Cómo vivir del cuento

Ana Griott asegura que cuando escribe se imagina a un adulto leyendo a un niño, lo que pone de manifiesto su profunda creencia en el gran poder de comunicación intergeneracional de la oralidad

Mercedes G. Rojo
27/02/2018
 Actualizado a 10/09/2019
Ana Cristina Herreros trabajando en uno de sus últimos proyectos.
Ana Cristina Herreros trabajando en uno de sus últimos proyectos.
Ana Cristina Herreros (León, 1965) o Ana Griott, según el ámbito en que la conozcamos, es una de esas pocas personas a las que su pasión por la narración, en este caso muy ligada a la más tradicional a la vez que universal, la ha llevado a poder vivir del cuento. Del cuento con mayúscula, porque toda su vida profesional la ha ido conformando en torno a esta forma de narrativa. Y es que además de escritora que divide sus habilidades entre su faceta creadora en torno al mundo de los cuentos y un aspecto más investigador, con la publicación de artículos sobre animación a la lectura y métodos de narración, Ana Cristina nos ofrece otras dos facetas ligadas al cuento: su labor como editora, especialmente dedicada a este campo, y su faceta como narradora con la que –bajo el nombre de Ana Griott– ha paseado cuentos propios y ajenos por todo tipo de lugares y para todo tipo de públicos a lo largo de la geografía mundial. Desgraciadamente para nosotros forma parte de la diáspora de escritores obligados a afincarse fuera de nuestra provincia para poder desarrollar su trabajo y su pasión en toda su dimensión y aunque, viajera del mundo, de vez en cuando nos visita para traernos una muestra de su buen hacer y de su arte narrativo, no se prodiga todo lo que nos gustaría.

Dice de su obra que cuando escribe se imagina siempre a un adulto leyendo a un niño, lo que nos demuestra la profunda creencia que tiene en el gran poder de comunicación intergeneracional de la oralidad. Quizá esté ahí precisamente el secreto de que llegue a tanto y tan variado tipo de personas. Como tantos otros escritores, leoneses o no, Ana Cristina bebe de las fuentes de su recuerdo para nutrirse de la palabra que alimenta sus relatos, los que escribe o los que cuenta, y piensa que la existencia de tantos poetas y narradores con los que cuenta nuestra provincia tal vez tenga que ver con este clima tan propio de largos inviernos que empujaban a que todo sucediera en torno al fuego, a la cocina, «el lugar de los relatos». En su memoria, siempre, los «filandones» en los que las mujeres se reunía a hilar «y mientras hilaban la lana de las ovejas hilaban también sus palabras para tejer relatos», siempre puertas adentro de la casa, en un espacio de privacidad que les era propio, lo mismo que les sucede a muchas mujeres africanas que tienen prohibido contar en ágoras y espacios públicos, ¡tan lejos y tan cerca en tantas cosas!, por lo que reivindica el verdadero sentido de dichas reuniones donde se les daba la voz a quienes habitualmente no la tenían.

Suele decir de su permanente necesidad de contar que este acto es para ella «como respirar, necesito hacerlo, me llena de oxígeno y de energía y me limpia de las toxinas que a veces mi cuerpo social genera, porque me conecta con lo humano, con lo ancestral, con lo que tiene raíces, con el silencio de los silenciados y con la palabra que crea» y cree en el poder de la palabra tanto para los pequeños como para los adultos, de hecho, fue con estos últimos con los que comenzó a darle voz a sus cuentos, con un pequeño grupo que se reunía para compartirlos en algunos cafés del Madrid de los 90.

No se le pone por delante ningún tema y nos lleva desde los relatos sobre la muerte, como un elemento inherente a la propia vida del que todos partimos y al que todos hemos de regresar, hasta los monstruos y las brujas de nuestro país que nos muestra en preciosos libros; o nos hace viajar por el mundo para demostrarnos que, hablando de oralidad y de tradición, de los cuentos que nos acercan a la vida, no estamos tan lejos unos de otros, compartiendo muchas más cosas que las que nos separan. Bebe de las fuentes de la vida que palpita en la gente con la que se cruza en sus viajes, en los del día a día, en los que la llevan por el mundo y también en los que inicia con cada una de sus lecturas. Su obra y los personajes que la pueblan nos muestran toda la intensidad de la misma.

Conocer a Ana Cristina Herreros, lo que piensa de los cuentos, de la narración oral, lo que transmite en sus obras y en sus recopilaciones; escuchar a Ana Griott recuperando la fuerza de la palabra, también de las mujeres, principalmente la de ellas, es todo una experiencia que nadie debería perderse. Como en la mayoría de las ocasiones su trabajo es más conocido y reconocido fuera de nuestra tierra que en los lugares de donde ella bebió y bebe para inspirarse y para seguir haciendo crecer la fuerza de la palabra. Espero que este pequeño apunte sobre su persona sea un puente que nos haga llegar hasta su obra, tanto a la creativa como a la investigadora, y nos la acerque un poco más cada día. Si amamos la palabra, la suya no nos defraudará.
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