"¡Come y calla!"

Por Sofía Morán de Paz

Sofía Morán de Paz
21/10/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Vivimos en la era de la alimentación sana, nunca antes había sido tan importante repasar aquello que metemos en el carrito de la compra, puntear ingredientes, calcular las grasas saturadas y por supuesto, valorar las calorías. Nada de harinas refinadas ni azúcares añadidos.

Los batidos détox, las semillas de Chía, la quinoa, el omnipresente aguacate y otros tantos ‘superalimentos’ eran absolutos desconocidos hace unos pocos años y, sin embargo, ahora se han convertido en el ‘top ten’ de cualquier alimentación que se precie.

En esta parte del mundo ya no comemos sólo para saciar el apetito, de hecho, el hambre es lo de menos, ahora todos somos ‘foodies’ expertos, refinados degustadores que no se conforman con cualquier cosa, la comida ha de ser sabrosa, sí, pero también sana, natural, ecológica, y por supuesto bonita, un poco sofisticada incluso, y que dé bien en la foto, a poder ser.

Cuando de lo que hablamos es de la dieta infantil, el asunto ya se multiplica por mil, y muchos padres nos debatimos entre la aplastante sensibilización nutricional que nos rodea, y las prisas que nos gastamos en este tiempo de locos. Nada de zumos, ni galletas, el omnipresente aceite de palma es «el mal», los yogures infantiles están saturados de azúcar, el pan de molde tiene grasas saturadas (también «el mal»), el embutido sólo de vez en cuando y los bollos para qué les voy a contar… Y yo me pregunto cómo coño hemos sobrevivido los de mi generación al bocadillo de chorizo, de chocolate, o de mantequilla con azúcar. Estamos vivos de milagro, no les digo más.

Pero el tipo de alimentos que consumimos en nuestro día a día y el exceso de información que manejamos al respecto, no es lo único que ha cambiado de forma radical en los últimos años. El pasado martes (16 de octubre) se celebró el Día Mundial de la Alimentación, y algunos pediatras y especialistas en esto de la alimentación infantil, decidieron poner el acento en lo perjudiciales que son las «malas artes» que nos gastamos los padres cuando nos enfrentamos a «la hora de comer» de nuestros hijos.

«Obligar a un niño a comer no es ético, ni educativo y es contraproducente. El objetivo no es que el niño coma si no que quiera comer, y que quiera comer saludable, y eso no se consigue con la coacción, con la presión, con la insistencia ni con premios y castigos. El niño es el único que sabe cuánto tiene que comer, eso no lo sabemos los nutricionistas, ni los médicos ni lo saben los padres. Sólo lo sabe el cerebro del niño», aclara el dietista-nutricionista Julio Basulto en un artículo para El País. Suena bien, ¿verdad? Respetuoso y equilibrado, muy acorde con las nuevas tendencias de crianza.

Mi hijo Dimas siempre ha preferido destacar por sus pocas (y revueltas) horas de sueño, más que por ser un mal comedor, pero me puedo imaginar lo que le dirían a Basulto aquellos que hayan tenido que sufrir en sus carnes el suplicio de tener un hijo que no come.

Lo de ofrecerle al niño que se acabe las verduras y recibirá una galleta como compensación, o el típico «cómete la fruta o no vamos al parque», es tachado de soborno. Y si lo que suelen decir es algo como que «mamá se pone triste si no te comes el pescado», un evidente chantaje emocional. La pediatra Gloria Colli afirma en este mismo artículo que «son recursos igualmente desafortunados porque implican además una manipulación emocional. Incluso recurrir al típico avioncito puede ser una forma de obligar si deja de ser un juego y una de las partes ya no lo encuentra divertido». Y es así, de esta forma tan sencilla, como los padres nos quedamos sin ningún margen para maniobrar, sin pizca de autoridad ni criterio, con las manos totalmente atadas. Vivimos saturados de información sobre crianza, buscando cada pequeña duda en internet porque hemos dejado de confiar en nosotros mismos, en nuestra intuición y nuestro sentido común. El peligro del trauma infantil nos acecha en cada esquina.

Por eso hoy quiero recordarles que nuestras madres no tenían un iPhone a mano y, sin embargo, hemos sobrevivido no sólo a los bocadillos de ‘Natacha’ con jamón york, también a aquello de «¡come y calla, que como vaya yo, verás cómo lo comes!». Y ni tan mal.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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