Cuando un eslogan hace justicia

José Ignacio García comenta el libro de María Castro 'Vuelo de reconocimiento'

José Ignacio García
26/11/2022
 Actualizado a 26/11/2022
La autora María Castro Hernández.
La autora María Castro Hernández.
‘Vuelo de reconocimiento’
María Castro Hernández
Tres hermanas libros
Narrativa breve
128 páginas
17,00 euros

No sé por qué, pero me da por leer, antes que cualquier otra cosa del libro, el encabezamiento de la solapa posterior. Y leo: «En Tierras de la Nieve Roja (…) buscamos voces nuevas en nuestro idioma, con fuerza y potencial para consolidarse como definitivas». Y pienso que me gusta lo que leo. Y que quiero comprobar si es verdad lo que afirma el eslogan. Y empeñado en seguir buscando nuevos valores de la literatura española (y si son mujeres, mejor), decido sacar un billete y embarcarme entre el pasaje de ese ‘Vuelo de reconocimiento’ que el título anuncia, por encima de una ilustración de portada absolutamente sugerente.

Conozco a María Castro Hernández de su reconocida trayectoria como autora de literatura infantil y he leído algunos relatos suyos, publicados en libros colectivos, que han llamado mi atención. Pero en absoluto me esperaba el volumen de relatos que acabo de devorar con una fruición de antropófago. Y digo de antropófago, o de caníbal, porque el libro está lleno de historias protagonizadas por seres humanos de una hondura absolutamente cautivadora y a los que no se puede evitar hincar el diente.

Alude la autora en el título a una visión aérea de las cosas, y hace honor a ella situando sus cinco relatos en territorios, épocas o acontecimientos históricos, verídicos o creíbles. Desde el Londres del 68 a las Islas Baleares, pasando por Paraguay, Madrid o la Alemania nazi.

Se escuda en acontecimientos como un mítico combate de boxeo de Pepe Legrá en Inglaterra, un ataque sádico a una niña, las primeras medidas antisemitas del régimen de Hitler o una noticia escuchada en un teléfono ajeno que da una cifra escalofriante de doscientos muertos en Italia.

Pero ninguno de esos detalles es –pese a su aparente aparatosidad– determinante en el libro. En el primer relato, el más extenso de todos –de hecho, ocupa casi medio paginado– Antonio, un joven corresponsal de prensa español en Londres es el protagonista, y a través de diferentes pasajes nos habla de España y de la dictadura de Franco alargando el zoom de la distancia, y recordando esa nación encorsetada que pretendía sacar pecho a los sones del Lalalá de Massiel o de los mamporros que convirtieron en campeón del mundo de boxeo a un español de Cuba, que solo hablaba nuestro idioma vehicular, «como todo el mundo».

El segundo relato es el más complejo de todos, en trama y en estructura. Como el primero, se basa en una serie de pasajes que al principio pueden despistar por su atemporalidad, pero que acaban encajando como un puzle, por más que causen escalofríos en los lectores, a los que les costará asimilar la barbarie con que se puede descargar una venganza machista en una niña indefensa e inocente: Y todo con el problema de la inmigración de fondo, con el drama de dejar los polluelos en el nido para buscar el alimento más lejos. Aun a riesgo de abandonarlos a merced de un depredador.

‘Solicitud’ es el título del relato central, por situación en el índice y porque, personalmente, me resulta el más cautivador de todos. En él, María Castro regresa a la narración lineal, por mucho que de vez en cuando vuelva a echar la vista atrás, y recuerde cómo la protagonista inició la relación con su exmarido y las consecuencias que su matrimonio tuvo, por más que ella trate de defender su pureza de sangre aria. A lo largo del relato se ven venir los acontecimientos y el desenlace; pero, en este caso, aventurar lo inevitable no resta un ápice de emoción o de intensidad a la trama. Incluso se agradece que al final del relato, por unos instantes, una mujer cuadriculada y metódica se deje llevar por sus instintos y sus pasiones.

‘Memoria, olvido y perdón’ arropa el soliloquio de Laura en Madrid, para demostrar que veinte años no son nada para que un hombre tropiece dos veces en la misma piedra y se sumerja entre las sábanas de la misma cama ajena. Y es entonces cuando al lector se le ocurre que al título se le podía añadir la palabra «miedo». Miedo a la soledad, a enfrentarse a la intemperie de la incertidumbre que está por llegar.

Y así, sin pestañear, sobrevolamos el quinto relato, el más breve de todos, en el que erupciona de nuevo el carácter universal y viajero del libro, porque, como pone la autora en boca de uno de los personajes «ya nadie puede no ser de un lugar si se esfuerza en ello».

Arma María Castro Hernández sus relatos con párrafos larguísimos, habitualmente exentos de diálogos explícitos, y sin embargo no se hacen nada pesados; el lector no siente que su lectura sea como unos pies que se hunden en la arena de las dunas de un desierto, sino más bien como la carrera ligera de un niño que corre sobre una playa mojada, mientras hace volar una cometa de mil colores.

Porque estas historias son cometas polícromas que hacen volar la imaginación apoyadas en noticias reales, en zarpazos de vida que han llamado la atención de su creadora que, lejos de manifestar defectos propios de una bisoñez experimental y atrevida, manifiesta el oficio de una escritora cuajada que se puede volver referencial de seguir por este camino.

Puede ver Hanna, la protagonista del relato asentado en suelo germánico, «la hoja pulcra, los números perfectamente alineados, sin un solo tachón ni un borrón de tinta» de los deberes de su hija; y más adelante ‹‹observa la pluma deslizarse sobre el papel como si ejecutase unos pasos de baile››. Y eso es lo que hace María, bailar con elegancia y sin echar un solo borrón sobre estas páginas inmaculadas, muestrario de una prosa culta, cuidada y elegante, sin concesiones innecesarias a lo ornamental, y tremendamente visual y descriptiva hasta en los más mínimos detalles. Uno puede recrear los escenarios, acariciar las arrugas, las llagas o los sarpullidos de los personajes, aspirar el aroma del mar o de un guiso recién echo, conmoverse con unas lágrimas o incluso sufrir el picotazo de una gaviota, si no lo esquiva a tiempo.

Asegura María Castro en su primer cuento que «todo el que ha logrado sobrevivir al hambre, al frío y a la muerte tiene sobrados motivos para confiar en sus fuerzas». Y yo estoy en condiciones de afirmar que ella ha sobrevivido a su primer libro de relatos con motivos más que evidentes para confiar en la pureza y calidad de su literatura. Una literatura de altos vuelos que, esta vez sí, hace justicia a lo que proclama el eslogan de la solapa.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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