Director: Jaume Balagueró.
Intérpretes: Ester Expósito, Inés Fernández, Ángela Cremonte, Magüi Mira.
Género: Terror.
Duración: 100 minutos.
La nueva colaboración de Jaume Balagueró con Álex de la Iglesia prometía ser una de las sorpresas de terror del año, con una promoción que parecía augurar una historia sangrienta y desenfrenada que haría las delicias de los amantes de este tipo de películas, donde lo que prima es lo inverosímil. Sin embargo, ‘Venus’ no se casa con nadie y , en lugar de centrarse en aquello que le funciona, opta por tocar muchos palos, sin profundizar demasiado en ninguno. Dejándonos con un producto decididamente encarnizado, pero a medio cocer. En una palabra, crudo.
Esta es la segunda entrega de la conocida como ‘The Fear Collection’, una antología de cintas de terror producidas por el afamado realizador Álex de la Iglesia (‘El día de la bestia’, 1995)(‘El Bar’, 2017), que, al igual que su predecesora, ‘Veneciafrenia’, tras su paso por las salas de cine estará disponible en Amazon Prime Video. Pero a diferencia de esta primera producción, dirigida por el propio de la Iglesia, al timón de ‘Venus’ se encuentra Jaume Balagueró, quien se hizo mundialmente conocido gracias a su saga de ‘Rec’, y que regresa de nuevo al miedo, su género predilecto, para adaptar una historia con tintes ‘lovecraftianos’ a los tiempos modernos. Y que mejor para ello que escoger a una actriz tan actual como Ester Expósito para estelarizarla, sirviendo esta como el principal atractivo de una película que de otra manera podría pasar desapercibida a los ojos de muchos. La que fuera la estrella de la serie de Netflix (‘Élite’) se presenta aquí como una ‘reina del grito’, quien sufre en sus propias carnes, y nunca mejor dicho, monstruosidades tanto reales como paranormales.
El argumento se centra en el personaje de Expósito, Lucía, quien roba a los mafiosos para los que trabaja como gogó en una discoteca de Madrid y se esconde en casa de su hermana Rocío. Esta vive, junto con su hija Alba, en un edificio desamparado y alejado de la mano de Dios, que oculta a su vez algo mucho más terrorífico que aquellos que la persiguen. ‘Venus’ inicia como un thriller de persecución, donde los villanos son estos matones que quieren recuperar la bolsa que Lucía les roba, pero muta poco a poco en un relato de terror ‘comisco’, donde los antagonistas pasan a ser más fantasmagóricos que físicos. Balagueró trata de compaginar estos dos conceptos a lo largo de todo el metraje, aunque finalmente el segundo subsume al primero, que solo sirve como antesala del verdadero horror que está por venir. La focalización en prepararnos para un final que será predeciblemente explosivo, descuida el resto de la trama, que se siente como un relleno innecesario durante gran parte de su duración.

El potencial de ‘Venus’ se intuye a través de algunos de los elementos típicos del cine de Álex de la Iglesia, como son los personajes extravagantes, destacando las tres únicas y pintorescas vecinas del edificio, el ambiente de misterio y el llamado ‘body horror’ (‘horror corporal’), donde se juega con los límites del cuerpo humano, tanto del de los personajes como del espectador, que debe hacer un esfuerzo por no apartar la vista de la pantalla en los momentos más desagradables, especialmente en uno que será de lo más grotesco que se haya visto últimamente en cines. Un potencial que se hace patente cuando abraza sin reservas la atrocidad y la violencia desenfrenada en su último tramo, donde olvida el resto de subtramas y se dedica enteramente a ser un espectáculo sangriento, donde lo visual y lo rocambolesco prevalecen sobre la verosimilitud de los hechos o las motivaciones de los personajes. Puede que este frenesí final no le guste a todo el mundo, pero es esta visceralidad lo que la rescata de lo cotidiano y convierte a ‘Venus’ en un plato no apto para todos los paladares, pero sí en uno de buen gusto para aquellos que disfruten de este tipo de obras, entre los que, por suerte o por desgracia, no me encuentro.
‘Venus’ termina siendo una cinta fallida, que no encuentra a su público hasta su parte final, tratando de abarcar más temas de los necesarios y alejándose de lo que de verdaderamente merece la pena contar. Y que, una vez sabe a donde quiere llegar, no se atreve a hacerlo hasta su tardío clímax, el cual, a pesar de su bestialidad y demencia, no consigue resarcir la hora y media que se toma para construir una tensión y un peso dramático que desaparece al momento que Ester Expósito se da un baño de sangre a ritmo de música electrónica.