al puente.

“Este es el detalle más importante. El puente es obra humana. Estos seres son los démones clásicos, seres intermedios entre los hombres y los dioses, que pasan por el río. No son hombres para pasar por el puente”, precisa el investigador y experto en mascaradas Bernardo Brioso, fallecido el día 26 del pasado mes de octubre.

La Asociación Cultural ‘Amanecer de Aliste’ publica desde hace doce años la revista ‘Los Carochos’, sobre la mascarada, para reivindicar esta fiesta de invierno que protagonizan once mozos del pueblo, aunque algunos de sus roles sea el de mujer. “Una de las principales aportaciones de la revista Los Carochos es un cuidado diseño y una estética particular en la que la creatividad es un elemento fundamental de esta apuesta periodística”, destacó Rubén Gago, de la Asociación. 

Sarracín de Aliste celebra Los Diablos

La obisparra empieza según salen de misa los vecinos. El Diablo Grande, con sus tenazas, y el Chiquito, con su pica con cuernos, atacan a los habitantes del pueblo. El Diablo Grande lleva una máscara negra de corcho, con cerco de ojos y labios rojos, cuernos de cabra y colmillos de jabalí y la cabeza cubierta por piel de cabra o de cordero, mientras que el Chiquito lleva la cara tiznada de negro y una peluca larga, de la que salen dos cuernos de cabra

La Filandorra, con el Niño en brazos y su hermano Rullón también acuden, con la ceniza. Van apareciendo los personajes, el Galán, la Madama, seguidos por un dulzainero y un tamborilero y los dos del Saco. Al final del cortejo se sitúan el Ciego y el Molacillo.

Serracín celebra Los Diablos. | ICAL
Serracín celebra Los Diablos. | ICAL

Los Diablos atacan al Ciego, que cae herido al suelo, en la plaza de la Fuente, hecho seguido por la petición del aguinaldo, que continúa tras la comida. Hay un nuevo ataque al Ciego y el Niño cae y muere. 

En el acto final se entierra al Niño. El Diablo Grande acude con un pico y una pala para enterrar a su hijo. Vuelve a aparecer el Diablo Chiquito y el cortejo fúnebre, con todos los personajes, aunque los Diablos no llevan sus armas y el Ciego y el Molacillo se han convertido en el Obispo y el Monaguillo. La celebración termina con responsos e hisopazos y con el convite costeado con los aguinaldos obtenidos.

El Zangarrón de Montamarta encarna en Año Nuevo

El Zangarrón de Montamarta marca el inicio del año, en un día en el que también se celebran Los Diablos, en Sarracín de Aliste; los Cencerrones, en Abejera, y Los Carochos, en Riofrío de Aliste, circunstancia que atrae cada año a más visitantes, que intentan hacer un recorrido de mascaradas de invierno.

En el caso del Zangarrón de Montamarta, la oportunidad es doble, ya que volverá a salir el 6 de enero, con su espectacular máscara circular de corcho, profusamente decorada con papeles de colores, con huecos para los ojos y la boca y dos orejas de liebre; alrededor, decoración de papeles de colores. La máscara es de color negro el día de Año Nuevo y, de color rojo, el día de Reyes.

“Es la mascarada más pura de las de Castilla y León. Representa el espíritu original de un démone, sin contaminaciones posteriores”, subraya el investigador y experto en mascaradas Bernardo Brioso, fallecido el pasado día 26 de octubre.

“Mientras el día 1 dicen en el pueblo que va de diablo porque viste careta negra y los colores de los pantalones son más apagados, el día 6 va con careta roja y los pantalones son de colores más vivos”, detalla Brioso. “Para mí, el personaje representa al chamán de cada tribu antigua. Solo había un chamán, un hechicero. El único que podía hacer los ritos mágicos para conseguir purificar a las comunidades y darles la fertilidad”.

Zangarrón de Montamarta. |ICAL
Zangarrón de Montamarta. |ICAL

De madrugada, los mozos se acercan a casa del joven que tiene el honor de ser el Zangarrón y se desarrolla una auténtica ceremonia para vestirlo de forma artesanal, cosiendo dos toallas que, a su vez, van cosidas a los calcetines de color blanco. Ponerle la indumentaria tradicional es todo un arte que lleva, frecuentemente, más de tres horas, contando con la blusa hecha con una colcha de cama de matrimonio en la que se deja una bolsa interior para guardar el aguinaldo que no es fácil de confeccionar.

El Zangarrón corretea y brinca desde las nueve de la mañana por todas las casas del pueblo, excepto aquellas en la que haya luto, haciendo sonar los cencerros, y pide el aguinaldo antes de ir hacia la ermita de Nuestra Señora del Castillo, donde se celebra una misa. Los visitantes menos avezados pueden llevarse algún que otro toque en la espalda con el tridente que maneja con soltura, aunque los golpes suelen ir dirigidos especialmente a mozos que conoce

“Una de las cosas más graves que tienen las mascaradas es que, a pesar de haber resistido en algunas épocas ataques muy fuertes de la religión para intentar su desaparición y a pesar de multas y castigos, las mantuvieron y ahora se corre el riesgo de dejarlas perder por falta de gente”, comenta Calvo Brioso.

“En Montamarta, afortunadamente, ahora se disfrutan el honor de desempeñar el puesto de Zangarrón. Hoy en día, se han dado cuenta de la importancia de representar algo que es tradicional, que nos enlaza con la historia más antigua de cada localidad. A los mozos, antiguamente, les ponían a hacer pruebas entre los aspirantes y el que más saltaba, el que más corría, era el Zangarrón”, apunta. 

El Zangarrón traza con el tridente un círculo en el suelo y los quintos, chicos y chicas, se ponen a su lado. Al llegar las autoridades a la eucaristía, flexiona la pierna izquierda, clava el tridente en el suelo, se levanta la careta y hace tres venias. Cuando pasan, da tres saltos, para aguardar en el atrio de la iglesia durante la misa.

Cuando el sacerdote da la bendición, se levanta la careta, hace tres reverencias y va al altar, clava las dos hogazas que han dejado las quintas y sale de la iglesia, sin darle nunca la espalda al altar, repitiendo las tres genuflexiones. Una vez fuera, reparte los panes bendecidos entre los presentes y corre hasta el pueblo, donde volverá a haber numerosas escaramuzas hasta la hora de comer, hacia las tres de la tarde.

El Zangarrón de Montamarta volverá a atraer la atención a la localidad en el día de Reyes.

“Estas celebraciones son ritos ancestrales, de la época prerromana, cuando el tiempo no se contaba como hora lineal, año tras año, sino que era un tiempo cíclico, es decir, las estaciones eran las que marcaban el ritmo”, analiza Bernardo Calvo.

“Existían cuatro estaciones al año y el momento crítico venía en el invierno. Todo parece que está muerto. Es el momento en el que en los muertos vuelven a la vida y hay que hacer algo para devolverlos otra vez al más allá, purificar las comunidades aldeanas y, al mismo tiempo, potenciar la naturaleza para volver a dar el vigor y la fertilidad. Lo que hoy vemos son los ritos, el testimonio más antiguo de nuestros antepasados”, concluye. 

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