"Vivo con las historias de la guerra metidas en la cabeza, pero sin ningún rencor"

Pilar Tascón recuerda desde sus 93 lúcidos años la historia de una niña de tan solo nueve años, la huida de su casa, los meses refugiada, la cárcel de su marido... una ejemplar lección de vida e historia

10/12/2023
 Actualizado a 10/12/2023
Pilar es una amena conversadora, con una excelente memoria y gran lucidez, «lo que has vivido no se te olvida tan fácil», explica. | MAURICIO PEÑA
Pilar es una amena conversadora, con una excelente memoria y gran lucidez, «lo que has vivido no se te olvida tan fácil», explica. | MAURICIO PEÑA

Pilar tiene 93 lúcidos años, la mirada limpia, la sonrisa a flor de piel y los recuerdos frescos, muy frescos. «Igual no me acuerdo de dónde dejo la cacha cuando voy a alguna parte, pero ‘de lo de antes’ te doy cuenta de todo como si lo estuviera viviendo ahora mismo». Mira mucho al horizonte por la ventana de su casa en Serrilla —«aunque yo soy de Villalfeide, no se te olvide decirlo»— y si no fuera por el frío que hace ya estaba paseando por la calle, que es lo que más le gusta.  Abre la puerta para que entren los gatos que asomándose a la ventana la avisan de su regreso, les echa de comer y después sonríe al ver cómo se  meten en las cajas que les tiene preparadas con trozos de cartón, que ella les recorta, para que jueguen.

- ¿Cuántos gatos tiene?
- Ahora cuatro, los que van dejando, que mío no es ninguno pero como saben que los recojo los abandonan por aquí cerca cuando marchan y yo los recojo, me hacen mucha compañía. 

Y al hablar de los gatos la memoria ya la traslada a un viaje en el tiempo, y con ‘la entradilla’ de «te voy a contar otra cosa» recuerda una historia relacionada con gatos. «En Villalfeide, cuando la guerra, no quedó nadie en todo el pueblo, solo una mujer que se negó a huir porque venían tomando pueblos y dijo ‘si me tienen que matar que me maten aquí, en mi casa’. Y tuvo que alimentar a todos los gatos que habían quedado abandonados, les daba patatas viejas que había dejado su hijo en casa». 

— ¡Vaya historias!; suele repetir Pilar cuando te regala alguno de sus recuerdos.
— Historias de la guerra, Pilar.
— Claro, es que yo las historias de la guerra las tengo metidas en la cabeza, vivo con ellas. No se me olvidan porque las viví y porque cuando en casa se juntaba la familia era de lo que acabábamos hablando siempre, porque hubo mucho, por la parte mía y  por la de mi marido, los Viñuela, que son muy nombrados en la zona.
— ¿Tiene rencor cuando lo recuerda?
— Ninguno. Lo recuerdo porque lo viví, porque se habló mucho en casa, pero con rencor no se vive.

"La primera noche nos refugiamos en una casa abandonada en Vegacervera, al hacer fuego para combatir el frío vieron la luz y comenzaron a silbar las balas alrededor"

Y el rictus de seriedad que se le dibuja al recordar algunos hechos se convierte en abierta sonrisa cuando llegan sus dos biznietos, los nietos de su hijo Elías. «Son muy trastos; sobre todo la pequeña, pero son la alegría de la casa».
Los recuerdos más duros de Pilar Tascón González arrancan ya en su infancia, «nueve años tenía cuando tuvimos que huir de casa, que ya te dije que en Villalfeide solo quedó una mujer, y con cuatro cosas marchamos monte arriba, camino de La Mediana. La primera noche paramos en Vegacervera, en una casa abandonada, y como prendimos una lumbre para matar el frío nada más que vieron los reflejos ya nos tirotearon desde muy cerca. Imagina a una nieña, que yo era una niña, escuchando las balas silbar a su lado ¡Vaya historias!».

Lograron llegar hasta Gete, «con los argollanos», y allí pasaron varios meses, en los que hubo un poco de todo. «Al lado de nuestra casa vivía la familia de Ricardo, el pastor, que había venido de los Ancares de teitador, y fueron buenos con nosotros. Pero había de todo, recuerdo a una mujer que cuando jugábamos cerca de su casa nos echaba a voces, nos llamaba ‘los refugiadines’  y decía que marcháramos, que si venía la aviación le iban a bombardear su casa porque estábamos nosotros cerca. También sufrimos mucho con un hermano de mi madre, Chucho, que era mudo, y como no se podía defender había gente que le echaba las culpas de todo. Faltaba algo, pues el mudo, cualquier cosa... el mudo, pobre Chucho».   

«Mira qué guapo era mi marido, Laurentino, aquí todavía éramos novios ¿A qué parece un actor de cine?», dice Pilar, con orgullo, de ‘Chamuscas’.
«Mira qué guapo era mi marido, Laurentino, aquí todavía éramos novios ¿A qué parece un actor de cine?», dice Pilar, con orgullo, de ‘Chamuscas’.

Además de Pilar y Chucho iba con ellos su madre, Laura, y «varios primos de Villalfede». Eran  tiempos muy duros, pero también eran duras aquellas gentes que después de su estancia en Gete subieron hasta Piornedo, donde tenían familia. «Menudo frío que hacía allí».

Recuerda Pilar que a su hermano César le hirieron en el frente, un balazo, y «fue trasladado por nuestro padre, Constante, a un hospitalillo que había en  las Hoces de Vegacervera y de allí, como estaba grave, a Ujo, en Asturias. Y mi  madre iba todos los días a verlo, andando, y regresaba después; día por día fue a verlo». Algo que ya no pudo hacer con su padre, cuando regresaron a Villafeide. «Estaba preso en La Bañeza, estaría allí alrededor de diez años, algo menos, porque cuando volvió a casa tuvimos otro hermano, que era diez años más pequeño».

"En Villalfeide solo quedó una mujer en todo el pueblo, se negó a huir"

El regreso de ‘los refugiadines’ a Villalfeide estuvo rodeado de las penurias propias de la época, de aquella vida impuesta. «Te voy a contar otra historia», dice Pilar, y recuerda una relacionada con la presencia por aquellos montes de huidos, maquis. «Había una mujer que tenía escondido en casa a un hijo y cuando tendía la ropa en el huerto los calzoncillos y las prendas de hombre las tapaba con una sabana, para que no se vieran porque en teoría no había ningún hombre en casa, pero con la humedad se clareaba la sábana y cuando lo veíamos los chavales que andábamos jugando por allí nos extrañaba, pero nadie decía nada, nos tenían bien enseñados en casa».

Había empezado una nueva vida, de duro trabajo. El padre de Pilar trabajó un poco de todo, «era albañil, también muy buen carpintero y, cuando pudo, se metió en la mina». Y bromea Pilar: «De lo de carpintero heredé yo la afición por clavar cosas, soy muy de arreglar lo que se estropea, hasta tapo las goteras. Tengo escaleras de todas las medidas, para subir al tejado o lo que haga falta».

Pilar siempre llevó lo de casa, su marido, Laurentino, «de los Viñuela», entró a la mina «y estuvo allí hasta su jubilación, era muy famoso, le llamaban Chamuscas. La pena es que le duró muy poco, con sesenta años se me murió, muy joven. Una pena».

Pilar se preocupa de que su hija saque pastas, que ofrezca café, que Mauri se siente, «que no para quieto», quiere que la gente esté tranquila: «Que penas ya pasé bastantes yo». Y recuerda que la puerta siempre está abierta. 
Y ella esperando, para darte una leccion de vida, que fue la suya; y de historia, que fue la que le tocó vivir. 

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