Azul Zurdo

Por Agustín Berrueta

Agustín Berrueta
10/10/2020
 Actualizado a 10/10/2020
Pepe Tabernero y  García Zurdo en El Albéitar. | BERRUETA
Pepe Tabernero y García Zurdo en El Albéitar. | BERRUETA
El año pasado, cuando recibí el encargo de fotografiar las vidrieras de Luis García Zurdo que decoran varios edificios de la universidad de León, con motivo de la exposición antológica que se le dedicó, acepté encantado por dos razones. La primera, porque era la oportunidad de reencontrarme con Luis GZ, a quien conocí hace más de cuarenta años por medio de Jaime Quindós y las tertulias que organizaba en su casa, pero también hacía muchos años que no coincidía con él y me apetecía mucho aprovechar la ocasión para retomar el contacto con un artista de su talla. La segunda razón que me llevó a aceptar este trabajo es que pensé que las vidrieras son muy agradecidas y no sería difícil conseguir algunas fotos vistosas.

Me equivoqué totalmente en ambas suposiciones. En la primera porque el trato con Luis fue tan fácil y cercano que superó todas mis expectativas, desde el primer momento me saludó como si siguiéramos siendo contertulios y nos hubiéramos visto la semana anterior. ¡Hasta me contó alguna anécdota de mi padre, que murió hace justo treinta y nueve años! Que, casi cuarenta años después, alguien te recuerde con cariño y humor a tu padre y a tu madre, comprenderán ustedes que ya es suficiente razón para sentirse sobrepasado emocionalmente.

En mi segunda suposición, la sorpresa fue proporcional al optimismo con el que yo la había enfrentado. Los colores de una vidriera cambian de intensidad y tonalidad no solo de un día a otro, lo cual entraba dentro de lo esperado, sino a cada hora del día, con cada pequeña variación en la nubosidad del cielo, en la humedad del aire o en el ángulo de incidencia de la luz exterior; alteraciones que, con el paso de los días y los cambios de estaciones se hacen aún más patentes. Eso me obligó a volver en repetidas ocasiones, a diferentes horas, y a esperar el momento adecuado, la luz correcta y el tono justo para hacer las fotos; por eso, lo que yo pensé que me iba a llevar unos días se convirtió en una tarea de semanas.

Confieso que no he quedado satisfecho con el resultado. Siento que no he hecho justicia a la obra de Zurdo; que mi ojo o mi cámara de fotos, o ambos, no han recogido la gama de colores que con tanto esmero cuidaba él. En concreto, en la fotografía que acompaña este escrito, la de la vidriera situada en la Facultad de Derecho, Luis puso el grito en el cielo al ver los azules que yo había reproducido. «¡Ese no es el azul que yo he usado!». Luis expuso su queja con vehemencia y pasión, estaba en el pleno derecho que le correspondía como artista y padre de la criatura. E hizo bien, porque eso me obligó a ser más autocrítico y a revisar y repetir una vez más las fotografías que había hecho. Y aún así, como digo, creo que no conseguí plasmar el color que él reivindicaba y que yo ahora llamo «azul Zurdo», igual que otros colores van asociados a grandes maestros de la pintura. Tengo que aclarar que, tan rápido como protestaba, así se le pasaba el enfado, y al cabo de un minuto ya estaba bromeando y contando anécdotas de sus maestros alemanes o de las vicisitudes de atravesar la frontera cargado de vidrios y materiales que podían resultar sospechosos a los ojos de los aduaneros de aquella época.

Les he mentido a ustedes en una cosa: realizar estas fotografías de las vidrieras de Luis García Zurdo nunca fue un trabajo; fue siempre un gozo, un privilegio y una lección. Gracias por tanto, Luis. Nos quedó pendiente una botella de vino a medias con Pepe, que ahora tendremos que beber sin ti y que seguro nos dejará un regusto agridulce pero, para hacerte justicia, primará la alegría de haber compartido contigo una experiencia inolvidable aunque, desgraciadamente, irrepetible.
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