30/03/2023
 Actualizado a 30/03/2023
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El viernes fui a tirar el plástico y el papel a las urnas de reciclaje. Llevo haciéndolo muchos años, más de veinticinco o así, desde que estuve en casa de un familiar en Bilbao y vi que el ayuntamiento del ‘bocho’ regalaba unas bolsas grandes, de distintos colores para que la gente echase sus desperdicios en ellas y los llevase a los distintos contenedores. En aquella época, uno vivía en Santa Ana y para reciclar el plástico y los papeles tenía que ir hasta el Polígono X, porque en el barrio no había ninguno. Como el cristal, lo mismo. El caso es que iba yo silbando y me cruzo con un amigo de toda la vida que me dice: «¿vas a lo del reciclaje?», «¡claro!, –le contesté–, eres el Sherlock Holmes del pueblo, no se te pasa ni una»; se me queda mirando, con ganas de soltarme una hostia, como poco, y al final me contesta: «eso, recicla, que luego te cobran los impuestos de retirada». No le hice caso, y seguí hasta que los arrojé en los nichos correspondientes, cada bolsa en su color. Pero, al llegar a casa, estuve pensando en lo que me dijo y me entró una tristeza malsana, de esas que te corroen la conciencia y de las que no sabes como salir. Una concejal de mi pueblo y otra, mi hermana Joana, de otro ayuntamiento vecino, me dijeron una vez que todos los desperdicios iban al mismo camión, sin importar de que clase eran. Recuerdo que las llamé insensibles y difamadoras y que no me lo podía creer. No sé, si era cierto o no, pero está claro que ellas hablaban desde una posición de conocimiento de la que yo carecía. Bien mirado, un poco antes de esa época, en mi pueblo había un basurero, pegando al río y a la psicifactoría, en la que la gente arrojaba sus desperdicios mezclados, si importarles si había cristal, plástico, papel o sobras de comida. Le montamos un cisco al alcalde y, muy al final, lo clausuró, aunque costó lo suyo. Ese mismo alcalde fue el que concedió la licencia para la minicentral eléctrica y, aunque se interpusieron recursos y querellas, no dio marcha atrás; pero esto es otra historia...

La cosa es que la basura siempre fue un tema muy delicado. Los mafiosos primigenios, en los Estados Unidos, peleaban entre ellos por tener la concesión de su recogida, dejando muertos (los tontos útiles), en la empresa. Aquí, en León, el Consorcio que tiene su sede en ‘la Granja’, fue siempre un ente que iba a su bola. Ni Isabel Carrasco (¡y mira que lo intentó!), fue capaz de cargarse a su gerente. Esta empresa es la que nos pasa el recibito cada tres meses a todos, sea cual sea su estado y condición. Volviendo a lo que me dijo mi amigo, el Sherlock de Vegas, la verdad es que resulta curioso que nos cobren por recoger vidrio, plástico y papel, toda vez que se pueden reciclar, dándole vida y otra oportunidad a los residuos; que luego, ¡por supuesto!, venden a las papeleras, a las vidrieras y las fábricas que hacen las bolsas de los súper y que nos cobran a quince céntimos por unidad. ¡El ciclo perfecto, la cuadratura del círculo!

Y llegamos, por fin, a los impuestos. Toda sociedad moderna, todo Estado que se precie, tiene que cobrar a los administrados impuestos con los que ese Estado hará autovías, pagará a los médicos, a los maestros, a los funcionarios (¡ay señor!), a los parados, a los desfavorecidos de la fortuna... En general, ¡claro!, son necesarios, porque sino nada funcionaría. Lo molar del asunto no es recaudar impuestos, sino, cómo se gastan. Y, por desgracia, no se gastan bien. Yo no estoy de acuerdo con que con mis impuestos se compren aviones de combate, tanques o metralletas; no estoy de acuerdo con que, con mis impuestos, los golfos de turno se hagan ricos, o que los dilapiden en juergas con putas y cocaína. Está claro, o debería estarlo, que a uno se la suda quién la prepare, sean de izquierdas o de derechas; me da lo mismo quién es el que no tiene vergüenza y se enorgullece de ello; lo jodido es que lo hacen, que si los pillan se pasan sólo una breve temporada de vacaciones en el trullo y que, al salir, no devuelven lo que robaron o lo que gastaron en juergas que para si quisiera uno. Aquí, por desgracia, el único que paga lo que debe de pagar es el tonto que cobra una nómina o el autónomo que, sin comerlo ni beberlo, se tiene que convertir en un genio de las finanzas para llegar a fin de mes..., y no lo logra, porque no tiene tiempo o porque Dios cuando repartió los talentos no se acordó de él. El caso es que siempre pagamos los mismos y no hay derecho.

El tipo de Ferrovial hace muy bien en trasladar su sede social a los Países Bajos. Está en su derecho, por supuesto; pero en un Estado serio se le agarraría por la solapa y, al oído, se le diría: «Oye, macho, el Estado del que huyes te hizo multimillonario, por lo que debemos actualizar nuestras cuentas. Tú tienes que entender que tenemos que regularizar la cuenta de resultados. Eres como los catalanes; si quieren la independencia, que se vayan, pero antes que paguen todo lo que nos deben, que es mucho y qué como tú se vayan a tomar por el culo».

Salud y anarquía.
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