20/03/2021
 Actualizado a 20/03/2021
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Hay animales que se alimentan de los restos de otros. Ni que decir tiene que su proximidad anticipa la muerte. Mas no nos hacía falta el acecho de los llamados ‘fondos buitre’ para saber que nuestra economía ha caído en el círculo infernal de una crisis comatosa.

Leo que el propietario de un hotel de Torremolinos, después de mucho luchar, ha decidido vender su hotel, pero a pesar de la decisión, se rebela contra la idea de regalarlo a un fondo buitre.

Noticias así me producen una inmensa pena, entre otras cosas porque me consta que sólo en Andalucía en torno al 88 por ciento de los hoteles están cerrados a cal y canto.

O sea, que si no se establecen medidas urgentes nuestra industria turística acabará doblegándose y cediendo la titularidad de estos hoteles, que más que empresas son familias, a grupos sin identidad, ni rostro, ni humanidad.

Hacen falta más películas como aquella de Lars Von Trier ‘El jefe de todo esto’ que describía perfectamente la ignorancia y la impotencia absoluta de los empleados de una multinacional sobre el por qué sucedían las cosas, o cómo reaccionar ante las injusticias de un jefe que jamás han conocido ni conocerán.

Se sabe lo justo de estos fondos buitres, salvo nombres que llevan a otros nombres y al jefe de todo eso (que podría ser el mismo de todo esto o de lo de más allá).

Lo que sí sabemos es que ya sobrevolaron nuestro mercado en 2008 y conocemos la carnicería que se llevó a cabo en nuestros activos inmobiliarios. Descalabro que, en última instancia, a quien machaca es al ciudadano de a pie, a víctimas de operaciones que suelen ser defendidas prácticamente en solitario por determinadas plataformas.

Ahora el hedor les atrae de nuevo. Se está conjurando un rodeo negro y aéreo, a manera de danza colectiva, de conciliábulo del hambre, que anuncia el deceso, el final inevitable de nuestros hoteles y nuestros restaurantes, y con ello de nuestra cultura gastronómica, nuestra forma de hacer y todos los demás sectores que de ello dependen como en un efecto dominó.

Ahora bien, buitres podemos ser todos, con nuestros hábitos consumistas que no preguntan cómo ni de dónde y sólo fagocitan lo nuevo, barato y vistoso.

El ser humano puede ser portador de la misma condena que el carroñero. En este sentido, mientras haya quien sufre, tratando de agarrarse a la vida cada vez más exhausto, seguiremos viendo el planeo de los buitres en su danza del hambre.

Mucho me temo que mientras las ayudas no se materialicen y se escuche con atención lo que verdaderamente es preciso para que nuestros muertos civiles y empresariales puedan levantar cabeza, aunque sea in extremis, estaremos expuestos.

Si no hacemos piña y si el estado falla en limpiar todo lo que ahora está enfermo, estará dejando que otros lo hagan. No es una verdad agradable, pero para sacar a los buitres de escena primero tendremos que acabar con nuestra propia miseria.
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