"Al final, resulta que sólo soy Paco"

Francisco Flecha, leonés, hijo de maestro, profesor de Filosofía, filandonero, escritor... acaba de publicar una jugosa colección de fabulaciones mínimas que ha titulado ‘La lenta luz del amanacer’

Fulgencio Fernández
19/08/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Paco Flecha. | JUAN LUIS GARCÍA
Paco Flecha. | JUAN LUIS GARCÍA
Paco Flecha ha vuelto con esos cuentos que lo que le gusta es contarlos, pero le piden que los escriba. Y cede. Ahora son fabulaciones mínimas que ha titulado ‘La lenta luz del amanecer’ , en la Universidad de León, a fin de cuentas, su andamio. El título está tomado de un cuento de Pereira en el que escribe: "lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos". - Un buen empiece, pero ahora qué.

– ‘La lenta luz del amanecer’ es un buen empiece para el libro ¿y después qué?
– Además de un homenaje a Pereira (que no es poco) quiere ser también un guiño a todos aquellos que, cuando entonces, soñábamos y seguimos soñando que algún día, por fin, amanezca.  "Que no amanece" se quejaba Toño Llamas y provocó tal desvelo en Manuel Fraga que se vio obligado a cerrar Claraboya por parecerle que negaba la evidencia de las canciones que nos obligaban a cantar en la escuela y que anunciaban, brazo en alto "que en España empieza a amanecer".

– No es un asunto menor, que diría don Mariano, que el libro arranque a modo de prólogo con un fragmento de un cuento de Antonio Pereira
– El cuento de Pereira, maravilloso como todos, es también toda una teoría de lo que debe ser un microrrelato.  El poeta del cuento escribe un verso hermoso: «Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos» y el parroquiano de la taberna le pregunta «y después, qué».  Y es que el cuento (como la fotografía) no son hermosos por lo que dicen sino por la historia que sugieren en el espectador o en el lector.

El cuento (como la fotografía) no son hermosos por lo que dicen, sino por la historia que sugieren
– No sería mal reconocimiento decir que con tus libros llenas algunos de los huecos que nos ha dejado la ausencia de Pereira, que alguna vez te lo han  dicho.

– Yo no siento que Pereira esté ausente.  Sólo hace falta releerle.  Él mismo decía que el cuento literario debería recrear la voz del narrador.  Y eso pasa con Pereira: cuando hablaba parecía que estaba construyendo un texto literario y, en sus escritos, el lector tiene la sensación de que le está hablando al oído.

– ¿Qué otros maestros reconoces?
– Cuando era mozo me dejé encandilar por el Existencialismo, aquella generación de entreguerras, crecida y educada en la calle, al margen de una Academia que les parecía muy rancia y ajena.  Alguien me dijo que Sartre decía de ellos mismos que era una generación que no habían tenido que sufrir a padres o maestros.
A mí, esto de hablar de maestros me parece un poco pretencioso y como de querer vestirse con plumas ajenas.  A veces he querido escribir como Pereira, como Merino, como Luis Mateo, como García Márquez, como Galeano, como Guareschi cuando describe ‘la Baja’, el territorio que explica y justifica las hazañas de don Camilo y Pepone; o como tú, mismamente. Pero, al final, resulta que solo soy Paco.

A veces he querido escribir como Pereira, como Merino, como Galeano.... pero al final resulta que soy Paco– Lo de titular un libro anterior ‘si esto fuera Macondo...’ algo querrá decir.
– Pues sí. A veces pensamos que si viviéramos en Macondo escribiríamos como García Márquez.  Yo he vivido en el Páramo y no he visto Celama. Lo que pretende decirse es que Macondo no es un lugar, es una forma de mirar la realidad.  Los paisajes y personajes de los cuentos, aunque parezcan tomados de la realidad, sólo están en la cabeza del cuentista y del lector, en ese territorio imaginario y compartido.

– ‘La lenta luz del amanecer’ son ‘fabulaciones mínimas’ en las que se suceden algo de autobiografía, aconteceres diarios, memoria de tus estancias en andamios diversos, chascarrillos o sucedidos, historias tabernarias, reflexiones del filósofo que también eres...
– Al cuentista, lo que le gusta es contar.  Y si puede ser de palabra, en la cantina, en las cocinas y filandones, mucho mejor…y, si no hay más remedio, por escrito.  Lo sabes mejor que nadie, que tú también eres de esa ‘raza’.  Y uno cuenta con todo el morral (real o imaginario) que lleva a cuestas.  Que ese es parte del secreto: contar lo real como fingido y lo fingido como real.  O sea, como hacen los políticos, pero declarándose cuentistas, no salvadores o profetas.

– No apareces ni en la Gurtel, ni en la Enredadera, ni en ná ¿Estás seguro de que existe Paco Flecha?
– Con decirte que en estos tiempos de confusión he dejado escrito, para general conocimiento:  «No tengo curriculum.  He ido ganándome la vida como he podido».  Déjalo dicho en el periódico.  Que se sepa.  No siendo que empiecen a hurgar.

A veces pensamos que si viviéramos en Macondo escribiríamos como García Márquez. Y no
– ¿Te has arrepentido de no ser fraile o tamborilero que es lo que te pedía el cuerpo?
– No, porque de eso sólo me falta el título que lo certifique. Al final, en la vida, siempre resulta que uno ejerce de aquellas cosas que ha soñado.

– También eres el padre de una larga serie de artículos que has titulado de manera genérica ‘Educando a Tarzán’  ¿Cómo va lo de educar a Tarzán? ¿Ya está para vivir, por ejemplo, en Ordoño II?

– A pesar de los esfuerzos  educadores de Chita, Tarzán no deja de ser un mono pelón y es muy difícil que llegue a convertirse en un mono como dios manda.  Aunque hay que reconocer que la criatura pone voluntad.
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