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Cronicón regio, culebrón real

13/12/2020
 Actualizado a 13/12/2020
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Da para mucha ficción la historia, el gran relato. Pero su narrativa funciona si lo colectivo se convierte en biografía individual, familiar o de grupo; con límite de seis, dirían las autoridades sanitarias. Se escoge a los Buendía o a los Bolkonsky, Rostov y allegados. De siempre fueron los reyes materia novelesca presta para esas reducciones. La opción rutinaria proviene del cronicón medieval, surtido de exaltación, ditirambos y heroicos sacrificios por el bien de súbditos algo majaderos. En esa tradición narrativa un monarca inmolaría su infancia bajo la tutela del tirano para gestar con sigilo y desplegar al fin la égida de la democracia sobre la nación agradecida, una libertad defendida después con uñas y medallas si fuere agredida. Se convertiría con los años en magnífico legado de intereses patrios ante tirios y troyanos, mandando incluso callar a bellacos, y acabaría por autoimponerse ostracismo para labrar una nueva dignidad rectificados errores que nunca, nunca, nunca volverían a producirse. Esta forma narrativa no ha caducado, la siguen practicando mil años después los voceros de la identidad territorial o los de la rancidez política, hijos de un mismo padre putativo regio.

Metidos en el siglo XXI, cuando apenas se esperaba nada de los anales monárquicos, les encuentran utilidad reconvertidos en moderno serial de ficción, culebrón de pago. Protagonizan nuevos formatos en consonancia con su sofisticada imaginería, resquicio superviviente de aquella intangibilidad. Aunque ojo, el escrutinio y entretenimiento populares suponen el rescoldo final de la gracia de algún dios y el privilegio de la sangre: estamos de liquidación. Triunfa ‘The Crown’, serie que supuestamente enoja a la monarquía británica (que ‘hace saber’ su malestar) a causa de su verosimilitud. Se clama por advertir a la plebe de que se trata de un artefacto de ficción. ¡Qué mayor artefacto de ficción que la propia monarquía!

Alguna productora anuncia ya versión patria de biográficas peripecias (Mediaset prepara ‘El Emérito’), pero se echa de menos la gran superproducción borbónica. Lo tiene todo: familia de catálogo (yernos delincuente y bizarro, hijas dispares, primogénito de manual, nieto calavera, nietas de papel cuché…), pompa, circunstancia y campechanía a cascoporro, infancia raptada y hazaña televisiva con tanquetas y soflamas, enredos amorosos románticos y carnales, de pago y de balde; finanzas turbias y tarjetas negras, paraísos fiscales y resorts lujosos, travesía del desierto, amistades peligrosas, jeques árabes y exsoviéticos dictadores, abrigos de piel de animales extintos y ceniceros en pata de elefante, safaris a lo Clark Gable y barbacoas a lo Homer Simpson, yates con nombres proféticos y fugas con suspense, caderas de metal y pies de barro…

Como la audiencia de nuestra época, prefiero el segundo formato. Dicho sea en ambos casos en el terreno de la ficción, por descontado.
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