Ven a cenar con nosotros

Los tres usuarios del piso de acogida para hombres sin hogar de Cáritas nos abren las puertas de su casa, un proyecto pionero para trabajar la inserción de estas personas

Isabel Herrera
09/07/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Así recibían a La Nueva Crónica los inquilinos y los voluntarios de este piso de transición de Cáritas.| SAÚL ARÉN
Así recibían a La Nueva Crónica los inquilinos y los voluntarios de este piso de transición de Cáritas.| SAÚL ARÉN
La mesa está llena de buena comida. Queso, tortilla, lomo, empanada... y están por llegar los dulces marroquís, pero en realidad el verdadero plato principal no está sobre el mantel, está fuera, sentado en los sofás y las sillas aguardando para meterle mano a las viandas. Hemos llegado a mesa puesta con Vicente, el técnico de Cáritas que nos acompaña al piso de transición para hombres sin hogar, un proyecto que la institución benéfica ponía en marcha con las uvas de 2018 y que ahora mismo es el hogar de José Luis, David y Hamza, que nos han abierto las puertas de su casa para hacer un reportaje en torno a una cena que acaba por convertirse en una cena a propósito de un reportaje.

Los anfitriones han invitado también a la cita a los voluntarios de Cáritas que les acompañan en este proyecto que tiene como objetivo proporcionar una estabilidad a estos tres hombres para que puedan insertarse de nuevo en la sociedad y construir una vida normalizada. Así que allí están también Ana, Javier, Álvaro y Carmen –faltan otros tres que no han podido asistir–, a los que sin conocer de nada ya les presenta su compromiso social, que hayan decidido invertir su tiempo, ése que tanto escasea, en compartirlo con José Luis, David y Hamza.
Llamados por la comida, y con el permiso de Hamza, empezamos a cenar. Él todavía tiene que esperar un rato, está de Ramadán y todavía no se ha puesto el sol, pero nos concede la licencia.

Entre bocado y bocado se van cruzando las conversaciones y empiezan a surgir las historias. Este piso llegó a manos de Cáritas por una donación y, tras un tiempo vacío, se proponen convertirlo en lo que es hoy, un hogar. No fue cosa de un día para otro. Hubo que hacer mucho papeleo y seleccionar a las tres personas que ocuparían estas plazas. «Todos los trabajadores de Cáritas han contribuido, cada uno ha puesto su granito de arena», comenta Vicente, que empieza a echar cuentas del tiempo que hace que surgía la idea de este proyecto en medio de otro, la peregrinación a Santiago que usuarios, voluntarios y técnicos de Cáritas hicieron en el año 2016. Allí, en el Camino, Vicente y José Luis empezaron a pergeñar lo que hoy es una realidad, y ahora José Luis es uno de los inquilinos de este piso. Fue el primero en llegar, y además en un día muy señalado, esta última Nochevieja, un ‘año nuevo, vida nueva’ en toda regla. José Luis es una de esas personas a las que la vida, en un momento dado, se lo puso complicado y, tras malvender todo lo que tenía, se vio durmiendo en la calle vencido por las circunstancias y con todo el desgaste físico y sobre todo psicógico que eso supone. Pero cuando un buen día decidió volver a ponerse en pie y acudió a buscar ayuda a las organizaciones sociales de León, su ciudad, encontró la mano que necesitaba para agarrarse y comenzó la remontada, que es larga y dura, aún no ha alcanzado la cumbre, pero sigue peleando. Comenzó a hacer cursos, a buscar empleo, le ha salido algún trabajo, ha conseguido una pequeña ayuda y ya ha pasado por algún otro piso de acogida antes, aunque la gran diferencia de este proyecto es que los usuarios no entran con una fecha de caducidad. No hay que dormirse en los laureles, y de eso ya se encargan los técnicos de Cáritas que periódicamente revisan los objetivos que se han marcado para cada uno de los tres, pero se trata de darles las herramientas para salir adelante por sí mismos, y para eso no hay plazos estipulados.

En realidad fueron apenas cuatro días los que José Luis pasó solo en el piso, lo justo para limpiarlo y ponerlo acogedor para recibir a los otros dos compañeros que fueron seleccionados para el proyecto: David y Hamza, con dos historias encima que hacen más valiosa aún esa sonrisa que no apean en ningún momento.

