Bajar la trapa

Por José Luis Puerto

José Luis Puerto
03/01/2020
 Actualizado a 03/01/2020
La Trastienda con la trapa bajada y la sucursal de Ruiz de Salazar. | JUAN LUIS GARCÍA
La Trastienda con la trapa bajada y la sucursal de Ruiz de Salazar. | JUAN LUIS GARCÍA
El pasado 30 de diciembre –ayer aún–, despedíamos a Adonino Llamazares ('Moncho'), que se nos fue por sorpresa y de modo tan inesperado. Moncho era un ejemplar mercader de libros, al que siempre conocimos en tal actividad, la del libro de lance, de viejo o de ocasión, y al que siempre percibimos que viviera a ras de suelo, esto es, en contacto con la vida corriente.

Era un hombre activo, al que siempre veíamos trajinar entre libros y material impreso, que era el centro de su actividad. Aun antes de comenzar a residir en León, cuando ya frecuentábamos con regularidad la ciudad, frecuentábamos La Trastienda, una pequeña y deliciosa librería de lance, en la calle Domínguez Berrueta, entre la plaza de la catedral y la plaza mayor, establecimiento en el que hemos pasado muy buenos ratos, buscando libros y charlando, de lo divino y de lo humano, con Moncho, un hombre accesible y cordial; un hombre que desarrollaba esta actividad no para enriquecerse ni medrar de modo alguno, sino como mero modus vivendi.

Después, abriría una segunda librería en la calle Ruiz de Salazar, que pasaría a ser casi la sede en la que más permanecía, o, al menos, que más tenía abierta. Y donde también pasamos no pocos ratos, con el pretexto de la búsqueda de libros, ya fuera conversando con él o con las dependientas que mantenía empleadas.

Hemos pasado muy buenos ratos en sendos locales de La Trastienda. Y siempre hemos sintonizado, humanamente, con Moncho. En ocasiones, cuando, íbamos a investigar al archivo diocesano, Moncho aparecía de improviso, a buscar algún ejemplar de esa impagable y dilatadísima colección de Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, que le hubiera pedido algún cliente y que había de enviarlo por correo a la dirección que fuese. En aquella circunstancia, él se acercaba a mi mesa y, discretamente, nos saludábamos.

En la primera época en que conocí a Moncho, en su librería de Domínguez Berrueta, le adquirí sendas primeras ediciones, impresas en México, en la editorial Joaquín Mortiz, de 'Desolación de la quimera', de Luis Cernuda, y de 'Señas de identidad', de Juan Goytisolo. Ejemplares que ya siempre asociaré con él.

Cuando estudié (algo que sigo haciendo) diversas expresiones de religiosidad popular, recalé en el mundo de las novenas, que traté de analizar. Pues bien, le encargué a Moncho que me consiguiera las que pudiera y, un día, me proporcionó la grata sorpresa de que me había conseguido una no escasa gavilla de ellas.

Muchas más anécdotas podría contar. Pero no debo ya aquí hacerlo. Solamente me interesa mostrar a Moncho como un representante más, uno de los más emblemáticos en el León del último cuarto del siglo XX y primeros lustros del XXI, de una figura que nace en la Europa y en la España moderna: que es la del mercader de libros.

En este campo, su figura y su labor cobran una gran importancia. Se le veía siempre activo, en la librería, en la búsqueda de libros, en la elaboración de catálogos, en la participación en ferias del libro de ocasión; pero siempre a ras de tierra; desempeñando profesionalmente tal tarea no de modo lucrativo alguno, sino como mero modus vivendi; de ahí que cultivara la amistad con quienes nos acercábamos por La Trastienda.

Sirvan estas palabras –ahora que acaba de bajar la trapa para siempre– como un homenaje a su vida y a su labor; al tiempo que también queremos mostrar nuestro aprecio a Conchi y a los hijos de ambos Nicolás y Jorge.
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