Asturias y la lengua leonesa

Asturias vive un intenso debate sobre el asturiano, con la propuesta de que sea lengua oficial en el Principado. El autor, profesor de Historia en el IES de Armunia, analiza su repercusión en León

J. Vicente Álvarez de la Cruz
21/02/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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En estos días, el Parlamento del Principado de Asturias ha impulsado una resolución para que el asturiano sea lengua cooficial. Eso significaría que, por primera vez desde la Edad Media (hace 788 años), la lengua leonesa recuperaría su ‘status’ como lengua de la Administración. 

Y es que asturiano, bable, berciano, llionés, cepedano, pachuezu, cabreirés, senabrés o mirandés, son diversas formas de llamar a las variantes de la lengua astur-leonesa descrita en su tratado ‘Sobre el dialecto leonés’ por Ramón Menéndez Pidal (1906).

Los ‘falantes’ de asturiano saben muy bien qué lenguaje hablan. Y lo mismo los habitantes de la provincia portuguesa de Trás-os-Montes e Alto Douro, donde el mirandés es oficial desde 1999. Pero ¿sabemos los leoneses que es la lengua leonesa?

El leonés (o llionés) es un idioma que tiene 25.000 hablantes patrimoniales que se reparten por el territorio rural de las provincias de León, Zamora y Salamanca, es decir el antiguo Reino de León. Hay en él notables variaciones en los dialectos de cada comarca. La variante con más hablantes es la occidental, que se conserva en el Alto Bierzo, Sanabria, Aliste y el occidente de Salamanca. El pachuezu, propio de Laciana, Páramo del Sil y Babia, goza de gran vitalidad.

El origen del leonés está en el latín, que se fue convirtiendo en una lengua romance hacia el S. X. La que se considera la primera prueba escrita de esa evolución hacia el leonés es la ‘Nodicia de Kesos’, curioso documento que hace inventario de los quesos en el monasterio de La Rozuela. Durante la Plena Edad Media, el leonés fue la lengua de los documentos reales y leyes, tales como el Fuero Juzgo o los fueros de Zamora y Salamanca. También traduce obras literarias como el ‘Libro de Alexandre’ (una biografía legendaria de Alejandro Magno) o la ‘Disputa de Elena y María’. A partir de 1230, con la anexión del Reino de León llevada a cabo por Castilla, el leonés pierde su papel de lengua de la Administración. El castellano le sustituye. Y comienza a considerarse el leonés como una lengua del pueblo, vulgar y despreciada, frente al castellano, la lengua de los gobernantes. Durante la Edad Moderna, el leonés aparece en obras literarias, como las de Juan del Enzina o Torres Naharro, como lengua de los pastores. En las obras de teatro de la Edad de Oro, los personajes toscos y rudos aparecen hablando sayagués, lo que quería hacerles parecer cómicos y ridículos. En la Edad Contemporánea, hasta los inicios del S. XX, el leonés seguía siendo una lengua ampliamente usada por los campesinos y el pueblo llano en las ciudades, pero la élite política y administrativa ya se expresaba siempre en castellano. Hablar en leonés o escribir en lengua leonesa estaba mal visto por los maestros de escuela, tal como cuenta el escritor y militar originario de Carrizo de la Ribera, Cayetano Álvarez Bardón. El licenciado en Traducción por la Universidad de Salamanca, Christian Fernández Chapman, recoge también un ejemplo de esto en su excelente trabajo ‘Diglosia y conflicto lingüístico en el territorio leonés’: el intento por parte de un seminarista de Astorga de traducir al cepedano la ‘Parábola del hijo pródigo’. Dicho intento se saldó con la prohibición de realizarlo por parte del Obispado y la salida anticipada del seminario del traductor. En los años 30 del siglo XX tenemos testimonios muy autorizados de la pervivencia del leonés como fue el estudio que Miguel de Unamuno pretendía hacer del mismo, según su correspondencia con Menéndez Pidal; o el poema en leonés que recogió y musicalizó Federico García Lorca en su visita a León: «El que está en la puerta/que no entre agora/que está el padre en casa/del neñu que adora». Durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta, el leonés decayó, falto de un refuerzo en las aulas. Su uso disminuyó considerablemente hasta la actualidad. Hoy resiste en las zonas rurales y con algunas iniciativas entusiastas de figuras como la fallecida Eva González Fernández, su hijo Roberto González-Quevedo o Xosepe Vega. Un curso de llionés es impartido en la ciudad de León por la asociación cultural Faceira, que también ha editado una gramática escrita por Xairu López. El ayuntamiento de Truchas, en La Cabrera ha instalado señales viales bilingües con la toponimia tradicional, no sin polémica.

Sin embargo, se echa en falta el apoyo institucional. Pese a que el Estatuto de autonomía de Castilla y León dice en el artículo 5º del título preliminar:
«El leonés será objeto de protección específica por parte de las instituciones por su particular valor dentro del patrimonio lingüístico de la Comunidad. Su protección, uso y promoción serán objeto de regulación».

La realidad es que la administración autonómica es tímida en su impulso al llionés. Algunas iniciativas loables, como la realización de dos documentales sobre la ‘llingua’ y la reciente Cátedra de Estudios Leoneses abren la puerta a la esperanza. La lengua leonesa es una riqueza de nuestro patrimonio cultural. Protegerla y facilitar su estudio, es un deber que es imperativo por ley. Pero sobre todo, debe ser un homenaje al modo de hablar, de sentir y de pensar de nuestros mayores y de las gentes del pueblo.

Un homenaje a las gentes calladas, sufridas, trabajadoras que amaron, rezaron, lloraron y cantaron nanas en llionés. A los que nunca serán ‘trending topic’, ni supieron lo que era un ‘twit’, pero que, con su esfuerzo y su generosidad, hicieron progresar a las tierras leonesas.
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