David es camerunés. Llegó a España ayudado por Cruz Roja, pues la embarcación en la que viajaba fue arrastrada mar adentro por la corriente cuando estaban ya cerca de la costa onubense. De esto hace más de cuatro años. Venía en busca de asilo político y finalmente se lo han rechazado. Según se comenta en la mesa es muy habitual, más del 90% de las solicitudes de asilo político acaban en denegación, «es muy difícil probar que estás perseguido en tu país», apunta Álvaro. Primero estuvo en Bilbao, y la verdad es que no guarda muy buen recuerdo de aquellos meses de dormir al raso y mendigar ayuda. David tiene párkinson, está en tratamiento y en fase de asumir una enfermedad tan cruel como es ésta, que no mata, pero es degenerativa, crónica y progresiva, y que afecta, como él bien ha notado, a la capacidad de aprendizaje, «yo no podía entender que con cuatro años en España yo no hablara español», explica expresándose con dificultad. Él, que habla inglés, francés... «pero ahora me cuesta, tengo un bloqueo». Y eso que ahora en el piso dice que ha aprendido mucho con José Luis, es lo que tiene la convivencia...

Lo dice también Hamza, que hace medio año apenas hablaba castellano y ahora nadie lo diría. Es más, cuentan los voluntarios que incluso escribe en español, porque «le gusta mucho eso de la escritura» aunque a él lo que de verdad le gustaría ser es peluquero. Tiene 24 años, es marroquí y lleva ya un par de años en León. «Mi sueño era venir aquí, por eso lo dejé todo, el colegio, mi ciudad, mi familia... en Marruecos no tenía futuro así que estuve cinco años en mi país, lejos de mi casa, durmiendo en la calle, trabajando en lo que salía y esperando para poder venir», relata. El viaje lo hizo en autobús, pero escondido en los bajos. Entró de ilegal y se cruzó la península entera en unas condiciones que son difíciles de imaginar. El periplo acabó en Perpignan (en Francia), allí se bajó del autobús y se fue caminando hasta Figueras, en la provincia de Girona. Nadie más que él puede saber lo duro que fue aquel viaje, pero hoy lo cuenta como si hubiera quedado muy atrás. Vino hasta León a vivir con un compatriota, pero, según él mismo asegura, ha perdido mucho tiempo y ahora está ansioso por perfeccionar el idioma, formarse y encontrar trabajo. Su situación sigue siendo irregular y está muy convencido de que no podrá entrar en la academia para ser peluquero, pero trabajará de otra cosa y, quién sabe, los sueños sólo se cumplen cuando se tienen.

Ana, Álvaro, Javier y Carmen conocen bien las tres historias. Comparten con ellos las tardes. Las mañanas son para cumplir el itinerario que Cáritas ha marcado a cada uno de ellos y las tardes son de los voluntarios. Los lunes, Marcelo (un voluntario que hoy no ha podido venir) les prepara visitas turísticas o actividades culturales; los martes, Ana, que es profesora de inglés, trabaja el idioma; los miércoles es día de compra, y es Javier el que les acompaña; los jueves Álvaro cocina con ellos, y la de los viernes es la tarde de Carmen, la que se ha ganado con su dulzura que la vean como a una madre. Aunque los planes no son tan rígidos, que hay días que la tarde se escapa tomando un café con una buena charla.
Javier, trabajador social y bombero jubilado, les ayuda en todo el tema de intendencia. Cuando llega los miércoles hacen la lista de la compra y salen a por ella. «Venimos gastando unos 81 euros a la semana en comida, productos de higiene y, bueno, luego si les hace falta algo de ropa interior o lo que sea, pues lo valoramos. He de decir que ha sido decisión de ellos ajustar el prespuesto, porque Cáritas nos da más, pero son ellos los que tiran para abajo de las compras».

Entre todos ellos han construido un hogar. Se nota la confianza, la complicidad, el cariño. De una forma o de otra son una gran familia. David, Hamza y José Luis tendrán los típicos roces de la convivencia, por mucho que la memoria ahora falle... pero de lo que sí se acuerdan es de la compañía y de la ayuda. Como también tienen sus bromas  y sus debilidades, que aquí los hay del Madrid y del Barça. Pero sobre todo hay una oportunidad de reinsertarse. Cáritas pone los medios, los voluntarios el alma y el acompañamiento y en ellos está el esfuerzo de dejar un día este piso para dejar paso al siguiente, son demasiados los que necesitan una oportunidad como ésta.
Un placer cenar con todos vosotros.
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