Barojismos

La revista literaria leonesa La Galerna dedica su número 5 íntegramente a Pío Baroja

Bruno Marcos
13/06/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Pío Baroja en su estudio.
Pío Baroja en su estudio.
Con mucho retraso, debido al año sabático que se ha tomado su siempre imprevisible editor Juan Carlos Carbajo Larsen, sale el número cinco de la leonesa revista literaria La Galerna, dedicado íntegramente a Pío Baroja. El monográfico nace en respuesta a la anterior entrega que abordó la figura de Valle Inclán, en la cual Miguel Martínez Panero enfrentó a los dos escritores, amigos y enemigos a ratos a lo largo de sus vidas.

Se presenta esta novedad de «los ultramarinos» en primavera, quizá la estación menos barojiana de todas, a excepción del verano, ya que no se vio nunca a don Pío en fotografía alguna desabrigado o siquiera bajo el sol radiante. Bien es sabido que todos los veranos se iba a Vera, ese pueblo al fondo del río Bidasoa donde se enganchan las nubes a las ramas de los árboles y el estío pasa por encima de largo.

En este número de la revista secreta se analiza al «hombre malo de Itzea», como le llamaban los niños del pueblo, desde diferentes perspectivas, siempre en torno al libro olvidado y el Rastro de los tiempos. En uno de los artículos se observa la admiración que mostraba Baroja por la figura del trapero en sus escritos, especialmente en la novela ‘La busca’, en la que el único personaje que no sale malparado es este, a quien describe como dotado de gran inteligencia natural aunque analfabeto y precursor de las teorías del reciclaje de basuras. Se apunta que el trapero pudiera ser la contrafigura del mismo Baroja, un escritor trapero de historias.

Se habla también en esta publicación de su relación con los libros de viejo en la pieza escrita por Panero, que comenta varias fotografías en las que se ve al autor de la Generación del 98 en el Rastro, en librerías de anticuario o en su casa, rodeado de volúmenes, como aparece también al comienzo de la película ‘Zalacaín, el aventurero’. Señala el articulista que don Pío se autodiagnosticó «bibliomanía incurable».

José Luis Puerto escribe de Baroja y los pliegos de cordel, en los que husmeó y de los cuales sacó no poca materia para sus novelas y narraciones.

Mario Paz llena tres páginas con la relación entre don Pío y Ortega y Gasset en torno a las novelas del primero, que son para el segundo un «asilo de vagabundos», mejorables si alguien le hubiera dado a tiempo un riguroso correctivo crítico; aunque reconoce el filósofo en el novelista la virtud de haber expurgado su literatura de retórica.

José Miguel López-Astilleros recorre la soledad del escritor a colación de ‘Las horas solitarias’, un libro autobiográfico que Baroja terminó en 1918, exactamente hace cien años precisamente en la casa familiar de Itzea.

Se finaliza la entrega de este quinto número de La Galerna con el facsímil cedido por Manuel A. Rodríguez que muestra una necrológica que Baroja redactó con motivo del fallecimiento de un amigo suyo, Tomás Tormos, a cuya tertulia, en la librería de viejo que llevaba en la madrileña calle Jacometrezo, asistió fielmente el donostiarra.

Así esta revista de rescate nos sorprende nuevamente con la noticia de vendavales, marejadas y aguaceros de su galerna que se desata otra vez sobre el mar parado de la literatura de hace más de medio siglo.
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