Ai Weiwei y el ‘Turandot’ más reivindicativo

El artista chino, perseguido en su país, debuta como escenógrafo en la Ópera de Roma. La última obra maestra de Puccini se verá este jueves en Cines Van Gogh

Javier Heras
17/11/2022
 Actualizado a 17/11/2022
El ‘Turandot’ de la Ópera de Roma destaca por el trabajo escenográfico del artista chino.
El ‘Turandot’ de la Ópera de Roma destaca por el trabajo escenográfico del artista chino.
Figura clave de la cultura del último medio siglo, el chino Ai Weiwei (1957, Beijing) ha despuntado como artista plástico, arquitecto, escultor, fotógrafo, creador de vídeo, comisario y, ante todo, como activista político. En su país ha sido perseguido, censurado y detenido por su defensa de los derechos humanos. Como cabía esperar, su primera incursión en la lírica –terreno aún desconocido para él– llega en forma de reivindicación: este montaje de ‘Turandot’ para la Ópera de Roma alude a varias de las crisis actuales. Imágenes de pateras de inmigrantes en el Mediterráneo, de hospitales abarrotados y de protestas ciudadanas duramente reprimidas se van proyectando en una enorme pantalla. Es el elemento fundamental de los decorados, que Weiwei también diseña, junto con el vestuario.

Una gran escalinata preside el escenario, donde predominan las formas geométricas –quizá rascacielos futuristas– y permanecen casi inmóviles los protagonistas: el estadounidense Michael Fabiano (que deja atrás sus inicios como tenor ligero para adentrarse en el repertorio lírico y spinto) y la soprano dramática Oksana Dyka. De voz aguda y potente, ha convencido como Tosca en Milán, Jenufa en Nueva York y Aida en París. Weiwei cierra en 2022 un círculo que abrió en 1987 en Lincoln Center junto a su hermano, el poeta Ai Dan. Entonces, trabajó como extra y ayudante de producción de la versión del mismísimo Franco Zeffirelli.

Cines Van Gogh retransmite este jueves a las 20:00 horas una grabación del pasado mes de marzo desde la Ópera de Roma. Aunque la compañía italiana pretendía estrenar esta producción en 2020, la pandemia obligó a posponerla. Dos años después, su carácter político se ha reforzado aún más: dirige la orquesta la ucrania Oksana Lyniv, que en enero pasó a la historia por ser la primera mujer a cargo de un teatro lírico italiano (el de Bolonia). En la rueda de prensa, defendió a su patria, invadida por Putin, y lució una camisa negra con un estampado tradicional ucranio, como símbolo de luto por su pueblo. La idea del sacrificio culmina el tercer acto de ‘Turandot’, con el suicidio de Liù. Weiwei y Lyniv deciden concluir ahí, sin continuar con el final feliz que compuso Franco Alfano tras el fallecimiento de Puccini. Lo mismo hizo en 1926 Arturo Toscanini cuando bajó la batuta y se giró al público del estreno en La Scala: «En este punto murió el maestro», dijo, y abandonó el podio.

‘Turandot’ supone, para musicólogos como William Ashbrook, el «último monumento, punto final de la tradición italiana que comenzó con Monteverdi en el XVII». Con su acción rápida y condensada, su profundidad psicológica y la fuerza de escenas como la de los enigmas, confirma a su autor como un genio del drama. No es de extrañar que el fallecido experto Agustí Fancelli la denominase «ópera en Cinemascope».

El canto de cisne de Giacomo Puccini se sitúa en una China legendaria. Ni rastro del realismo de ‘Tosca’ o ‘La Bohème’: el libreto es un cuento sobre una gélida princesa que reta a sus pretendientes con tres preguntas. Si se equivocan, les corta la cabeza, como la esfinge. Hasta que los resuelve Calaf, un príncipe desconocido. El genio de Lucca (1858-1924) vio en teatro la tragedia del alemán Friedrich Schiller, adaptación de una antigua leyenda persa, y pese a no entender los diálogos, pudo intuir su potencial. Trabajó junto a los libretistas Adami y Simoni y dejó su sello tanto en la humanidad de los personajes, en particular de la emotiva esclava Liù y los sarcásticos ministros, como en los temas: el odio, el deseo, la reivindicación del poder femenino.

Aunque falleció de un cáncer sin rematar la partitura, supo aunar tres estilos: la tradición clásica italiana (sus melodías cantables, como el adiós de Liù) con las vanguardias del siglo XX (su armonía furiosa, sus disonancias, ya desde el primer acorde, que transmite el terror del pueblo de Pekín) y, no menos importante, el color exótico de Asia, reflejado en las canciones populares. La orquesta emplea leitmotive, instrumentos de folclore como el gong o los platillos, escalas orientales y otros recursos asombrosos. Hay que esperar hasta el tercer y último acto para el aria más célebre de la historia, ‘Nessun dorma’.
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