Cuando contar es vivir dos veces

José Ignacio García comenta el libro de Xenia García 'Kudryavka (Perra de pelo rizado)'

José Ignacio García
10/06/2023
 Actualizado a 10/06/2023
La autora Xenia García. | ALIANZA EDITORIAL
La autora Xenia García. | ALIANZA EDITORIAL
'Kudryavka (Perra de pelo rizado)'
Xenia García
Alianza Editoral
Novela
XXII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones
192 páginas
18,50 euros

No es frecuente, pero de vez en cuando surgen libros que desde la propia pronunciación del título les ponen las cosas difíciles a los lectores. Son ese tipo de libros especiales, comprometedores y exigentes que no están escritos para todos los públicos, o bien porque no todo el mundo sabría leerlos e interpretarlos o porque se precisan muchas tripas para deglutirlos sin que provoquen cortes de digestión literaria.

Ese es el caso de la novela que hoy nos ocupa, ‘Kudryavka (Perra de pelo rizado)’, ópera prima de la escritora sevillana Xenia García –qué contraste entre nombre y apellido, premonición de una escritura a juego– y merecedora del último premio Unicaja de novela. Y digo merecedora, y no acreedora, porque la novela es una justísima ganadora del galardón, tanto por la temática escabrosa, como por la estructura peculiar o por el encanto de la singularidad estilística que condecora a esta autora, que se maneja con la casta y el desparpajo de una escritora tatuada con las cicatrices de la experiencia. Una escritora que nada o muy poco le debe al premio, como les ocurre a tantos y a tantas, tantas y tantas veces.

‘Kudryavka (Perra de pelo rizado)’ es una novela que, como anticipan unas atinadas citas preliminares, habla de monstruos y de fantasmas, de los vacíos que provocan la vida y la muerte o de mujeres de la limpieza, que lo mismo desinfectan y reordenan casas de exmaridos fallecidos que tratan de acondicionar conciencias con una perturbadora ducha de introspección. Pero esta novela, que debe su nombre a la primera perra (no sé si la única) que, gracias –o por culpa– de los rusos, ha estado de verdad en las nubes (o en el infinito y más allá), ya nos avisa de por dónde van a ir los tiros si empezamos la lectura justo por el final del final, por ese párrafo definitivo de los Agradecimientos donde Xenia reconoce que «‘Kudryavka’ le debe todo a esas infancias rotas. Por ellas, para ellas y para no olvidarlas nunca, escribí esta novela. Y aunque bien sé que no es posible recuperar lo perdido –y hablo de tantas y tantas niñas– quizás estas páginas contribuyan a desenterrar el saber silenciado, ese mutismo pautado al que sometemos nuestra barbarie».

Se me erizaron el vello y las antenas cuando me tragué de un bocado, y sin agua, esta confesión. Y me preparé lo mejor que pude para aguantar lo que se me venía encima.

Y no me equivoqué.

Xenia García nos cuenta la vida de Pepa, una mujer divorciada y cuarentona, del Hijo que nació de sus entrañas, del Hombre con el que estuvo casada y de una niña que acaso sea ella misma, rescatada de la memoria de la infancia. Cuando se refiere a la protagonista emplea la primera persona, cuando se refiere al Hombre utiliza una segunda persona recriminatoria y cuajada de recursos literarios y, si integra a la niña, apela a la tercera persona, esa voz que –como la autora reconoce en algún momento de la narración– parece, cada vez más, una especie en extinción.

Y con ese armazón vocal, la autora nos habla de los abusos que tantas niñas han padecido y, por desgracia, siguen sufriendo en silencio, a cambio del miedo y de la vergüenza o de un duro con el que comprar chicles de colores; o de la costra incurable que estañan los remordimientos y los recuerdos; y pone sobre la mesa esa realidad candente e ignorada de los miles de suicidios que cada año rellenan luctuosas estadísticas en nuestro país, sin que los medios de comunicación se hagan eco de tan preocupante epidemia. Acaso porque teman que, si le dan promoción, se dispare hasta límites insospechados la cifra de personas decididas a ponerle un desenlace voluntario a sus días.

Pero la escritora también se hace preguntas que nos desazonan, por cómo las plantea y, sobre todo, cómo las argumenta: ¿Cuál es el precio del silencio en la infancia y en la edad adulta?, ¿cuánto vale una vida?, ¿qué es ser normal? o ¿dónde reside la culpa? Esa culpa que puede presentarse en muchos formatos o de maneras muy diversas y que deja a quien la sufre con el mal cuerpo de una resaca en la edad madura.

Se intuyen algunas influencias ajenas en la novela. Como cuando reconoce la autora la admiración que siente hacia Sara Mesa, y se aprecia algún atisbo de su aparente anarquía constructiva. Pero también hay un toque experimental, como cuando Xenia incorpora un capítulo con todas las preposiciones iniciando pasajes o injertadas en frases; o cuando inserta informes, diligencias, nóminas de libros y de famosos o listados variopintos que no siempre acierta el lector a encontrarlos sentido o la ubicación adecuada en la estructura. Quizás sea ese apartado el único que pueda provocar algún reparo, pero ese brote liviano de escepticismo no resta un ápice de valor al conjunto de la novela.

Por el contrario, en el aspecto, si cabe, aún más positivo deslumbran la originalidad de los encabezamientos de los capítulos, los diálogos inquietantes, las insinuaciones, las suposiciones, las confesiones que dejan demasiadas costuras abiertas al albur de la insinuación, que al buen lector le seducirá, sin duda, más que la precisión de las certezas. Y descuartizan nuestras conciencias aquellos pasajes crueles que poseen la amargura de una tarta de mandrágora que la autora, como una payasa cabrona, nos estampana en pleno rostro. Haciendo hilo, se me vienen ahora a la cabeza algunas escenas escalofriantes de pornografía infantil o esa reunión de la protagonista con un técnico informático que, para mi sorpresa, concluye sobrecogedoramente como sospechaba, para manifestar el poder de un macho dominante y la fragilidad de una mujer a merced de sus temores.

Y, sin embargo, y a pesar de aparentar una textura constante de piedra pómez, hay mucho ritmo, mucha musicalidad y mucha poesía en infinidad de pasajes de ‘Kudryavka’. Es cierto que, casi siempre, son melodías y versos tristes, ¿pero no han surgido con frecuencia las flores más hermosas en los muladares o los cantos más conmovedores auspiciados por un acontecimiento fúnebre?

Habla en más de una ocasión la autora de emplear la verdad descalza, de matar al fantasma que la martiriza, de contar para vivir dos veces. Y quizás de esa necesidad asesina, confesora y vivificante surja esta suerte de terapia en forma de novela que, si Xenia García tiene razón, tiene mucho de renacimiento vital y aún más de hallazgo literario.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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