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Cadencia y caducidad

20/05/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Según ciertas teorías –no muy fiables, reconozcámoslo– cada siete años sufrimos un cambio físico y espiritual tan drástico que, mirado de cierta manera, somos otros. Células, órganos y hasta pensamientos que creíamos asentados en nuestra personalidad se desvanecen en aniquilaciones silenciosas y cotidianas hasta fundar en ese plazo un organismo distinto que quizás no reconoceríamos de contar con la capacidad retrospectiva (e introspectiva) suficiente. Hay teorías para todo.

Aplicado a los países, este tipo de juegos cientifistas siempre funciona, porque los países lo aguantan todo, como el invento caprichoso que en realidad son. Por ejemplo. En 1975 moría el dictador, y siete años después, los socialistas se hacían al fin con el gobierno. Un septenio más tarde, en las elecciones de 1989, comenzaba su quebranto como fuerza de progreso y el PSOE acabaría por no reconocerse a sí mismo. Su electorado tampoco. En 1996, a los siete años, la derecha ganaba las elecciones. Sin embargo, en 2003 la izquierda recuperaba la delantera en municipales y autonómicas, ganando el gobierno central al año siguiente (la aritmética, esa ciencia inexacta...). De ahí al batacazo antológico del país entero en 2011 puede contarse otro septenio en que hubo de lo mejor y de lo peor... Esta semana se cumplieron siete años del 15-M.

Entonces, durante unos fulgurantes días, fuimos de nuevo jóvenes, airados, entusiastas, solidarios. Parece que fuera un sueño, pero tras aquellas pancartas a menudo de tan ingenuas y directas, auténticas y necesarias, dentro de esos precarios y bullentes campamentos en el centro de las ciudades que las personas de bien, como es lógico, tachaban de mugrientos arrugando el ceño a su paso; en medio de aquellas asambleas caóticas y tal vez baldías donde se ventilaban a voz en cuello los problemas de todas y cada una de las generaciones del mundo, en cada manifestación improvisada y cada marcha organizada, en cada corazón, latían ánimos que hoy, siete años después, cuesta trabajo encontrar en alguna parte, salvo en arqueologías del recuerdo que buscar por los museos y en los cronicones periodísticos, donde parece más moderno el mayo de hace medio siglo. Tal es el cauce fiero y febril de nuestro tiempo.

¿Qué ha quedado de aquellas emociones, compromisos, exigencias, vindicaciones? El partido que se autodesignó heredero de aquel legado popular, se debate entre convertirse uno más o ser mero Pepito Grillo de una izquierda desnortada y descompuesta. Parte del arrebato de entonces ha sido capitalizado por un movimiento independentista territorial que se inclina con peligro hacia la hostilidad entre hermanos. El temor y la reacción de las fuerzas conservadoras han inducido un retroceso sin precedentes en las libertades y la conciencia cívica de este país. La resignación y el desencanto se refugian en el sálvese quien pueda de una intimidad trastornada...

Hace siete años del 15-M. Cómo hemos cambiado.
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