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Con el periodismo no se juega

15/03/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Son los últimos ejemplos, aunque por desgracia no son los únicos. Son una demostración de lo nociva que puede ser la inconsciencia, con la que lamentablemente nos estamos acostumbrando a convivir, olvidándonos de que hay motivos más que suficientes para decir basta. Los bulos y las noticias falsas que se han arrastrado estos últimos días por el fango de las redes sociales, en relación a los intentos de secuestro a mujeres en León y al deleznable asesinato del pequeño Gabriel, nos deberían hacer reflexionar, aunque sólo sea un instante, sobre por qué miles de personas se convierten en cómplices de la propagación de mentiras, que son de todo menos piadosas.

Nunca fue tan sencillo hacer tanto daño y fabricar una pseudorrealidad. Con el simple movimiento de un dedo y gracias a las nuevas tecnologías algunos creen convertirse en periodistas, que se ven en la obligación de difundir entre su red de contactos virtuales noticias que distan mucho de ser tales. Que la gente se atreva a ponerse el disfraz de periodista y juegue con algo tan valioso e importante como es la información ni lo acepto, ni lo comparto y lo que es más importante, ni lo respeto.

Estos guiñoles de periodistas y ‘periodistos’, que hoy me provocan la hinchazón de mi yugular, deberían saber que el código deontológico de nuestra profesión tiene como primera premisa el respeto a la verdad. Es decir, justo lo contrario de lo que hacen muchas personas cuando dan a compartir una noticia en Facebook, Twitter, WhatsApp u otros canales de comunicación, que no medios de comunicación. Esta diferencia a veces se olvida, pero es muy importante tenerla presente para así intentar atajar uno de los problemas que más acechan a nuestra sociedad actual, que no es otro que la difusión interesada o no de noticias falsas y sus más que demostrables consecuencias. Las redes sociales son un canal de comunicación que nos permite difundir masivamente un mensaje, pero éste debe provenir siempre de un medio de comunicación o de un emisor autorizado u oficial.

La segunda lección que hoy regalo a estos guiñoles tiene que ver con el concepto de las fuentes en periodismo. Y es que un periodista basa gran parte de su trabajo en buscar fuentes fiables que le aporten información y a las que continuamente debe testear para confirmar su credibilidad o no. Todos sabemos en la profesión qué fuentes son o no de fiar, lo que nos ayuda a desechar o no informaciones dependiendo de su origen. Pues esta tarea, puestos a ello, también la podrían llevar a cabo los engendros de periodistas y periodistos. ¿Es tan difícil antes de compartir una noticia dedicar unos segundos a analizar su procedencia y si la fuente es fiable? En este sentido, podrían precisamente utilizar a los medios de comunicación reales como aliados para contrastar si esa información es veraz. De esta manera evitarían colaborar en la propagación de mentiras que pueden crear alarma social y en algunos casos, un dolor irreparable a personas y familias que están viviendo una situación dramática.

Soy consciente de que en la mayoría de los casos, las personas comparten estas noticias sin ninguna mala intención, pero esto no es excusa ni les exime de su error fatal. Todos somos responsables de nuestros actos, incluidos los virtuales. Sé que la solución para combatir este cáncer que se está propagando por los cimientos de nuestra sociedad no es sencilla. Incluso dudo de que exista una solución definitiva, pero al menos debemos estar alertas y denunciar públicamente los casos en los que se sobrepasa la delgada línea roja que separa lo aceptable de lo inaceptable.

Sé que los desarrolladores de las redes sociales y demás canales de comunicación no van a tomar medidas efectivas para evitar este problema, como podría ser por ejemplo bloquear temporal o definitivamente las cuentas de personas que se dedican, consciente o inconscientemente, a compartir noticias falsas. Ni la mayoría de los administradores de los grupos de WhatsApp van a señalar públicamente y expulsar a los usuarios que no cesan de compartir informaciones erróneas. Por lo que la única solución pasa porque la sociedad cuide y valore a los medios de comunicación y les reconozca su labor insustituible, así como por la formación de las nuevas generaciones a las que hay que enseñarles a detectar las noticias falsas y a diferenciar lo que es un medio de comunicación de un generador de basura informativa.
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