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Cien medidas cien

30/06/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Y Castilla y León se regeneró. Y gobernaron los mismos y todo fue como era. Y vio el señor Igea todo lo que había hecho, y he aquí que vio que lo que había hecho era bueno. Alabados sean todos.

En el proceso de acelerado haraquiri que el partido Ciudadanos ha iniciado desde las últimas elecciones, el capítulo destinado a esta región es de libro (bíblico). Llegado a su decisoria posición gracias a un discurso de regeneración y cambio que se entendía tal que apartar al partido que ha gobernado 32 años, el abanderado de esa metamorfosis se echó atrás a la primera de cambio y, negociando directamente sin dar oportunidad alguna al partido más votado, llegó a un acuerdo risueño y bonancible con el partido de toda la vida, cifrando aquella supuesta regeneración en la firma de un documento de cien medidas, parapeto inútil a las críticas por tanto disimulo y descaro. Señor Igea, ya hemos descubierto cuál era esa, su regeneración. Lo saben sus votantes, a los que usted mismo considera «cabreados» por este fraude. Y si, como dicen, esta decisión no era la suya sino la del partido en Madrid, peor aún. Ha comulgado ruedas de molino cuando ante tamaña imposición y fingimiento la única salida digna era dimitir. De poco vale que se haga usted el verso suelto, si a la hora de la verdad rima con el resto.

Ítem más. Con la lectura del centenar de medidas firmadas por ambos grupos ocurre como con los prospectos médicos: hay que tomárselos con humor o no te medicas. Cada párrafo lleva consigo su contrario, la ley y la trampa en uno, de manera que puede cumplirse o no sin incumplirlo (o no). No hay plazos ni exigencias pero abundan comisiones, excepciones y contraindicaciones. Reluciente e inservible cual navaja de Ockham sin filo.

Para muestra, cualquier botón. Y de la abotonadura entre los supuestos renovadores y el partido «revolucionario institucional de aquí» puede interesar detenerse en las medidas que se han firmado relativas a la cultura. Son concretamente las que cierran (cómo no) el decálogo (pues el centenar se divide en diez apartados), en su décima sección, de la 94 a la 100 que, no por casualidad, se llama ‘Turismo y cultura’: lo primero es lo primero. En ellas, tal como ha solido suceder desde casi siempre, el patrimonio cultural solo se concibe como recurso turístico. Nada acerca de su valor o su estado de conservación y conocimiento, nada sobre sus notorias carencias y los medios destinados a mantenerlo, tan evidentemente escasos, nada sobre la promoción de la creación en esta tierra. Nada que ataña al patrimonio o la cultura en sí mismos, salvo como herramienta. Si este es el cambio o, al menos, la supuesta regeneración, ya sabemos cómo va a ser el resto. Más de lo mismo.
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