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Cielo hermético

27/05/2023
 Actualizado a 27/05/2023
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Una canción de Fito Cabrales, el de los Fitipaldis, y cuyo título he tomado para esta columna, dice: «La vida se nos va tan rápido, / no hay tiempo de sentir el vértigo. / A veces duele más que un látigo, / vivimos bajo un cielo hermético». Aparte de la rapidez con la que pasa el tiempo, que con los años se acelera cada vez más, me gustó eso de que vivimos bajo un cielo hermético.

Porque vivir es no saber. Y hay quien esto lo lleva mejor y quien no lo soporta. Es la incertidumbre de vivir bajo un cielo hermético, que no sabes si te traerá sol o lluvia.

Ahora mismo, al otro lado de la ventana frente a la que escribo, hay un cielo hermético de verdad, un cielo cerrado en nubes que anuncia tormenta. Por eso me he acordado de una exposición del fotógrafo Xurxo Lobato que vi hace una semana en la Biblioteca de Ponferrada. Su protagonista es la tierra de los cielos herméticos: ‘Jalisia’, según el título que le ha puesto su autor.

En esas fotos de la Galicia del cielo gris también hay sol, claro, y brilla sobre la pareja que se besa en el capó de un coche frente a la playa de Samil, en Vigo, ella con un bikini ochentero y rompedor y él con pelos afro y un Winston en la mano -tal vez un Winston de batea-. Hay también una familia playera con las ventanillas de la furgoneta tapadas con páginas de periódicos, en un verano de esos en los que no existía el climatizador. Y otras fotos en las que se escucha el paso del tiempo y que cualquiera, sea de Jalisia o no, sabe que le son propias. Como una del salón de una casa que podría ser la de mi abuela o la de la abuela de cualquiera: tapetes de ganchillo en el sofá, un parchís, fotos de comunión de los nietos, fotos de boda, sopera de cerámica, y esa vajilla buena que se exhibe y que nunca se usa.

También las elecciones marcan el paso del tiempo y aquí tenemos otras. Pero la cosa ha cambiado mucho frente a lo que ocurría en los años del tapete de ganchillo. Ahora no es cosa de dos, sino de la suma de varios. Los resultados electorales tendrán más que ver con lo quedijo una mujer que el otro día me pidió una moneda en la calle: «Estoy a ver si junto para un pollo».
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